La tormenta por la falta de inversiones del Estado en la Comunitat ha amainado con la visita del ministro De la Serna a València. Dice que nos toca en 2018 y esa música nos suena
"La peor forma de esclavitud es la falta de esperanza, y la falta de esperanza se combate con autoestima, con orgullo". Lo decía el bueno de Paco Puchol en su carta con motivo del 30 aniversario del Club de Encuentro Manuel Broseta, que presidió durante 15 años. Sirva la cita como homenaje a un hombre que creyó en la importancia de la sociedad civil y en el diálogo como forma de resolver problemas. Hablaba también en esa carta de "reinventar nuestra Comunitat" para, entre todos, "hacer de esta, nuestra tierra, una tierra donde nuestros hijos quieran vivir". Sirva asimismo de recordatorio.
A Paco le sorprendió la muerte en el mar hace una semana de forma injusta para una persona de su exquisita educación, sin poder despedirse de tanta gente que le quería. Un abrazo desde aquí a la familia.
Mantener la autoestima y el orgullo es un reto diario para los valencianos en una España que nos ha puesto la etiqueta de vividores corruptos despilfarradores –todo junto– y, ahora, subsidiados con el FLA. Encima.
Resulta dramática la insignificancia del llamado 'poder valenciano' plasmada en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado (PGE) de 2017, que ya podemos dar por perdidos tras el paseo triunfal del ministro De la Serna por el Palau de la Generalitat y por la única obra pública visitable en 60 kilómetros a la redonda. Lo de Bonig –la única que montó el pollo, como escribí la semana pasada– quedó como un error en ¡prietas las filas! mientras el resto de partidos valencianos perfilaban sus estrategias en función de sus intereses electorales y no los de la Comunitat.
El resultado es que si se monta algún pollo será para comérnoslo con patatas fritas, como siempre, sin molestar. Mucho ruido aquí, pocas nueces allá. Baldoví le cantará las cuarenta a Rajoy en el Congreso, el presidente le responderá que sigue habiendo otras prioridades, Compromís pondrá el vídeo en Twitter y Facebook, el Telediario le dedicará 15 segundos y aquí paz y después gloria. Hasta el año que viene, que dice el ministro que nos toca el año que viene.
Alertan algunos de que con discriminaciones como las de este Gobierno crece el nacionalismo en la Comunitat. Dicen que es el argumento de Bonig para convencer a Rajoy. Y claro, no cuela, porque las encuestas del CIS muestran que la valenciana está entre las comunidades donde el sentimiento regional-nacional-autonómico tiene menos peso. Puede que haya odio a Rajoy, como a Zapatero en su día, alimentado por su oponentes políticos, pero no odio a España. Lo mismo apunta una reciente encuesta del Ayuntamiento de València. Si lo sabrán De la Serna y compañía, que con aparecer por aquí apagan cualquier fuego.
Quizás la solución no sea montar un pollo, sino mucho diálogo, mucho pasillo y mucho lobby. Más sociedad civil, ya que la clase política está pensando en la elecciones de 2019. Del esfuerzo de la Asociación Valenciana de Empresarios por el Corredor Mediterráneo hemos visto algo en los presupuestos y mucho en la actitud del ministro. La prueba de si ha servido para algo o si es una burla más la tendremos en cinco meses, cuando se presenten los PGE de 2018.
En esta columna he defendido varias veces la política de prevención antipufos urbanísticos del Consell. La inauguró Alberto Fabra cuando le dijo al promotor del Parque Ferrari en Cheste: Muy bonito, pero tráigame cartas bancarias que garanticen la financiación privada de los 1.000 millones que promete y hablamos, que la Generalitat no va a poner ni un euro. Chapeau!, por mucho que algunos se mesen ahora los cabellos al ver que "el proyecto de Ferrari se ha ido a Port Aventura", donde han puesto cuatro atracciones pintadas de rojo con una inversión de 100 millones. ¿No eran 1.000?
El Consell de Ximo Puig, que con la recuperación económica va a tener cola de promotores de grandes proyectos, mantiene esa misma prudencia ante inversores que en nombre de una multinacional acuden al Palau a vender su moto. El proyecto, desvelado por Levante, de Amazon en Manises –que no es Amazon sino un promotor de suelo logístico que utiliza el señuelo de la multinacional– es otro caso ante el que desconfiar, como el de aquel hotel de lujo que iban a construir en La Marina con una inversión también de 1.000 millones y 120 suites de 400 metros cuadrados –¿o era al revés?–, que se marchó a Málaga con sus supuestos 1.000 millones porque Ribó no se rindió a sus encantos. ¿Se sabe algo de lo de Málaga?
El Consell vuelve a ser prudente y hace bien en no poner la alfombra roja al primero que promete mil millones de inversión o miles de puestos de trabajo. Igual que el Ayuntamiento de Manises. Traigan todos los papeles, especialmente los bancarios, y hablamos. Traigan el compromiso de Amazon y de otros operadores logísticos de instalarse en buena parte del suelo que se quiere urbanizar –son 1,4 millones de metros cuadrados y Amazon no ocuparía más del 5%– y daremos facilidades, porque un nuevo polígono en la Comunitat tiene que estar justificado cuando hay suelo y naves vacías por doquier.
Le faltó decirles a los intermediarios que si Amazon y otras empresas quieren poner almacenes en una zona logística privilegiada, igual pueden ahorrarse el asfaltado de 140 hectáreas en suelo rural abandonado. Tienen casi 70 hectáreas niqueladas en la ZAL junto al puerto de València, cerrada desde hace 11 años por problemas burocráticos que dice Aurelio Martínez que este año se solucionan. Así, y es solo una idea, en Manises podrían dedicar ese espacio o parte de él a una zona verde que compense la que le quitaron a La Punta con la animalada de la ZAL.