El traslado de Napicol desde su primera sede en la calle Blanquerías fue forzado. Un esperpéntico problema vecinal se cruzó en su camino y obligó a dejar un local recién reformado y en pleno auge, tan solo siete meses después de inaugurarlo. “Fueron momentos duros, pero a veces los cambios son para mejor”, resuelve con optimismo Ana Becerro, copropietaria y responsable de sala junto a su suegro Anselmo.
El nuevo emplazamiento del restaurante es un bálsamo de paz en medio de la huerta del Barrio de la Roca, en Meliana. Más que una alquería es una remozada casa de campo, acristalada y luminosa. A su alrededor se extiende una amplia terraza con olivos y árboles frutales, que en unas semanas se vestirá con mesas y sillas para dar coartada a largas sobremesas primaverales. Las puertas de la finca están abiertas, de modo que uno puede derramar la vista sobre ese magnífico paisaje de caballones en el que crecen las últimas alcachofas de la temporada. Chemo Rausell, que es el que lleva aquí los fogones, prepara con ellas un arroz acompañado de sepia de los que no se olvidan.