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¿QUIERES SER MI AMIGO?

Instrucciones para narrar la amistad

De la literatura al cine, las ficciones contemporáneas exploran esos vínculos elegidos que atraviesan cuidados, lealtades, aventuras y duelos

  • La amiga estupenda

VALÈNCIA. Una pandilla de pizpiretos preadolescentes recorre en bicicleta su pueblo del medio oeste estadounidense en ese verano que les cambiará la vida para siempre y les hará conocer el verdadero sentido de la amistad. O no. El coming of age en clave estival es solo uno de los marcos en los que la ficción ha desarrollado sus relatos sobre la amistad. Un asunto que atraviesa ámbitos cronológicos, geográficos y sociales de diversos pelajes.

Ser amigas, dejar de serlo, hacer amigas, echar de menos a las amigas, enfadarse con ellas, acompañarse unas a otras en escalones vitales varios, considerar a la otra (o a una misma) buena o mala amiga, aliarse, traicionarse… La amistad y sus grietas protagonizan novelas como Amiga mía, de Raquel Congosto (Blackie Books). También sirven de hilo conductor para abordar masculinidades no hegemónicas en series como Big Boys (y, obviamente, son el eje fundamental de Friends). Si saltamos hacia atrás un puñado de décadas, los encuentros y la correspondencia entre dos amigas articulan Una canta, la otra no, de Agnès Varda. Alejados de los códigos de lo imaginado, esos compañeros son el eje central de ensayos como La pasión de los extraños, de Marina Garcés (Galaxia Gutenberg).

Uno de los efectos secundarios más perversos de la adultez es lo mucho que cuesta juntar a un grupo de camaradas en un día, una hora y un lugar concreto (si aún no te ha pasado, descuida, te va a pasar). La ficción no existe para aligerarnos la agenda y hacer posible un café que lleva semanas siendo aplazado porque no nos da la vida (ay, el turbocapitalismo, siempre con sus cosas), pero quizás sí pueda ayudarnos a cartografiar los contornos de ese animal al que llamamos amistad.

Nos colocamos en la casilla de salida, en el minuto cero. No en vano, la cuestión de las afinidades electivas constituye un tema central en muchas tradiciones literarias. “Por ejemplo, en la Epopeya de Gilgamesh, donde la amistad entre Gilgamesh y Enkidu desencadena una profunda transformación interior por la muerte del amigo”, expone Raquel F. Cobo, investigadora y autora de El arte de la conversación literaria: El valor de la palabra para mantener la amistad (Barlin). 

  • Big Boys

Don Quijote y Sancho Panza. Sherlock Holmes y Watson. Según la escritora, la amistad ha sido tradicionalmente representada con un dúo masculino (ya se sabe, el hombre como tradicional medida de todas las cosas) y definido “por la lealtad y el tiempo compartido”. Parejas que, “aunque desiguales o asimétricas, se complementan y enriquecen. Esa asimetría (uno idealista, otro pragmático; uno maestro, otro aprendiz) ha sido un motor narrativo eficaz, pero también ha dejado de lado modelos más horizontales. La literatura contemporánea se pregunta si es posible construir una relación de amistad de igual a igual y qué tensiones se generan”.

Por su parte, la traductora, poeta e investigadora Gudrun Palomino sostiene que, en el universo de la novela, tradicionalmente se ha representado la amistad en segundo plano: “como un apoyo ligero, pero no como una conexión fortalecida entre dos personas”. Una tendencia que ha evolucionado en las últimas décadas con autoras como Elena Ferrante o Sally Rooney: “en el caso de Ferrante, la amistad es la protagonista del relato en La amiga estupenda (Lumen), no un añadido de los personajes. En Rooney se ven reflejadas las distintas representaciones de los vínculos más íntimos que existen hoy en día”.

Aquí Cobo introduce otra derivada: la potencial fragilidad del lazo amistoso y los desconchones que en él puede ir dejando el paso del tiempo: “la literatura ha tendido a idealizar la amistad como un vínculo casi perfecto, noble, duradero y de fidelidad inquebrantable. Pero la amistad no es perfecta, ni tiene que serlo: como en cualquier conexión humana hay desencuentros, tensiones, límites, distancia emocional, envidias o, incluso, finales”. Un posicionamiento que comparte el crítico cinematográfico Agus Izquierdo: “históricamente, la representación de la amistad en el audiovisual ha estado muy polarizada: se ha mostrado desde un tono muy cómico, reconfortante, luminoso y casi idealizado o desde una óptica trágica, dramática, negativa. Pocas veces han aparecido matices”.

Sin embargo, Cobo defiende que existe un cambio de rumbo: “ahora se escribe sobre amistades que duelen y cambian. Y eso enriquece la representación literaria con una mirada más honesta y humana”. Pero tampoco se ha hablado lo suficiente de cómo sostener esos nexos en un mundo acelerado: “¿quién tiene tiempo hoy para ser un buen amigo y cumplir, por lo menos, con lo necesario para crear un auténtico vínculo de amistad?”, plantea.

