VALÈNCIA. Nerea Pérez de las Heras (Madrid, 1982) ha trabajado durante muchos años escribiendo en revistas femeninas. Un día, desde esas páginas salpicadas por recomendaciones de pintalabios y tendencias de moda, pero también cada vez más concienciadas sobre la reivindicación del papel de la mujer, se percató de algo: el feminismo era necesario. Su despertar se vertebró a través de Feminismo para torpes, un monólogo, una obra de teatro, una serie de vídeos para El País y, recientemente, un libro. Diferentes formatos y un mismo fin: cuestionar, en clave cómica, los roles y comportamientos machistas de nuestra sociedad.
El libro, una suerte de manual para dummies (“aprenda feminismo en dos días”, que bromeaba Pérez de las Heras en la presentación del mismo en la Feria del Libro de València), resulta un compendio de vivencias personales y temas relacionados con el feminismo con una potente bis humorística. Saca más de una sonrisa y, por qué no decirlo, unos cuantos fruncimientos de ceño. Todavía queda por avanzar (quedan como tareas los estereotipos de género y la representación de la mujer y el sexo en el cine, entre muchos otros temas); un mantra que se repite en el lunes nublado y postelectoral que coincide con su visita a la feria literaria.
La pregunta resulta inevitable tras un domingo marcado por escrutinios, escaños y colores políticos. “Por un lado siento alivio”, reconoce la periodista. “Lo que se nos venía encima era un retroceso inesperado; un desenmascaramiento del machismo más rancio que creíamos que ya estaba superado. Pero, por otro lado, también siento tristeza. La ultraderecha ha obtenido 24 escaños en el Congreso de los Diputados. Es una amenaza no solo para las mujeres, sino para los derechos humanos en general”, añade la autora, que también compagina las diferentes facetas de Feminismo para torpes con su trabajo en la galería de arte Marlborough. Parece, metáfora o no, que el día despeja: el sol se abre camino.
“El feminismo no es inofensivo”, concluye Pérez de las Heras en uno de los últimos capítulos del libro. Por ello, frente al futuro venidero, la autora se desmarca: “Los retos ahora son machacar a la ultraderecha de este país; mantener nuestra agenda mientras desmontamos la suya. Y no dejar que nos hagan retroceder bajo ningún concepto”, sostiene combativa mientras acaba de firmar alguno de los ejemplares que llegan a su mesa y a los que atiende con una sonrisa y una respuesta ingeniosa.
Podría parecer que toda la conversación, más que de cultura y literatura, se desvía una y otra vez hacia la política. Recordamos aquella frase de la escritora feminista Kate Millett que también recoge la periodista en Feminismo para torpes: “Lo personal es político”. Y cuándo, en efecto, no lo es.
-En muchos países la ultraderecha ha encontrado la inmigración como su principal chivo expiatorio; en España, sin embargo, se ha cargado contra las mujeres y el feminismo. ¿Por qué crees que aquí nos hemos convertido en el centro de la diana?
-Hay actitudes que, aunque se están disimulando, están muy vivas. En Almería, donde viven mis padres, hay muchísima concentración de inmigrantes. La pura subsistencia de la gente se sostiene sobre trabajos no precarios, sino casi esclavos. Las chozas donde vive la gente que trabaja en los invernaderos están hechas de basura: se te cae el alma a los pies cuando las ves. Pues ahí ha salido Vox con muchísimos votos. Resulta alucinante. Contrastas esto con las fake news que ha extendido este partido, eso de que a los inmigrantes le dan 1.800 euros, un móvil y un jamón, y dices: “Cómo puede estar la gente tan ciega”. No están ciegos: simplemente están buscando una justificación de sus peores instintos.
-En la reciente campaña política hemos escuchado términos como “feminismo liberal”. ¿Realmente existe un único feminismo? ¿O hay un movimiento general con diferentes adjetivos?
-Hay diferentes caminos para acercarse al feminismo en los que puedes poner el énfasis en el antirracismo, el medioambiente (ecofeminismo)… Lo puedes entender de maneras diferentes. Lo que desde luego no puede haber es un feminismo contrario a los derechos humanos, o un feminismo que no cuestione el capitalismo. Un feminismo que no cuestiona el capitalismo es un feminismo fallido, inoperante e inofensivo. El capitalismo es una estructura devoradora de vidas y generadora de desigualdad. Algo así no puede casar con el feminismo: sería ilógico e incoherente.
