Hace justo un año escribía sobre otra serie de Bambú Producciones también protagonizada por Tristán Ulloa. Se trataba de El caso Asunta donde comenzaba a meterse en la piel de un asesino, entonces el condenado padre de la menor. Ahora es Salva, uno de los amantes de Maje, el que estuvo dispuesto a matar por ella, aquel compañero de trabajo que no encajaba para nada en su perfil de pareja sexual y se convirtió en el ejecutor que necesitaba, una vez se asentó en su cabeza la idea de cambiar de estado civil sin pasar por un desagradable divorcio, que no le convenía económicamente. Imaginan los guionistas que fue el marido quien le dio la idea en una conversación sobre pensiones, herencias y seguros de vida, tras la muerte de un par de colegas en un accidente de tráfico.
En aquel artículo sobre Rosario Porto y el auge del true crime me preguntaba quién sería 'la viuda negra de Patraix' en la ficción y, a pesar de que es difícil saber cuántos relatos cuentan con personajes femeninos asociados a la peligrosa araña que inspira el calificativo, los creadores han optado por reincidir y usar la etiqueta como título en español cambiando para la versión en inglés a A widow’s game (El juego de la viuda).
En ambos desaparece el localizador valenciano, porque en los productos orientados al mercado global sobran las referencias a emplazamientos concretos. De hecho, es esta una peculiaridad de las noticias de sucesos, más aún desde que el clickbait se instauró en nuestro consumo periodístico. El dónde es prescindible en el titular, porque importan más el quién y el cómo. Sin embargo, mientras que en la crónica negra en prensa informar sobre el lugar se ventila con una mención en la entradilla, en las piezas audiovisuales es un aspecto más relevante y las localizaciones forman parte del planteamiento. En la historia del asesinato de Antonio Navarro, Arturo en la película, el barrio donde vivía la pareja y donde se cometió el crimen apenas se señala un par de veces: cuando descubren el cadáver y al situar el bar en el que se encuentran Maje y Salva. Es la València de postal, perdón, de Instagram, la que el mundo entero puede ver: el amante preferido, el publicista que no sabía ni que estaba casada, vive frente a Les Arts y la Ciudad de las Ciencias; los policías circulan por las coloridas calles del Cabanyal; la inspectora desayuna mirando el Mercat Central, y el matrimonio va y viene de Novelda atravesando L'Albufera. No hay glamur en conducir por la AP7.
Sorprende, para bien, el enfoque policial de una trama que podía explotarse desde otra perspectiva erótico-festiva, con los cuatro amantes simultáneos de Maje. Tan protagonista o más que la joven es la jefa de Homicidios de la Policía Nacional, interpretada por Carmen Machi, y se incluye el fallecimiento de su compañero, Berni, Blas Gámez en la vida real, el subinspector al que dedican la película, que fue asesinado al intentar identificar a quien mató y descuartizó a un peluquero en Russafa.
Con algunos apuntes sin desarrollar sobre la privacidad de la intuitiva investigadora, la película bien podría ser el piloto de una serie policiaca de episodios independientes, con una subtrama que sigue tanto la cotidianeidad de la comisaria como la personal a lo largo de la temporada. Porque —quién lo diría—, el asesinato de Maje y Salva no da para una serie de seis capítulos como El caso Asunta. En opinión de los responsables, no tuvo giros significativos y, por ello, intentan explorar la mente de los protagonistas, aunque de una manera superficial con tan pocos minutos. Bucear en las motivaciones del crimen hubiera resultado demasiado doloroso para los familiares de todos los implicados. Quedémonos pues con los hechos probados.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 128 (julio 2025) de la revista Plaza