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MEMORIAS DE ANTICUARIO 

¿Necesita València un mercadillo de antigüedades?

13/01/2019 - 

VALÈNCIA. Hace tiempo que no voy al rastro de València aunque siempre tengo ganas de hacerlo a pesar de que la mayoría de las veces vuelva a casa únicamente cargado de una pequeña decepción. A uno le gustaría que el rastro fuera lo que en su día fue y ya no es, y eso es algo que no puede cambiarse. No pueden ponerse puertas al campo. Sinceramente, hoy día no me seduce mucho el que fuera antaño el viejo rastro que se instalaba en la plaza de Nápoles y Sicilia y calles circundantes, y que recuerdo entre nebulosas. En el rastro de Mestalla, que es, ni más ni menos, que el traslado de aquel mercadillo callejero de antigüedades, hoy se puede encontrar cualquier cosa imaginable, sin discriminación alguna, lo que tampoco es algo necesariamente atractivo (el diario Levante EMV publicaba hace unos días una noticia sobre la venta de comida sustraída en supermercados). Claro que siempre puede saltar la liebre y entre un magma de teléfonos móviles y sus cargadores de batería, grifos de acero inoxidable, juguetería varia y películas de DVD, siempre puede aparecer “la pieza” (como de hecho me cuentan puntualmente personas que visitan el rastro todos los domingos a primera hora, como si profesaran una religión), pero lo cierto es que el hallazgo es cada vez más improbable.

Rastro de Mestalla en València. 
La heterogénea mezcolanza va desde vendedores que intentan a lo largo de la semana buscando género seleccionado, y consiguen, rodearse de piezas de colección, con encanto, y otros que, de forma igual de digna, se ganan la vida como pueden poniendo a la venta literalmente lo que les caiga entre manos. No estoy pidiendo que se transforme el rastro y este deje de ser lo que es: la gente tiene el derecho de ganarse unos euros de la forma que sea, mientras sea esta legal, y existen muchos bienes que produce esta opulenta sociedad a los que se les puede dar una segunda vida. El próximo traslado del actual rastro, que se levanta junto a Mestalla, a un lugar bastante más alejado si cabe del centro de la ciudad, (junto al nuevo campus universitario), no va a ser beneficioso para vendedores y visitantes (espero equivocarme), tal como alguno me ha dejado caer en más de una ocasión. El rastro de Valencia como la mayoría de los mercadillos históricos de antigüedades y objetos de colección estuvo, hasta finales de los años 90, y desde por lo menos el siglo XVIII, vinculado con el centro histórico de la ciudad. De hecho, como habrán comprobado, los mercadillos en muchas ciudades de Europa suelen ocupar una plaza céntrica de la zona histórica, y turística.

Mercado de antigüedades de los jueves frente a la Catedral de Barcelona. 
Por proponer que no quede. Un mercado de antigüedades en el centro de la ciudad

Sinceramente pienso que València podría plantearse un mercadillo de antigüedades céntrico y dirigido al coleccionista y también al turista, vinculado con su arquitectura histórica y en el que se expongan objetos de una mínima calidad. En muchas ciudades, sobretodo en Francia, existe un rastro parecido al actual de Mestalla (mercado de pulgas) y otro más propio de brocantes, que se celebra otro día de la semana, en el que se exponen piezas de época, coleccionismo, antigüedades, vintage, libros etc. El modelo más cercano es el mercadillo que todos los jueves desde hace décadas se instala, y digo se instala porque está formado por puestos uniformes con toldos, frente a la catedral de Barcelona y que es un reclamo para turistas y barceloneses. Son entre veinte y treinta puestos en los que se puede encontrar toda clase de antigüedades, de mayor y menor calidad, y piezas de almoneda. ¿Porqué no un mercadillo semanal en alguna de nuestras plazas del centro histórico? ¿Porqué no frente a la plaza que se abre ante les Covetes de Sant Joan y junto a la Lonja de la seda, evocando el primigenio mercado?. Un mercadillo donde se exponga cerámica valenciana antigua, libros de viejo, pequeños objetos con encanto y una cierta antigüedad con un mínimo de 50 años.

Antiguo rastro en la plaza Nápoles y Sicilia. 
Muchas colecciones, más humildes, pero también las más ambiciosas, se han iniciado en un primer regateo callejero. El misterio de la atracción que ejerce, por primera vez, sobre nosotros una cerámica, un grabado, un cuadro o un libro que lucía entre otros muchos, en un puesto, genera esa chispa que es el arranque de una larga historia para muchos coleccionistas de la ciudad. Aquella primera adquisición como primer capítulo de una larga historia autobiográfica en la que no sólo la protagonizan los objetos, sino que también aparecen personas y nuevos lugares a los que nos conduce la búsqueda insaciable. Una historia guiada por la curiosidad, que no tiene marcha atrás. Ese primer encuentro en un mercadillo o de un rastro es también el instante iniciático de todo un aprendizaje. Iniciar el coleccionismo en una tienda o en una galería en la que todo es “visible” y de alguna forma catalogado no tiene el mismo carácter aventurero de descubrir una pieza que nos llama la atención y que a priori no sabemos muy bien lo que es pero que nos sugiere muchas cosas. Cuando lo averiguamos por medio de un catálogo, una guía u hoy en día a través de la red, un texto nos revela que esa pieza es una más de cientos que componen todo un mundo que se nos abre a su colección: unas mas raras otras más comunes y por tanto de distintos precios, la cosa puede hacerse muy grande y en algunos casos incontrolada y patológica… cuando nos hemos dado cuenta ya estamos inmersos en el bendito vicio de coleccionar.

Covetes de Sant Joan.
La cabra tira al monte y en mi idea de ciudad ideal, entre otras muchas cosas, está fomentar la existencia de un mercadillo de antigüedades en el centro, con frecuencia semanal. Un lugar de cierta especialización, atractivo, que generaría un ambiente particular en el centro histórico, que habitúe a los coleccionistas a su visita y a muchos a iniciarse en el coleccionismo. Una ciudad de coleccionistas de objetos de su pasado, es una ciudad que cuida de ella misma, precisamente porque que sus ciudadanos no van cayendo en el olvido sucesivo de aquello que su ciudad fue, conforme van sucediéndose unas a otras las épocas.

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