-En Feminismo para torpes tocas prácticamente todos los palos relacionados con el feminismo: los estereotipos de género, el empoderamiento femenino (con matices), la cultura de la violación, las cuotas... ¿Crees que te has dejado algo fuera?
-Me he dejado muchas cosas fuera: muchas historias personales, aspectos que tienen que ver con la mercantilización del cuerpo de las mujeres… Pero, para eso, tengo que estar más preparada: tengo que haber vivido, visto, leído mucho más de lo que he hecho hasta ahora. Gestación subrogada y prostitución, por ejemplo, son temas que no he tratado aquí.
-A pesar de no haber profundizado en ellos, ¿qué opinas al respecto?
-Estoy en contra de los vientres alquiler. Por otro lado, considero que la prostitución es la expresión más salvaje de la alianza patriarcado-capital. Creo que, la quieras regular o no, es así. De todas maneras, insisto: aquí entran situaciones tan desesperadas y alejadas de mi propio contexto que me provocan un gran respeto. Evangelizo con otras cosas, pero con esto no.
-En el libro apuntas: “El feminismo es una visión del mundo que incluye grandes dosis de humor”. ¿Cómo es el humor que se hace desde esta óptica?
-Como todo lo que se hace desde la óptica feminista. Todo se puede hacer desde esta perspectiva. Hemos quedado excluidas del discurso general, el universal, que siempre ha sido masculino. Nosotras siempre hemos sido un pie de página o un capítulo extra. Ahora queremos ser parte de eso: ser parte y conformar lo universal. No nos vamos a adaptar a lo masculinizado: lo vamos a cambiar. El feminismo es la palanca para cambiar el sistema por completo. Y una de las patas para hacerlo es el humor.
Llevo muchos años escuchando aquello de “los ofendiditos”, muchos años escuchando chistes de suegras y rubias. Y estoy hasta el coño. No puedo más: no me hace gracia. Eso no es dictadura de lo políticamente correcto, simplemente (como digo en el libro) feedback.
-Hace unos meses Rober Bodegas retiraba un monólogo con chistes sobre gitanos; y hace apenas unos días el humorista David Suárez perdía dos trabajos por una broma sobre tener sexo con una persona con síndrome de Down. ¿Nos podemos reír realmente de todo o no?
-Creo que lo han despedido por hacer mal su curro. Si mando una nota de prensa (yo, que también soy una profesional de la comunicación) con todos los datos mal, también me echan del trabajo. El trabajo de los humoristas consiste en ir por la cuerda floja: picar sin abrasar, a veces resultar escandalosos sin pasarnos… Y él lo ha hecho mal. Yo no tengo síndrome de Down ni gente a mi alrededor que lo tenga. Tampoco las mamadas me escandalizan especialmente. Y, aun así, ese chiste me ha dejado completamente fría. De hecho, me ha levantado un poco el estómago. Ha hecho mal su curro, sintiéndolo mucho.
No creo en los límites del humor. En el ámbito de la ficción, del humor, del arte, de la novela, de la música… puedes hacer lo que te de la gana. Tienes libertad total. Pero luego tienes una respuesta del público que puede dejarte la sala vacía o contestarte con una sonrisa congelada. Te pueden echar del trabajo, precisamente, porque la sala está vacía y la sonrisa está congelada. Tu curro es hacer reír. Y con ese chiste no has hecho reír a nadie. No es una cuestión moralista, sino de selección natural, de darwinismo puro.
Puedes hacer un chiste de lo que quieras, pero si ganas de dinero (de una cadena), vives de ello, y ese curro lo haces mal porque provocas que, en vez de reírse, a la gente se le revuelva el estómago… pues bienvenido al mundo. A mí también me despiden si hago mi trabajo mal.
-En el libro hablas sin tapujos sobre la menstruación, un tema muy censurado. Lo haces, además, hablando abiertamente sobre la copa menstrual. En primer lugar, ¿por qué todavía a estas alturas hablar sobre la menstruación escandaliza? Y, en segundo, ¿por qué eres tan defensora de la copa menstrual?
