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EL MURO  / OPINIÓN

Nada personal

Nuestra especie política nos da cada día una nueva “lección”. Antes y ahora. Coartar o intentar controlar la información no es un derecho. Es todo lo contrario. Un simple ejercicio de prepotencia

2/02/2020 - 

Entiendo que la sociedad española esté harta de nuestra clase política, aunque todavía vote y tolere. Así nos lo recuerdan constantemente a través de encuestas y sondeos sociológicos. Eso y el paro, por supuesto, que nadie soluciona aunque cuando decrece un poquito ya están todos poniéndose medallas de sus logros y metas para justificar inoperancia, y cuando crece desaparecen bondades y autocomplacencia.

Soy de los que consideran que nadie debería estar al frente de un cargo público más años de los necesarios porque los vicios se transmutan. Pero es que en este país la política o el ejercicio de la política se ha convertido en un oficio más, no es un servicio en sí a la ciudadanía como lo puede ser formar parte de una directiva profesional que trabaja por su colectivo sin mayor remuneración que una simple dieta o hasta una comunidad de vecinos. Digo esto porque el poder, como bien sabemos, corrompe ideas, actitudes y hasta bolsillos. Desde la era primitiva. De una u otra manera, pero corrompe bien ahora, durante o después con eso de las puertas giratorias y las recolocaciones que abonan favores. Al menos, es lo que sucede en nuestra cultura latina. Sólo hay que rascar un poco y comprobar cómo se la juegan en muchos países latinoamericanos o del mundo occidental latino/heleno para topar con una realidad contundente y preocupante.

Decía también lo de la corrupción porque el poder a los cuatro años de estar en un cargo de relevancia o decisión eleva la soberbia y la arrogancia, que es otra forma moral de corrupción. Mientras uno está en la oposición, todo lo que haga el oponente es un error, y cuando se llega al poder y se van gestando hábitos, uno acaba cometiendo los mismos defectos. Crece su autoestima por encima del respeto a la sociedad, que diría Rosseau y Montesquieu, o incluso la belleza o el placer poético, según Proust.

Miren si no. Rajoy hablaba desde el Plasma -igual en streaming- y Sánchez ni contesta según deciden sus “asesores”. Ves resúmenes de políticos acudiendo a un acto y a los periodistas, tratados ya como subalternos o personajes de poca monta cuando son intermediarios entre poder y sociedad civil, y se les dice, sin más y antes de que levanten el micro que no van a hacer declaraciones. Con desprecio y arrogancia, o como si los políticos decidieran lo que un profesional de la comunicación debe de hacer cuando los gestores están a nuestro servicio y cobran y colocan de nuestros impuestos. Estos políticos rodeados de cuerpos de asalto que pagamos entre todos y asesores que crecen como el polvo ya dicen hasta lo que uno ha de escribir. Estamos apañados. Pero cobran dividendos.

Esta semana, por ejemplo, Alsina en Onda Cero tenía un rifirrafe con la ministra, Teresa Ribera. Menuda ella. El periodista le preguntaba por temas de actualidad, como es lógico. Ella terminó por decirle algo así como que estaba allí para hablar de su libro, pero no de otros asuntos. Hasta que el periodista le recordó que los gabinetes de comunicación deciden a qué ministro se puede o no entrevistar y cuándo, por lo que él tenía toda la libertad de preguntar lo que consideraba oportuno. Estaría más. Esta ministra manifestó una prepotencia fuera de toda lógica aristotélica y hasta prudente o gracianiana. 

Normal, es ministra y cree estar sobre todo lo demás, tanto divino como humano. Ella decide qué o no se puede preguntar. Me recordó al ex vicealcalde Alfonso Grau cuando espetó que no contestaba a una pregunta porque no le daba la gana. Todo un campeón.

Pero más preocupante fue ver la reacción del ministro Ábalos  y su cara de antipatía cuando otro periodista le preguntó por un affaire que si algo no huele es a Loewe. Le contestó sobre el asunto del avión venezolano y su vicepresidenta con una agresividad que jamás había visto en mis años de profesión a un periodista que había sido enviado a cumplir con su obligación: preguntar. Su reacción dialéctica me recordó a una bronca en un pub británico en plena madrugada, cuando la modestia es virtud.

Esta clase política que vive de la política o entra en ella para vivir de ella está convirtiendo el noble oficio de la dialéctica y la gestión, que dirían los clásicos, en clases de soberbia cuando algo le molesta o le descuadra sus luces y evidencia sus torpezas. Entiendo muy bien porqué nuestra sociedad está tan cansada de esta tribu que en lugar de hacer más felices y llevaderas nuestras vidas nos las complican aún más. Creen que todo es suyo. No tienen bastante con determinar sueldos, dietas, gastos, kilometrajes, pluses, contratación de asesores y hasta comunitys manager, que también les pagamos para que glosen sus “logros” a través de las redes sociales ya que no quedan espacios en los mass media, nóminas que también pagamos los mortales, como para además tratarnos como idiotas. Hasta lo recién llegados se lo han creído de tal manera que sus valores personales o ideológicos han cambiado con tocar apenas un poco de poder. 

El problema es que entre unos medios subvencionados -no es el caso- y unas asociaciones profesionales bendecidas, todo se tolera, algo que va en contra de algo tan sano como la libertad de expresión, reconocida en el artículo 20 de la Constitución y la propia democracia, maniatada a expensas de esta clase engreída, pero sobre todo mediocre que no han entendido el derecho reconocido de la sociedad a estar y ser informados. Y eso sí es preocupante.

Como advirtió Gassman, el talento es injusto porque no se puede  transmitir. Por ello estamos rodeados.

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