«Los extremos siempre son malos ya vengan del fundamentalismo antivacunas como del fanatismo provacunas», asegura el director de la Cátedra Balmis de Vacunología de la Universidad de Alicante. Las vacunas salvan a miles de personas cada día, pero no son una panacea
VALENCIA.- Todos saben que la vacunación es el progreso sanitario más importante tras la potabilización del agua. Sin embargo, desde que Edward Jenner practicara la primera inoculación contra la viruela en 1796, la historia de las vacunas acumula más controversias que ninguna otra medida preventiva. Así lo constata la extensa lista de teorías conspiranoicas alimentadas por quienes pretenden abolirla: desde el miedo a que las inyecciones provoquen autismo, que contengan mercurio o que estimulen la homosexualidad, hasta la confabulación de gobiernos y multinacionales farmacéuticas que programan vacunas para extraer ADN de los ciudadanos, expandir enfermedades como los chemtrails o reducir la población mundial.
A diferencia de Francia, el país europeo con más rechazo social a las vacunas —en niveles cercanos a los movimientos antivacunas americanos—, en España, donde la confianza de padres y colectivos sanitarios se sitúa entre las mayores en Europa, los casos de fallecimiento de niños por difteria y meningitis B en los últimos dos años han encendido la controversia en torno a si las vacunas deben ser obligatorias y no sólo objeto de recomendación como hasta ahora.
Porque el rechazo a las vacunas perjudica tanto como el entusiasmo de quienes ven en ellas la salvación a todo, José Tuells (Tetuán, 1955), jefe del servicio deInvestigación y Medicina Preventiva del Departamento de Salud del Vinalopó, reivindica la vacunología social, la divulgación honesta, la información de calidad y el debate social que transmita la necesidad de la vacunación sin imposiciones. Tuells, que dirige la Cátedra Balmis de Vacunología de laUniversidad de Alicante, ve con esperanza el futuro de la vacunación personalizada, aquella que afine en la diana de nuestros genes para prevenir enfermedades futuras.
—¿Dudamos de las vacunas más que antes?
—Hay dos colectivos de personas que dudan: los sanitarios y la gente común. Desde hace diez años, un foco importante se debe a internet.Reciben estímulos que les hacen empezar a preocuparse por sus hijos, por su seguridad, al igual que no quieren piedras el patio del colegio, o se preocupan por la alimentación y otros temas de la salud. Quieren vacunas bien hechas, seguras y eficaces.
—¿En España existe el movimiento ‘antivacunas’?
—No lo creo. Un movimiento necesita estar organizado, hacer manifestaciones, publicar artículos, y que se adhieran figuras importantes como en Estados Unidos, donde recibe apoyo y financiación, con mucha repercusión mediática. En España hay gente en contra pero, según el Ministerio, la cobertura vacunal de los niños en sus tres primeros años de vida llega al 96,6%. Si hay un movimiento debe de ser muy malo porque no funciona. Existe una liga para la libertad de la vacunación, nacida en Francia y con presencia también en España —sobre todo en Cataluña—, en la que hay profesionales sanitarios, con sus pequeñas conferencias y reuniones, pero su repercusión es limitada; no hacen proselitismo.
—Pero aquí tenemos personajes como Josep Pàmies, un empresario agrícola que cuestiona las vacunas, que cuenta con cierto predicamento.
—Eso es una tontería. Entra en el colectivo de negacionistas folclóricos. Es anecdótico. Tal vez en España se está inaugurando una nueva clasificación con el negacionismo granjero [ríe].
—En Estados Unidos el movimiento antivacunas levanta pasiones, con la paradoja de que las élites empiezan a rechazar las vacunas, y son los pobres los que se están vacunando.
—Ciertos grupos influyentes, con nivel medio-alto o alto, se convierten en rechazadores o críticos y no vacunan a sus hijos. Las vacunas se han impuesto de forma obligatoria en algunos Estados, y eso produce adhesiones pero también causa rechazo entre quienes no quieren que les obliguen. Las capas más altas de la sociedad americana contribuyen a esa crisis de confianza en las vacunas, imbuidas por el efecto de relajación sobre la vacuna. La difteria o la polio ahora suenan a chino a los jóvenes, y nos preguntamos para qué sirve vacunar de difteria, tétanos o sarampión si ya no están. A ese descreimiento contribuye no tener miedo a la amenaza de esas enfermedades; se cree que son cosa del pasado.
—En algunos de sus artículos se posiciona en contra de colocar de forma indiscriminada la etiqueta ‘antivacunas’ a todos los que critiquen o cuestionen la vacunación.
—Con la vacuna hay dos tipos de fundamentalismos o fanatismos: los antivacunas y los provacunas. Son dos extremos. Tan malo es el fundamentalismo negacionista o antivacunas, que son pocos, como los fundamentalistas de la vacuna, que no sé si son más, pero algunos de ellos son vacunólogos. Hace un tiempo encuestamos en Alicante a unas cincuenta personas, entre las que había naturistas, y eran rechazadores pero no negacionistas absolutos. Conozco a médicos en esos colectivos que han puesto la vacuna de la polio a sus hijos. Los provacunas claman al cielo cuando muere un niño por difteria, partidarios de obligar a vacunar y de quitar el título al médico que duda. Los rechazadores usan el mismo dramatismo, con vídeos impresionantes de niños afectados por daños de las vacunas. Deben reconocerse los efectos adversos y graves, y exigir una buena farmacovigilancia, no rechazarlas en absoluto. También algunos fundamentalistas provacunación se pasan de entusiasmo cuando oyen que va a haber una nueva vacuna frente a lo que sea.
