VALÈNCIA. Isabel Coixet quedó fascinada con Benidorm hace años cuando fue a hacer un documental sobre la explotación urbanística que nunca se terminó de concretar. Desde ese momento se obsesionó con la idea de hacer una película allí, en la que la ciudad se convirtiera en una protagonista más, en la que pudiera plasmar todos sus contrastes, todas sus luces y sus sombras. Por una parte, el Benidorm del Imserso, calmado y abierto a la exploración, juguetón y en el fondo inocente. Por otro, el Benidorm lúdico y hortera de las despedidas de soltero y las juergas anglosajonas de mojitos a un euro. Por último, el Benidorm de sus propios habitantes, tan desconocido, y que se mueve entre todos esos choques culturales.
Nieva en Benidorm casi podría ser una película basada en una novela de J.G. Ballard, escritor que, además, se enamoró de la costa levantina. En ella pulula el misterio y la extrañeza y quizás por esa razón resulta tan fascinante adentrarse en ella, como si el espectador se convirtiera en un explorador de una flora y una fauna realmente marciana que explota frente a sus ojos y ante la que resulta difícil posicionarse a favor o en contra porque provoca demasiado desconcierto.
Como no podía ser de otra manera, la película se basa en el choque entre polos opuestos que se atraen. El protagonista, Peter (Timothy Spall) lleva una vida anodina y metódica, profundamente solitaria en el gris y lluvioso entorno británico como empleado de un banco hasta que es prejubilado. Está obsesionado con los fenómenos meteorológicos porque se pueden predecir y de alguna manera le ayudan a ordenar y organizar sus costumbres. Son, digámoslo así, predecibles. Pero a partir de su llegada a Benidorm en busca de su hermano (metido en líos raros), nada de lo que ocurra obedecerá a ninguna lógica. Allí conocerá a una serie de personajes que lo enfrentarán a su visión del mundo, sobre todo la enigmática Alex (Sarita Choudhury), una mujer hecha a sí misma que aterrizó hace mucho tiempo en esa tierra extraña y que se ha blindado a cualquier estímulo externo para salir adelante mientras regenta un bar y ocasionalmente practica la danza erótica en el escenario. Todo lo que la rodea es un enigma, es una femme fatale madura que, en el fondo, como le ocurre a Peter, está sola. Isabel Coixet quiso que fuera como una especie de Linda Fiorentino en La última seducción, pero un 25% menos mala y con más corazón.
Así, la decadencia se dará de bruces con la pureza. La directora quería hacer una película noir que poco a poco se fuera convirtiendo en un romance crepuscular. Y quería hablar de la belleza de las cosas oxidadas, del amor en la madurez y la capacidad de arriesgarse a cualquier edad.
Es una película arriesgada. Nunca sabes qué va a pasar, por qué camino te va a llevar, y eso la hace especialmente fascinante a la hora de adentrarse en sus recovecos. Su itinerario nos lleva por toda una serie de callejones, algunos sin salida, pero en cada uno de ellos queda alguna imagen o alguna reflexión inesperada, una sensación. A lo largo de este viaje conoceremos a personajes tan excéntricos como inesperados: la empleada de unos apartamentos turísticos que ejerce de hechicera fanática en su intimidad (Ana Torrent), un carnicero erigido en jefe de la mafia local (Pedro Casablanc) o una inspectora de policía obsesionada con Sylvia Plath (Carmen Machi).
Atravesaremos el Benidorm diurno, con su calidez eterna y sus playas, con sus vistas maravillosas, y también el nocturno, con sus espectáculos inauditos y decrépitos, sus concursos de Elvis, sus bailarinas vaginales, sus escondites repletos de alcohol y luces de neón.
Con Nieva en Benidorm Isabel Coixet sigue ampliando su cosmogonía y, en ese sentido, podemos considerarla como una obra muy personal que habla sobre el desgaste, pero también sobre la capacidad de reinventarse. Al igual que buena parte de su filmografía, los protagonistas se sienten como extraños en un universo hostil, pero poco a poco irán aprendiendo las herramientas necesarias para vencer sus miedos, poder sobrevivir y salir adelante. Es una película muy melancólica, pero al mismo tiempo en ella hay esperanza. Hay drama, pero también ligereza, comedia, espíritu lúdico y una reivindicación del disfrute de las cosas pequeñas.