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Grand place / OPINIÓN

No way May!

28/03/2017 - 

Cientos de miles de británicos recorrieron las calles de Londres el pasado 25 de marzo pidiendo a su Gobierno quedarse en Europa. “No way May!”, gritaban. “¡De ninguna manera May!”. Porque los escasos 34 kilómetros del Canal de la Mancha que separan a la Gran Bretaña del Continente, como dicen los ingleses —como si ellos no formaran parte de él—, parecen un océano. O en eso se va a convertir si no lo remedian antes. Esta ola de remainers —los que se quieren quedar— venidos de todos los rincones del Reino Unido aprovechaba la celebración del 60 aniversario del Tratado de Roma, que daba el pistoletazo de salida a lo que hoy es la Unión Europea, a lo que Winston Churchill llamó en 1946 los “Estados Unidos de Europa”, para a continuación dar un paso atrás. ¿Dónde estaban estos ciudadanos indignados británicos antes del referéndum por el Brexit? Les echamos en falta el año pasado…

Y es que el reloj para su salida comenzará a contar el 29 de marzo, fecha prometida por la Primer Ministra británica, la no-electa Theresa May. Lo sabían desde el pasado 3 de octubre. Sabido es que el pueblo británico goza de una tradición democrática parlamentaria envidiable que se remonta siglos atrás. Pero ello no obsta para que demuestren que tienen algo más que cerveza en las venas. Aquí no nos vale la tradicional flema británica. Queremos verles en la calle todos los días, acampados al sol —o la lluvia— del Palacio de Wesminster, gritando su consigna: “¡Remain!”. ¡Quedarnos! Aunque sólo sea por reivindicar la mártir que ya tienen y que no ha sido enarbolada lo suficientemente cual bandera al frente de su indignación. La diputada laborista Jo Cox fue tiroteada y apuñalada días antes del referéndum, cuando hacia campaña contra el Brexit, por un hombre al grito de “Britain first”. ¿Les suena? Recordémosla siempre que podamos.

O, al menos, que salgan a la calle para acercarse al espíritu combativo y extrovertido de los países del sur. Aunque sólo sea por solidaridad. Sobre todo, después del exabrupto del Presidente de la Eurozona, Jeroen Dijsselbloem, holandés de Holanda. Socialdemócrata, cuyo partido se acaba de hacer un PASOK en las últimas elecciones nacionales, al perder estrepitosamente tras haber compartido legislatura y gobierno en coalición con los liberales-conservadores. Nada más y nada menos que dijo que los países del sur se gastan los fondos europeos en “alcohol y mujeres”. A estas alturas de la semana, el lector ya sabrá quién es este señor y qué cara tiene, en todos los sentidos.

Y, precisamente, porque a Dijsselbloem le han puesto de vuelta y media hasta los suyos. No sólo le ha invitado a que se vaya el presidente del Parlamento Europeo —donde se le interpeló por estas declaraciones—, Antonio Tajani, sino que hasta el presidente del Grupo de Socialistas y Demócratas de la Eurocámara, el italiano Gianni Pittella, considera que sus palabras sexistas y xenófobas, considerando a la mujer como mercancía, no son dignas del pensamiento socialista. Portugal en bloque y eurodiputados de todos los colores siguen pidiendo su dimisión, especialmente después de que negara, como San Pedro, lo que había declarado en un medio de comunicación escrito. Y, lo que es más grave, después de que se negara repetidamente a pedir disculpas y a retractarse, es que con sus palabras y su actitud ha contribuido a seguir abriendo la brecha entre el norte y el sur. Precisamente, en pleno proceso de salida del Reino Unido, en pleno proceso de exacerbación de los fascismos y los nacionalismos en Europa, en plano proceso de alejamiento de nuestro aliado al otro lado del Atlántico…

Pero lo más importante no es que Jeroen Dijsselbloem sea socialdemócrata, ni holandés, ni del norte, ni presidente de la Eurozona… Lo que debemos recordar es que, como Presidente del Consejo de Gobernadores del MEDE —Mecanismo Europeo de Estabilidad—, ha sido quien ha puesto contra las cuerdas a Grecia durante sus sucesivos rescates dejándola en manos de la troika. El último de ellos, con importantes recortes al sistema de pensiones. Precisamente Grecia, acusada de maquillar sus cuentas durante años, maquilladas con el beneplácito de las agencias de calificación de riesgo y la colaboración de Goldman Sachs. Que le pregunten, si no, al presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, vicepresidente de Goldman Sachs durante la epopeya griega… Pero, sobre todo, recordemos a Dijsselbloem, aunque no nos sea fácil pronunciar su nombre. Recordémosle siempre que podamos.

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