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Nacionalistas: los nuevos provincianos

Foto: EFE
13/12/2018 - 

En un mundo globalizado como el que vivimos, el nacionalismo empieza a ser cosa de paletos y provincianos. Yo no nací en una capital de provincias, pero sí en una ciudad grande. De esas que tienen de todo: multicines, un teatro, un par de discotecas, varios hipermercados, un centro comercial… Está muy cerca de Valencia pero, ¿para qué ir a Valencia si tenemos de todo?, me dicen a menudo los amigos de esta ciudad. Pero su TODO es muy pequeño. Solo llegan películas familiares al cine; monólogos de esos que se meten con la suegra y el montaje del grupo de menopáusicas al teatro; pachanga a las discotecas… en fin. Eso es lo que yo llamo provincianismo: creer que eres cosmopolita y sin embargo vivir en un universo pequeño y cerrado. Hablar como si lo supieses todo cuando en realidad te falta muchísima información. Y no hay nadie más atrevido que el ignorante. El sabio sabe cuánto ignora: no se atreve a sentar cátedra como un cuñado cualquiera.

Dice el historiador Harari que la nación ha dejado de ser útil. Por razones bastante básicas: pocos de los retos del siglo XXI pueden ser abordados desde la nación de forma individual, como ocurría en el pasado. La economía es global, el comercio es global, el cuidado del medio ambiente es global, los avances tecnológicos son globales… por mucho que un país se aísle, si su vecino decide lanzar bombas nucleares o contaminar el océano o crear un virus letal o crear niños mezclados genéticamente con murciélagos o hacer un coche que funciona con agua del grifo, el primero se verá afectado. Ya no somos capaces de vivir en nuestra pequeña tribu con nuestras reglas cerradas, porque ahora todo funciona en red.

Somos la aldea global y lo que unos hacen afecta al resto.

La paz es uno de los efectos de la globalización. Hasta principios del siglo XX la guerra podía dar muchos beneficios a un país o empresa. Desde que la globalización capitalista es un hecho se gana más dinero a buenas que a malas: lo que cuenta es el tamaño del mercado y la guerra lo reduce…

Y entonces, ¿qué pintan los nacionalismos en este contexto? ¿Qué pinta el Brexit, el procés de Catalunya, Trump o Vox agitando unas aguas tranquilas, trayendo conflictos a la temporada de mayor paz que ha visto Occidente? Entiendo un nacionalismo cuyo objetivo sea preservar el espíritu de un pueblo (su idioma, tradiciones, cultura, idiosincrasia…) frente a la homogeneización de la globalización. Pero los nacionalistas a los que la gente ha empezado a votar en todo el mundo no son exactamente así. Son salvapatrias, adoradores de fetiches y banderitas, creadores de fronteras: conmigos y contramís. Son tan cutres que me da hasta vergüenza estar hablando de esto. Pero todos no opinan como yo, claro.  Veamos algunos ejemplos de nacionalismo, tan pueriles que me dan vergüencita:

Artur Más abriendo las aguas para liberar a su pueblo, como Moisés.

Santiago Abascal llegando a caballo a salvar España, como El Cid o Pelayo.

Pueblos elegidos, épica trasnochada, cruzadas contra los herejes, separatismos carlistas, el imperio español donde nunca se ponía el sol. ¿En serio?

Que si Aznar y sus cruzadas contra los moros. ¿En serio?

Que si el ADN vasco. ¿En serio?

Que si Casado y el bien que hicimos a los nativos americanos —a los que sobrevivieron— cristianizándolos. ¿En serio?

Que si la supremacía catalana frente al individuo hispánico… o peor aún, andaluz. ¿En serio?

Me siento como cuando, hace algunos años ya, Paco Porras, Tamara o Rappel eran estrellas mediáticas. Y yo no entendía qué estaba pasando, cómo podíamos dar cancha a semejantes esperpentos.

Pues igual. La política se ha Telecincado…

Igual la culpa es mía que no entiendo nada. O que me da por pasarlo todo por el filtro de la razón… mal hecho. La razón ya no está de moda, ahora lo que mejor luce son unas buenas vísceras.

Supongo que la vida de la mayoría de la gente es una mierda sin demasiado sentido (curros que no nos gustan, matrimonios que no nos llenan, hijos problemáticos, hipotecas, enfermedades…) y uno desea que su vida sea algo más, otorgarle un sentido más allá de sus miserias. Y ahí entran las religiones y las banderas. ¡No soy un tío cutre: soy el Defensor de la Patria! ¡O el garante de la Verdadera Fe! ¡O lo que sea, pero algo, por favor! Buscamos un destino heroico en fanatismos: enemigos ancestrales a los que vencer, Verdades Verdaderas que defender, Dioses-con-el-pene-más-largo-que-los-otros-dioses que adorar, grandes gestas que vivir. Nos convertimos en cruzados o mártires de lo que sea. Porque da igual, lo que importa es sentirnos alguien. Vivir una fantasía y una épica que nuestra vida no tiene, aunque sea tragándonos una mentira. Niños grandes creyendo en los Reyes Magos: la Patria, la Religión y el-puto-negro-inmigrante-que-se-come-nuestra-seguridad-social…

En fin, autoengaño y provincianismo en toda regla.

¡Viva el vino!

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