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València a tota virolla 

No me enseñes más tus calas: la rebelión promocional en la costa valenciana

La cala, hecha carne de aspiracionalidad viral, vive una corriente de fondo: oponerse a decir dónde están los paraje de ensueño que se visitan. Postureo o rebelión

9/09/2023 - 

VALÈNCIA. ‘Cinco calas impresionantes para este verano’, ‘las playas mejor guardadas del Levante…’. Sería extraño que el turismo, desplegado sobre la costa valenciana con el marchamo de un chorreo de aceite, no resultara un fenómeno cultural a partir de sus propias tensiones. Lo es, aunque todavía inicialmente, en el imaginario estético (a la manera de Martin Parr), en el literario (hola, Crematorio) y desde el verano a través de un duelo viral: la pelea entre la exhibición pavonada en redes de la última cala conquistada y, al mismo tiempo, su ocultación. 

Llegar a una cala mediterránea lleva en la mochila un subtexto. Hacer gala de la llegada, de los pasos necesarios hasta alcanzarla, con un ritual tomado de los ritos de la escalada. Frente a esto, la criptocala: la voluntad de reservarse la información, no geolocalizar ese paraje de ensueño, bajo la premisa de que son entornos frágiles que deben resguardarse. 

Aunque puede que opere cierto síndrome por el cual los turistas siempre son los otros, y sobrevuele la aspiracionalidad de considerarse una cosa diferente al dominguero que usa la cala como su campo base, de fondo sobrevuelan los efectos que unos pocos superdifusores de contenido (‘he estado en una cala increíble…’) pueden provocar sobre el equilibrio de un paisaje natural. 

Foto: KIKE TABERNER.

 En las fotos de Instagram no hace calor, la playa está siempre vacía y el sol brilla con la intensidad exacta sobre el espejo del agua. No hay preocupaciones. No hay imperfección ni molestia, solo eternidad y una noción de prestigio y exclusividad que no se sostiene en nada, pero es innegable”, cree el escritor Josep Vicent Miralles. “Esa satisfacción inmediata es la que compensa las putadas de la vida real (como por ejemplo bajar cargado de sillas y utensilios dos kilómetros a cuarenta grados para acceder a la Granadella)”.

Miralles, acaba de publicar Estiu (Ed.Drassana), una novela en un pueblo de costa -Llocnou de la Mar- donde la idea del paraíso turístico enmarca la escapada de su protagonista, Júlia.

“La cosa estúpida -sostiene- es que aquellos que disfrutaban de espacios de privilegio auténtico lo abarataron a cambio de dos likes y medio y, en consecuencia, abrieron el paso a quienes venían a hacer negocio. En el caso de visitantes y empresas es más sencillo, porque si un espacio queda agotado y pasa de moda o se degrada de manera irreversible se pueden ir a por el siguiente “tesoro escondido”, ¿pero qué pasa con la gente que vive? ¿Qué ha obtenido? Nada. Vanidad. Empeoramiento objetivo. Traducido: hemos sido los pagafantas de la fiesta ajena”.

En ese descubrimiento puntual entre  las poblaciones locales -y la frustración al no obtener los beneficios prometidos- enmarca Miralles esta suerte de “autorregulación de nuestro desmesurado ego. No publicar. No identificar. No decir nada. O cambiar a una comunicación más selectiva en que abrir las puertas del paraíso sea una verdadera muestra de amistad y no un desorden compulsivo”, opina. “Eso y tener administraciones valientes que sean capaces de regular los usos de los espacios más valiosos (como ya pasa en otros muchos lugares) sin tener que vencer, precisamente, la resistencia de aquellos que a medio plazo serán los mayores beneficiados de su protección”.

Foto: KIKE TABERNER.

La corriente por ocultar la ubicación de esos markers del turismo a la mediterránea pone en evidencia una contradicción: “La paradoja es que la fotografía indiscriminada y detallada de lugares ‘únicos’ acaba con su singularidad (…) Por un lado está el negocio, aquellos que promocionan para llevar clientes a sus negocios y convierten playas, calas y montañas en su centro comercial (conservado con dinero público) y por otro, la carrera de la vanidad personal, la pulsión para reproducir experiencias de prestigio que nos lleva a extremos ridículos, como hacer dos horas de cola por una foto en la puerta azul de la Barraca de Xàbia, idéntica a otras cincuenta mil fotos en el mismo lugar”. El capitalismo del yo, resume. 

Un conflicto latente que representa, cree, el “drama de nuestro modelo turístico” y que forma parte de las profundidades de Estiu. “Haber sido incapaces de levantar algo parecido a una industria duradera respetándonos a nosotros mismos. En lugar de eso lo que hay es un ‘sálvese quién pueda’ en el que todo vale por la ganancia de hoy, a expensas de lo que sea. Si hemos de destrozar el mercado inmobiliario para ofrecer casas por quincenas, hagámoslo; si hemos de destruir el mercado laboral para nutrir de carne de cañón los bares, hagámoslo; si hemos de banalizar y masificar cada palmo de territorio para ganar un euro más; hagámoslo”. 

Porque si todo el territorio debe ser un catálogo de viajes, igual es difícil vivir en ese territorio. 

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