Más cultura

VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Cómo la gentrificación desvincula a las clases creativas de ciudades como València

Primero fueron la clase social que sirvió de ingrediente para hacer atractivos barrios degradados. Después, se vieron desplazados por la presión inmobiliaria definitiva

Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

VALÈNCIA. La relación entre gentrificación y clases creativas es un sidecar con problemas de estabilidad. La transformación de muchos barrios no pueden entenderse sin un momento decisivo en el que un segmento artístico, de profesiones más o menos liberales, aprovechaba los precios bajos en vivienda o locales comerciales para instalar allí sus bases. Un movimiento que siempre traía consecuencias benéficas para la atracción: el barrio alcanza trazas más sexys, es un imán para nuevos curiosos, aporta fertilidad para el ocio. Finalmente, partiendo de la composición social previa, se acaba dando una sustitución de la población residente.

En el caso de València hay pocos lugares como Russafa que ejemplifiquen mejor esa conversión auspiciada por la llegada, hace ahora cerca de 25 años, de clases creativas al barrio. Es lo que el sociólogo Francisco Torres, experto en el caso, define como un paso desde los “barrios en decadencia (a partir de una cierta minusvaloración por parte de las administraciones) a tener un nuevo dinamismo, manteniendo su carácter popular pero ya con un carácter multicultural”. El 73% de su población de Russafa tenía en 2023 estudios medios y superiores, lo que da cuenta de su cambio acelerado. 

 

La agrupación espontánea de clases creativas en geografías comunes ha sido una constante en los procesos de concentración urbana. Un recuerdo gremial con el que aplicar su lógica: juntos, hay más posibilidad de compartir conocimiento y de armar proyectos profesionales. Pero también una consecuencia inmobiliaria: se hace piña donde se puede hacer piña. En enclaves con barreras de entrada bajas, donde poder sostenerse económicamente sin la obligación de un excesivo corsé en las cuentas personales. 

 

Ese comportamiento por enjambres permitía hasta ahora desarrollos culturales ubicados y por tanto más apegados a la realidad local. También por tanto con más posibilidad de transferir parte de su producción a la propia ciudad. Un camino de ida y vuelta por el que la ciudad y su clase creativa se retroalimentan hasta, en el mejor de los casos, acabar pareciéndose.

 

Pero la ecuación ya hace aguas. El alza sostenida de precios de alquiler, la estrangulación de la oferta y el cambiazo de amplios paquetes de viviendas (para vecinos) por apartamentos para visitantes, tiene, entre sus efectos, que la clase creativa vea despedazada su integridad. Sus dificultades para construir entornos sociales compartidos se dispara. Ya son muchas las ciudades que han visto perder el arquetipo de barrio bohemio con facilidad para que broten y se agrupen artistas. Autores como Shain Shapiro han improvisado análisis al respecto. En lugar de un barrio para artistas, comenzamos a tener barrios con apariencia de barrios de artistas… pero donde los artistas no pueden encontrar una casa. Trampantojo sin fronteras.

 

  • -

 

Comienza a ser una constante que los estudiantes que llegan a la ciudad tengan que hacer un máster previo, pero para que les alquilen un piso. Tampoco acompaña la desconexión institucional: qué simbólico que en la renovada residencia de estudiantes Lluís Vives -antiguo lugar de agitación cultural- hoy se rinda homenaje a la vibrante vida estudiantil del pasado pero sea imposible que nadie viva o celebre nada allí. 

 

Es la construcción de un escenario en el que la construcción de una ‘escena creativa’ se vuelve cada vez más empinado. Su inclinación aleja entre sí a sus profesionales, impulsados hacia poblaciones más lejanas respecto a donde se agrupaban. Una atomización que hace temer la pérdida de colaboración entre profesionales, el distanciamiento y el empobrecimiento gremial. 

 

Pero eso es cierto solo hasta cierto punto. La digitalización suple buena parte de ese hándicap. El tipo de actividad profesional se mueve con facilidad también cuando se evade de su sentido físico. Trabajar en equipo, crear equipos, es enormemente sencillo. La principal víctima de ese proceso es la ciudad. Ciudades como València pierden musculatura porque cada vez tienen más dificultades para dar pie a una ‘generación de creadores’. Esa generación se da cada vez más sin la participación de la propia urbe. También la transmisión de conocimiento se erosiona. Esa clase creativa participa poco de los principales cambios que tienen lugar en la urbe. Es ante el tránsito, y no ante la permanencia, ante quien la ciudad se adapta. 

 

Por eso insistir en un modelo de ciudades que importan o levantan nuevos museos en sus centros es del todo contraintuitivo. Lo que necesitan con más urgencia son espacios para residencias de creadores, lugares estables, donde probarse, que hagan posible la estabilización de comunidades creando un valor que la propia ciudad aproveche. 

 

  • -

 

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo