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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

El Túria en la Lonja: el símbolo de cuando debatir la propia ciudad era un gran acontecimiento

Cómo, antes de la consagración de la participación ciudadana, 100.000 ciudadanos pasaron por una muestra con la que entender el futuro urbano de València

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VALÈNCIA. En su último libro llamado Les batalles de Barcelona -altamente recomendable- el escritor Jordi Amat, también coordinador de Babelia, conduce por el cambio de la capital catalana desde su reivindicación como ciudad atractiva hasta su conversión definitiva, y referencial, como marca. Es, en el subtexto, una declaración de amor y contradicción a las políticas urbanas del maragallismo: la consagración de Barcelona y la pérdida de Barcelona casi como procesos entreverados. Un análisis que huye del trazo grueso y da espacio para el pensamiento. No únicamente el barcelonés, sino el de cada ciudadano respecto a su propia urbe: ¿por qué el éxito de mi ciudad pone las cosas más complicadas a sus ciudadanos? 

A mitad del libro Amat rememora un episodio clave para esa emancipación que insufló un nuevo orgullo a la ciudadanía barcelonesa: la exposición ‘El Quadrat d’Or’, en 1990, en la Pedrera. La muestra, comisariada por Albert Garcia Espuche, ponía en valor l'Eixample y en consecuencia el modernismo como emblema. Era un espejo en el que los barceloneses, a través de aquellos edificios que llevaban viendo tantos años, se veían reflejados por primera vez a sí mismos. Aunque no fuese esa la intención, se trataba de una performance urbana en el que colectivamente se inauguraba una nueva etapa de la ciudad. La fuerza de ese simbolismo se validó con 330.000 visitantes. “Diría que (…) era una nueva muestra del orgullo de pertenencia a la ciudad”, resume Amat. 

Bien, antes que ese ‘Quadrat d’Or’, València, que omite la épica de buena parte de sus mitos contemporáneos, inauguró en 1982 una exposición en la Lonja que mostró el proyecto de Bofill para el nuevo Jardín del Turia. Planos y maquetas articulados por Artur Heras que trataban de causar didáctica sobre qué podían esperar los valencianos en su viejo río. Heras preparó un plano y una maqueta de 10 metros en el que se podía ver a escala aérea el conjunto. El propósito final era recoger en una encuesta las sugerencias de los ciudadanos antes de la ejecución sobre el cauce. 

Un gran acontecimiento al que asistieron hasta 100.000 vecinos. Entroncando con las palabras de Amat, una demostración poderosa de pertenencia a València. Antes que se instalase el marco de la participación ciudadana, aquella muestra donde el Túria entraba en la Lonja se convirtió en un medio con el que apuntalar una idea que de tan básica parece revolucionaria: integrar masivamente a la ciudadanía en las grandes decisiones de la ciudad incrementa las posibilidades de que esas decisiones resulten beneficiosas.

La del 82 no era la primera vez que el Túria se conducía hasta la Lonja: el 1979 un primer concurso de ideas para el antiguo cauce visualizó las propuestas del colectivo Vetges Tú i Mediterrànea o del arquitecto Cano Lasso (como recuerda Juan Lagardera, pretendía instalar un tren de levitación magnética a lo largo de los pretiles del río).  Aquel concurso quedó desierto. 

En plena Navidad de 2017 se instaló en la Lonja la expo con los resultados del concurso de ideas convocado por la Generalitat Valenciana para la renovación urbanística de la Plaza de Brujas, la Lonja y el Mercat Central. Una muestra que pasó desapercibida. 

En verano de 2022, seis paneles informativos en la Plaza del Ayuntamiento de València, con cada proyecto finalista del concurso para la reurbanización de la propia plaza, buscaban divulgar, envolver a la ciudadanía y recibir sus impresiones al respecto. Cada panel incluía un código QR a través del cual se accedía a un cuestionario. En pleno kilómetro cero, ante una de las reformas más vistosas y determinantes de los últimos años, participaron 115 personas. 

Es un síntoma de cómo la conversación propia ha quedado relegada a una nota al pie, un código QR en un panel. No por falta de buenas intenciones, sino por ausencia de entrenamiento de la musculatura local. Render tras render, hasta la indiferencia final. Aquellas 100.000 personas que visitaron la Lonja para encontrarse con el futuro de su ciudad no eran marcianos, eran ciudadanos. Tal vez tenía que ver con un orgullo de pertenencia, la sensación de poder formar parte de un proyecto propio, y no parte de otro decorado más. Es la diferencia entre convertir el debate urbano y el futuro local en un gran acontecimiento… o reducirlo a un trámite.  

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