—¿Un ejemplo de ese entusiasmo fue el virus del papiloma humano (VPH)?
—Sí. Primero se ensayó en mujeres de 18 a 25 años, sin embargo, se pone a niñas de 10 a 14. Se les escaparon, al hacer los ensayos, algunos efectos adversos muy poco frecuentes que se producen en edades más jóvenes, cuando todavía algunas partes del sistema nervioso están en desarrollo. Dos de los cuatro serotipos se relacionan con el inicio del cáncer de útero, y los otros dos con los condilomas (las verrugas genitales, en hombres y mujeres). Teniendo en cuenta que los hombres son propagadores del virus deciden deciden ponérsela también a los niños, y en EEUU, Canadá y Australia ya se recomienda. En Europa se ha aceptado la recomendación y dentro de poco el movimiento provacunas empezará a pedirla. Eso supone una gran inversión, ¿de dónde la quitamos? Hay vacunas que epidemiológicamente no están justificadas, salvo en casos de población de riesgo.
—La vacuna de la gripe también la critican algunos sanitarios.
—Le ha hecho mucho daño la mala gestión de la epidemia pandémica de 2009, el miedo innecesario generado ante una epidemia que no fue. Los sanitarios se han hecho un tanto descreídos y, tal vez, no la recomiendan con entusiasmo. Las personas se fían de lo que los sanitarios dicen, y si los ven descreído, también dudan. Algunos médicos, con cierta razón, cuestionan la eficacia de la vacuna por razones epidémicas: si esta temporada no ha sido muy efectiva, ¿para qué ponerla? Es curioso que cada año haya una vacuna con tres cepas, ¿por qué no son vacunas para administrar dos o tres veces a lo largo de la vida? Quizá no se ha encontrado la forma para que funcione así, el mecanismo de producción puede estar obsoleto o es mejor vender una vacuna todos los años. Pero la duda es una moda más.
—¿Las políticas públicas tienen en cuenta ese panorama?
—No está sobre la mesa. El traspaso de competencias a las Autonomías, tan bueno para muchas cosas, no lo es para las vacunas. El consenso para un calendario único o común no se ha conseguido. Es paradójico que en Europa se hable de un calendario para todos, con algunas campañas específicas en cada país, y que en España sigamos con calendarios autonómicos parecidos pero distintos. En Cataluña llevan quince años de programa piloto con la vacuna contra la hepatitis A, en el País Vasco se aplicaba la BCG (contra la tuberculosis) hasta hace tres años mientras que en el resto de España se dejó de administrar hace mucho tiempo. Madrid ha decidido poner la del neumococo a los mayores de 60 años. Si aquí decimos que queremos ser Madrid, ¿a quién le quitamos los cuatro millones de euros para subvecionarlo? Lo que aplauden algunos provacunadores no siempre es solidario, porque aunque evite alguna neumonía, ¿tiene un fuerte impacto en la epidemiología? No es seguro.
«La vacuna contra el papiloma se ensayó en mujeres de 18 a 25 años pero se pone a niñas de 10 a 14 sin estudiar posibles efectos adversos a esas edades»
—En 2015 la Unión Europea se planteaba como objetivo erradicar el sarampión y la rubeola, asegurando que llegaríamos a cero casos, y ésa no es la realidad en 2016.
—La OMS y los organismos europeos hacen proyectos y proyecciones. Hubo algo muy famoso como el «Salud para todos» en el año 2000, y ahí se quedó. Estas metas no son más que estímulos para avanzar hacia la eliminación o el control, que son necesarios porque obligan a actuar, por ejemplo, controlando a los pequeños colectivos excluidos.
—La compensación por los efectos adversos de las vacunas brilla por su ausencia en nuestra legislación. ¿La medida generaría más confianza?
—Alemania o Francia la tienen desde hace cincuenta años. Esto aumentaría la confianza de la gente en las vacunas, porque se reconoce que, aunque a veces fallen, se compensa. Se necesitan normativas imaginativas, medidas de compensación de daños y atender a los colectivos más vulnerables. Debe combatirse la inequidad con un calendario único. Todo eso da tranquilidad. Aquí entra la vacunología social: verdaderos comunicadores, no expertos o gurús, que recomienden, sin obligar, de forma honesta. Aceptar las vacunas porque se entiende que son buenas no es lo mismo que aceptarlas pensando en el miedo de no hacerlo. Esto debería aplicarse no cuando pasa algo, sino cuando no pasa nada.
VALÈNCIA.- Las ruedas de prensa han marcado hitos en la historia de las vacunas. Con la misma expectación que cuando Jonas Salk presentó al mundo, en abril de 1955 en la conferencia de prensa más vista y multitudinaria, la primera vacuna contra la polio, en 1998 dio la vuelta al mundo la alarma suscitada por un estudio firmado por el exdoctor británico Andrew Wakefield en el que, según unos informes manipulados por él mismo, quedaba probado que la vacuna triple vírica producía autismo. Expulsado de la carrera médica en Reino Unido por el fraude de su investigación publicada en The Lancet, Wakefield ha vuelto al candelero como héroe del movimiento antivacunas estadounidense de la mano de un documental que recuperaba el miedo a las vacunas como promotoras de autismo, y que fue retirado por el actor Robert de Niro en la pasada edición del Festival de Tribeca, donde se había previsto emitirlo.
* Esta entrevista se publico en el número 25 de la revista Plaza (XII/2016)