VALÈNCIA. Tánger es una de esas ciudades cuya mención siempre evoca libertad, la promesa de un mañana diferente, de una ruptura con lo de siempre, con la convención, con las limitaciones que nos autoimponemos. Tánger, la puerta de África, la ciudad que enamoró a algunos de los más destacados representantes de la Generación Beat -no en vano la célebre foto de Jack Kerouac y Neal Cassady que ilustra una famosa edición de En el camino se hizo allí, posando frente a una pared que es imposible no buscar cuando se pasea por sus callejuelas-, la ciudad de Mohammed Chukri, el beatnik marroquí. El Café Hafa donde se dice, estuvieron The Rolling Stones y Bob Marley, fumando ganja con la vista puesta en el rugido interminable del estrecho en el que las masas de agua del Mediterráneo y del Atlántico colisionan en un espectáculo de una belleza sobrenatural. En Tánger precisamente echa raíces la novela de Cristina López Barrio que le ha servido para ser finalista del Premio Planeta dos mil diecisiete, Niebla en Tánger, dos veces título, pues así se llama también la historia que leen los protagonistas en una de las capas de esta novela matrioska.
¿Qué tiene Tánger que tanto inspira? Nos dice López Barrio: “Te cautiva por todo, como por ejemplo por su historia, la del Tánger internacional. Yo había ido con veinte años porque me encantaba todo lo que tenía que ver con el mundo oriental; había leído Las mil y una noches, y llegas allí y todo es muy sensorial: recuerdo los olores, las calles estrechas de la Medina, el canto del muecín... Todo me transportaba. Llegaba el atardecer y de repente oías el canto... Es todo tan distinto. Esa fue la primera vez que me enamoré de la ciudad, cuando tenía veinte años. Luego volví el verano pasado; yo estaba en Asilah y me invitaron unos amigos que estaban allí, y fue el reencuentro. Uno de ellos conocía muy bien toda la época del Tánger internacional, que yo la tenía muy olvidada después de veintitanos años sin ir, y me llevó a una librería, la Librairie des colonnes que es muy conocida allí, una librería mítica donde iba Paul Bowles y tanta otra gente de la cultura que ha pasado por Tánger. Tuve la suerte de que mi amigo me presentase a Rachel Muyal, una mujer judía que llevó la librería durante veinticinco años, y esta mujer me llevó por Tánger, me llevó a la sinagoga, me habló de su familia, de cómo vivían ellos allí, y esa fue la documentación emocional que empleé, una documentación que como siempre digo es tan necesaria como lo que te lees, el conocer a gente que te cuenta sus historias.
Hay muchas cosas de la novela, como cuando una de las protagonistas se casa y hace el contrato en duros de Castilla, que surgen de lo que me contó esta mujer. Allí todavía tenían muchas leyes de Castilla de cuando los expulsaron en mil cuatrocientos noventa y dos, aparte de que hablan español perfectamente muchos de ellos. Te hablo de que ella se casaría en los sesenta. Y su contrato seguía siendo en duros de Castilla. Como decía, en esta vuelta a la ciudad fue cuando Tánger ya me cautivó del todo”.
Al margen de que por motivos obvios, Tánger es la estrella indiscutible de la novela de López Barrio, la acción no transcurre únicamente allí, sino también en un lugar tan lejano geográfica y culturalmente como Rusia. La autora explica así este puente narrativo: “A medida que iba construyendo la historia iba incluyendo elementos del siglo XX que a mí me resultaban atractivos. Yo quería que hubiese un matrimonio entre varias religiones, aunque es cierto que me contaron que era muy raro que se diera, pese a que no era tan extraño que esta mezcla se diese entre amantes. Fue una de esas cosas que te nacen: además, me venía bien que la protagonista fuese rusa porque podía incluir elementos como que su padre ya hubiese ido a Tánger y después tuviese que volver huyendo de la Revolución. Hay muchas cosas de esa época que me gustan y las fui hilando, como el cine, o Rodolfo Valentino”. López Barrio ha querido que su historia tenga siempre un pie en lo real y otro en lo misterioso, en lo místico, en lo legendario, de tal manera que el lector no pueda estar completamente seguro de en qué terreno se está moviendo hasta el final de la historia. “Quise jugar con el elemento misterioso y con la idea de si una creación artística es generadora de vida y hasta qué punto. A mí me gustan mucho las leyendas y de ahí que juegue con la idea del judío errante, del hombre maldito, con el mito de Dorian Gray, que aparece con el viento y desaparece tras seducir a una mujer... Me gusta establecer una línea entre lo realista y lo fantástico, algo muy del realismo mágico, donde a lo largo de la lectura se intuye que pueden haber dos salidas: una realista y una fantástica”.
Respecto a la elección de una estructura matrioska, como decíamos al principio, en la que los protagonistas también son lectores, dice la escritora: “Fue premeditado. Esta novela la escribí por un cuento de Cortázar, Continuidad de los parques, donde una ficción es continuidad de otra, una se mete dentro de otra. Utilizando este relato de inspiración, decidí que quería hacer lo mismo pero en una novela, que hubiera dos ficciones y que se retroalimentaran, de tal manera que una acción va avanzando a medida que avanza la otra acción, y que tuviera un final circular, que el final de la novela Niebla en Tánger [que es también el título de la novela que se lee dentro de la novela] estuviese por escribir todavía”. A propósito de la ficción, es de agradecer encontrar historias de una mitología tan desconocida para la mayoría como es la sefardí o la bereber, que sí ha conocido López Barrio para poder integrarla en su novela: “Descubrí la mitología sefardí en un libro de Ángel Vázquez y gracias a un libro que me compré de Tánger, pero no sabía nada hasta que empecé a investigar para esta novela. También me sirvió mucho un libro, Cuentos del Rif (contados por mujeres cuentacuentos), de donde saqué, por ejemplo, el cuento del hombre que mata a una mujer y hace con su piel una pandera. Me parecía fundamental ser fiel a las tradiciones de la ciudad; lo de que los bereberes se tumbasen sobre los túmulos como aparece en la novela era una costumbre real, las hechiceras lo hacían para hablar con los difuntos”.
Es uno de los premios más importantes del mundo, el segundo en dotación económica en el campo de la literatura, solo por detrás del Nobel. Que se abra el sobre y salga tu nombre implica que todos los focos te van a iluminar y que miles de personas van a conocer tu nombre de la noche a la mañana, sin más referencias. ¿Da vértigo ser finalista del Premio Planeta? “Me dio vértigo cuando me dijeron que se iban a publicar noventa mil ejemplares en la primera edición. Nunca había salido con tantos ejemplares con ninguna otra novela. Con La casa de los amores imposibles, que fue mi primera novela y un éxito, salimos con dieciocho mil, y además en dos mil diez, que la cosa no estaba todavía como estaría después. Para un momento como el actual son muchos libros. Da vértigo pero es maravilloso, es un antes y un después. Hay mucha gente que se va a acercar a mí porque soy finalista del Planeta. Aun así, todavía lo tengo que digerir. Ha ido todo muy deprisa”.