VALÈNCIA. Un conflicto como el que ha tenido lugar en Ucrania hace tres años no se puede entender leyendo la prensa. Se puede intuir, pero no comprender. Siempre hace falta más. Un libro muy recomendable fue Ucrania. De la Revolución del Maidán a la Guerra del Donbass del Grupo de Estudios de Europa y Eurasia. Este libro incluía códigos QR de lectura con el móvil para cargar imágenes y vídeos, pero hubo un documental perfecto para acompañar la lectura que duraba dos horas y media. No venía firmado por ninguna cadena de televisión, ni periódico ni medio digital. Aparecía en la cuenta de YouTube de un periodista freelance.
Ricardo Marquina colgó Ucrania: El año del caos. Dos horas y media de testimonios en los que recorría Ucrania de punta a punta. Las imágenes de los ucranianos del Este, de las regiones donde el conflicto sufrió una escalada trágica, en las que explicaban cómo habían compartido siempre la lengua rusa y la ucraniana sin ningún tipo de conflicto eran muy reveladoras. Mostraban lo que siempre olvidan los análisis geopolíticos y los documentales: a las personas. La gente a la que le cae un conflicto encima.
Marquina es freelance para medios extranjeros en el espacio ex soviético. En el tiempo libre de su trabajo realiza proyectos personales, como Los niños de Bragin. Se trata de un proyecto conjunto con las asociaciones españolas Bikarte y Familias Solidarias con el Pueblo Bielorruso que trabajan para conseguir familias de acogida en España para niños bielorrusos enfermos o de zonas degradadas. Para Marquina, es una especie de continuación de su documental Memorias de Chernobyl, donde entrevistó a testigos del famoso reactor 4 de la central.
Bielorrusia sufre un 300% más de casos de cáncer que el resto de Europa. La leucemia es la más habitual y un tercio de la población sufre patologías relacionadas con el tiroides. Cuando se produjo el accidente de Chernobyl, una nube radioactiva contaminó un 23% de la superficie de Bielorrusia en la que habitaban 2,5 millones de personas. La central estaba a 16 kilómetros de la frontera.
Según informó El País, fueron evacuados 327 pueblos. 40 de ellos, enterrados. Los alimentos quedaron contaminados. En las regiones económicamente devastadas, las familias solo pueden subsistir consumiendo lo que cultivan, o los animales que a su vez también comen los que cultivan. Incluso el vodka se elabora con cereal contaminado. Ocurrió hace treinta años, pero hacen falta miles para que se limpie la zona.
La región de Gomel
El documental de Marquina visita estos lugares. Entre zonas que están prohibidas a toda actividad humana, hay pequeñas aldeas. La economía es de supervivencia, autoconsumo. Aunque se conservan algunas granjas colectivas, koljoes, de la época soviética.
Abundan las mujeres solteras. El alcoholismo entre los hombres alcanza índices desmedidos. Las madres trabajan jornadas extenuantes de 15 horas diarias para mantener a sus familias. No pueden hacerse cargo también "emocionalmente" de sus hijos. En otras ocasiones, aún peores, estos viven en orfanatos. Sus padres, en condiciones cercanas a la exclusión social, pierden la custodia de forma intermitente. Desde hace años, los programas para que los niños tengan unas vacaciones en el exterior son abundantes. 50.000 niños salen al extranjero anualmente.
En el documental, se muestra que existen motivos médicos que avalan estas vacaciones. Los niños regresan con menos radioactividad en el cuerpo que con la que salieron. Sobre todo porque dejan de comer alimentos procedentes de esa tierra. Aunque el componente más importante es el psicológico, estas vacaciones son su gran ilusión.
Nuevas referencias y perspectivas
Si están enfermos, se olvidan de la oscura vida en el hospital. Pero si no, al menos encuentran referentes para que se motiven en los estudios y no asuman que la vida que les espera es la que misma que atrapó a sus padres. Según la opinión personal de Marquina: "quizás sea más importante para esos niños comprender que otra vida es posible, que pueden tener más opciones que trabajar en una granja, tener un hijo con 17 años, y caer en el alcohol como sus padres. Especialmente para las niñas, ya que las mujeres en esa región son en su inmensa mayoría, madres solteras. Yo sólo vi una casa con un padre".
Algunos de los niños entrevistados, aparte de echar de menos lo obvio, como la playa y el tiempo libre que disfrutaron en España, de lo que hablan luego es de que les gustaría trabajar de mayores en una ciudad.
Bielorrusia es el país más dependiente de Rusia y como en casi todo el espacio ex comunista europeo, la evolución del capitalismo postcomunista afectó de forma muy diferente a los núcleos urbanos y al medio rural. Según el autor: "He trabajado en muchas regiones deprimidas de Rusia, Ucrania, Bielorrusoa, Kazajistán, Armenia y otros. La provincia ha tenido una evolución mucho más lenta que la capital, especialmente en los países periféricos de Rusia. Muchos de ellos conservan estructuras mentales, políticas y sociales soviéticas. Si hablamos de Bielorrusia, su dependencia de Rusia y sus escasos, o casi nulos, recursos, lo convierten en un país casi provincial en sí mismo, de hecho, y no sin razón, se dice que es o más similar a la URSS que queda en nuestros días".