-La copa menstrual la utilizo como metáfora de las consecuencias de que lo nuestro no sea universal ni normal, sino raro, secundario, esté escondido. ¿Por qué la copa menstrual no existe desde el día en que existe el plástico? Pues no: en su lugar están estos métodos perfumados que no quiero utilizar. Al final quien hace todo: los productos, la cultura hegemónica, los trabajos, el poder… es alguien que no se parece a mí. Esa persona hipotética, esa figura de poder, no sabe que a mí no me interesa perfumarme el coño, sino contaminar lo menos posible y estar cómoda.
-También hablas en el libro sobre el porno como la escuela sexual donde se han formado chicos y chicas. ¿Por dónde pasa romper con los falsos mitos que arrastra la industria pornográfica respecto a cómo actúa un hombre y una mujer en el plano sexual?
-Es lo mismo: nos han enseñado a adaptarnos a una mirada y una manera de entender el sexo que no es la nuestra; a un cuerpo que no es el nuestro. Incluso diría que muchos tíos tampoco comparten esa visión, solo algunos muy determinados. Fuera del porno queda el clítoris, por ejemplo. Fuera del porno quedan las caricias. Fuera del porno quedan muchas de las cosas que tienen que ver con el sexo de verdad. Los críos están viendo porno y quizá estaría bien que, en los colegios, se les dijera que eso que ven no es así. Que no funciona de esa manera. Luego ven un coño con pelos y se desmayan: les rechina. Y, mientras tanto, la existencia del mayor órgano de placer de las mujeres está desaparecido del cine, del porno, y de todas partes.
En las pelis ves a dos follando y son dos personas chocando de una manera muy extraña. Nunca he visto una estimulación clitoriana. Un polvo parece que no es una cosa para nosotras. Me preocupa que los críos no entiendan la sexualidad. Faltan modelos y, sobre todo, educación.
-Es evidente que convivimos con contradicciones. Una de las más llamativas que señalas es la que tiene que ver con el “patriarcado de consentimiento”: aquello de que cada persona busca cumplir lo que se espera del rol que le ha sido asignado. Por ejemplo, en el de las mujeres, entre otros, la belleza. ¿Es menos feminista una mujer que se depila o se maquilla? ¿Cómo te enfrentas a estas contradicciones?
-El “patriarcado de consentimiento” tiene que ver con toda esa educación que nos lleva a comportamientos sutiles, y que son los más complicados de cuestionar. Es el tutú de la niña, que yo no creo que sea en sí mismo dañino, pero supone una categoría donde luego parece que te tienes que mover el resto de tu vida. Lo que haces porque parece que quieres hacerlo es lo más difícil y peligroso de desmontar.
Hace un tiempo, fue asesinada una mujer, una abogada, por su pareja, que tenía antecedentes de maltrato. A ella la pusieron verde, incluso muerta, porque estaba con un tipo que era un maltratador. Hay tantos productos culturales sobre redimir al depredador: 50 sombras de Grey, Crepúsculo… Todo el cine está lleno de eso. De “te pega porque te quiere”. Y sí: es cierto que esa mujer estaba consintiendo, pero ¿por qué? ¿Por qué te pones zapatos hasta que te sangran los pies? ¿Por qué te operas la nariz? ¿Por qué no te pones un bikini si no estás dentro los cánones? Porque quieres: nadie te está poniendo una pistola en la cabeza. ¿Y por qué quieres? Ese es el tema.
Nos seguimos maquillando. En muy pocas ocasiones es una elección propia.
-El tema de agujerear las orejas de las niñas para ponerles pendientes.
-Justo: ese es el ejemplo que pongo en el show. En el show salgo con tacones, me maquillo; estoy muy feminizada… a veces; otras reconozco que voy al curro con un jersey y una coleta. Creo que tiene que ver con el punto del divertimiento. A mí me divierte el travestirme, la feminización: soy disfrutadora. Pero jamás me haría una operación de estética. Yo me pongo uñas de gel, me las quito; tengo canas, no las tengo. También creo que hay un punto en el que tenemos que dejar hablar tanto de nuestros cuerpos y más de nuestras mentes, autoestima y activismo político.
Aun así, no podemos vivir sin contradicciones. Es imposible estar en la coherencia extrema. Hay que hacer lo que buenamente podamos.