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tribuna libre / OPINIÓN

No les fallemos

25/11/2017 - 

Otro año más. De nuevo llega el día de la eliminación de la violencia contra las mujeres, o día contra la violencia de género, o contra las violencias machistas, o como queramos llamarlo, y aquí estoy de nuevo. Repitiendo que no quisiera conmemorar esta fecha pero que no nos queda otro remedio.

Como si fuéramos el protagonista de Atrapado en el tiempo, en su eterno día de la marmota, nos plantamos en un nuevo 25 de noviembre con la necesidad de plantearnos si todo sigue igual o si hemos hecho algo de lo que prometíamos el año pasado, y el anterior, y los anteriores.

La respuesta rápida, y políticamente correcta, sería decir que sí. Que hemos aprobado un pacto de Estado contra la Violencia de Género y además un pacto en nuestra Comunidad, la valenciana. Así que deberíamos congratularnos. Pero luego llega la realidad con su manía de pegarnos bofetadas en la cara y todo lo echa por tierra. Por desgracia.

Porque la realidad arroja unas cifras que superan a las del año anterior en el número de mujeres asesinadas. Y también supera en ese desgarrador dato de menores asesinados como forma más cruel e inhumana de ejercer la violencia de género. Y es también la realidad la que nos muestra que nuestra juventud está dando alarmantes pasos atrás en materia de igualdad, lo cual nos pinta un futuro muy negro.

Es también la realidad la que nos dice que a la sociedad le importa demasiado poco la violencia de género, ya que según las encuestas del CIS no pasa de un triste puesto décimo octavo entre las preocupaciones de la ciudadanía. Y la que, para rematar, nos enseña cómo, según los últimos datos, gran parte de la población europea considera que el papel de la mujer está en el ámbito doméstico. Y esto es algo para hacérselo mirar.

Pero la realidad no solo se alimenta de encuestas. Cualquiera podemos verlo, cualquier día, con solo leer la prensa, sentarnos ante la pantalla del televisor, o entrar en redes sociales. En el momento en que otra noticia polariza la atención, la violencia de género pasa al furgón de cola de las noticias, si es que tiene hueco en ellas.

Además, parece que nos hemos anestesiado o, peor aún, resignado. Ya no basta con que un hombre mate a su esposa, a su pareja o a quien lo haya sido para encender las alarmas. Es como si necesitáramos un plus para que nos hagan levantar la vista de cualquier otro tema. Lo vimos este verano, cuando el foco de atención se centraba más en los avatares judiciales de Juana Rivas que en el verdadero problema que existía detrás de todo ello, y lo seguimos viendo cuando, pasado poco tiempo, casi todo el mundo parece haberla olvidado. También lo seguimos viendo cada vez que, por un instante, algo nos mueve las entrañas. La conmoción dura poco, cada vez menos, y las ganas de analizar qué pasa, más allá del hecho luctuoso, se quedan en nada.

Y es esa misma realidad la que hace nada nos ha dado dos golpes tremendos, en nuestra propia Comunidad Valenciana. El asesinato de una mujer en Elda, en la puerta del colegio de su hijo, con él y sus compañeros delante, y el terrible asesinato de una niña de dos años por su propio padre. Es como si esa realidad nos recordara a diario que puede ser lo suficientemente horrible para que despertemos de la anestesia. Pero, como los drogadictos, cada día necesitamos más dosis de horror para que nos cause efecto.

Es evidente que no basta con pactos, por bienintencionados que sean. Que, como dice el refrán, obras son amores y no buenas razones. Y las obras no son otras que una apuesta seria por atacar el problema de raíz, con acciones decididas y, sobre todo, con inversión. Porque las leyes sin presupuesto no son otra cosa que papel mojado. Y, trayendo de nuevo a colación el refranero, mucho te quiero perrico, pero pan, poquico.

En estos días he visto más tinta y más tiempo invertido en buscar un culpable que en buscar una solución. Y así no vamos a ningún sitio. O sí, vamos a la perpetuación de una pandemia que debería haber desaparecido o, al menos, dar señales de estar en regresión y no lo contrario.

Asi que, o hacemos algo, o esto continuará sin remedio. Y ese algo está en manos de todas las personas. De quienes gobiernan, porque les compete poner los medios para actuar sobre ello, pero no solo de ellos. Pensémoslo cada vez que nos reímos ante un chiste machista, que cerramos los ojos o pasamos de largo ante un episodio de violencia machista, que frivolizamos con el tema de la igualdad o que asumimos los roles y los estereotipos como algo sin importancia. Mientras no atajemos el problema desde su raíz, el machismo, no podremos hacer otra cosa que poner tiritas en las heridas, pero ni evitaremos que se causen ni tampoco evitaremos la infección.

Y ya está bien de tiritas, aunque sean de color morado, y tengan forma de lazo.

Susana Gisbert es fiscal especializada en violencia de género, portavoz de la Fiscalía Provincial de Valencia y escritora

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