Y con todos ustedes, el sesgo de género, por supuesto. Izquierdo al aparato: “en el contexto occidental la amistad masculina suele estar representada con ciertos arquetipos (camaradería, compañerismo de acción, contención emocional bajo códigos duros), mientras que la femenina está sujeta a otros clichés (complicidad emocional, traición, rivalidad por afectos románticos, etc). Ambos modelos están siendo cuestionados, pero aún persisten, especialmente en producciones de Hollywood, donde a menudo las amistades parecen prefabricadas, con roles ya determinados”. Otra vertiente de las amistades femeninas en la ficción, expone Cobo, son aquellas que suponen “formas de apoyo mutuo y resistencia ante el orden patriarcal, como en Thelma y Louise”. Pero más allá de esos esquemas de supervivencia, la amistad entre mujeres ha comenzado a representarse “en toda su complejidad con libros como Las amigas, de Aurora Venturini (Tusquets); Las malas, de Camila Sosa Villada (Tusquets) o Lectura fácil, de Cristina Morales (Anagrama). Piezas que nos invitan a pensar la amistad como un campo de fuerzas donde también juegan factores como el poder, el deseo, el miedo y la transformación”.

De encontrar monstruos a poner lavadoras
No es casualidad que este texto empezase con una pandilla veraniega pedaleando por la pubertad. Como explica Cobo, la literatura ha trabajado con un imaginario compartido sobre la amistad “en la que ésta es fundamental durante la infancia y la adolescencia: Pippi Calzaslargas, Los cinco, Punky Brewster, Los Goonies, Stranger Things…”. En la niñez esa camaradería suele representarse “como un espacio lúdico, ligado a la aventura, el descubrimiento… Más adelante, funciona como espejo de la identidad: se elige con quién caminar y esa elección ya no es ingenua”. Pero llegados a la adultez, el asunto deja de ser central “y aparece únicamente como telón de fondo. Se sustituye de forma abrupta por el amor romántico como tema por antonomasia, como historia principal. Y ahí se olvida que la amistad es también una forma de amor y, sobre todo, un modo de pensarse con el mundo: de unir lo íntimo con lo político, lo individual con lo colectivo”.

“La ficción jerarquiza las relaciones amorosas por encima de las amistosas, como si tener pareja valiera más que tener amigos - reflexiona Izquierdo-. En muchos relatos, la amistad es algo residual y plano, mientras que el amor romántico es el gran eje emocional, el aspecto nuclear de la existencia”. Por esa misma senda verbal camina Palomino: “ahora comprendemos la amistad como algo más profundo, una vinculación emocional que puede tener la misma importancia (o más) que una pareja romántica. A veces parece difícil encontrar una diferencia real entre ambas, pues hay amistades que se viven al mismo nivel de intimidad”. Un cambio social que está encontrando su eco en la producción literaria: “pienso en La ternura, de Paula Ducay (Altamarea) o, de nuevo, en Sally Rooney: las relaciones amorosas también se dan en la amistad, en una amistad también entra en juego la atracción”.

Cuando la amistad se acaba
Cajas de kleenex, botes de helados, llantos desconsolados en el sofá, pijamas, banda sonora icónica… Las rupturas de pareja son recurrentes en la ficción y cuentan con su propio repertorio de clichés inamovibles. Sin embargo, la geografía de las amistades truncadas no ha sido demasiado explorada por el cine o la literatura. Al contrario de lo que ocurre con el desamor, nuestro inventario no incluye apenas títulos sobre estos otros duelos.

Una ausencia debida a que durante mucho tiempo, esas relaciones parecían protegidas “por un halo idealista e incondicional, solo interrumpido por la muerte”, cuenta Cobo. De hecho, según Izquierdo, sigue siendo un tema “periférico, colateral. Y, sin embargo, es fundamental: las rupturas de amistad también duelen, también generan duelo, angustia, transformación. Durante mucho tiempo, parece que la ficción evitó hablar de esto. Como si hubiera un estigma alrededor de la pérdida de una amistad y no fuera una experiencia digna de ser narrada con profundidad. Como si los amigos solo sirvieran para acompañarnos y divertirnos, pero no pudieran generarnos una aflicción profunda”. 

  • La amiga estupenda

¿Y qué podemos hacer cuando los camaradas dejan de serlo? La narrativa reciente  comienza a plantarse esta problemática “sin idealización ni estereotipos. No son una historia de desamor. Es algo distinto, más silencioso quizás, pero igual de profundo  -recoge Cobo- Y ahí está el problema: no tenemos un lenguaje para hablar de las amistades que se rompen, de las que se enfrían, de las que se van sin hacer ruido. ¿Desamistad? ¿Desafección? Tal vez haya que inventarlo. O empezar, al menos, por contarlo”. Un camino que, señala, emprenden títulos como Mañana, de Olalla Castro (Lumen); Punto de cruz, de Jazmina Barrera (Tránsito) o Mandíbula, de Mónica Ojeda (Candaya).

Ese cambio de perspectiva, cuenta para Izquierdo con un fuerte componente generacional: “este tipo de duelo, que no siempre tiene nombre ni espacio, está empezando a aparecer más en los discursos de millennials y centennials, quienes están visibilizando este fenómeno, contándolo y diciendo que eso también importa”.

Su postura rima con la de Palomino, pues sostiene que esos resquebrajamientos empiezan a presentarse “con la misma intensidad, la misma confusión e incluso con un dolor más profundo que cuando rompe una pareja. Si hablamos de novedades, pienso en Animales pequeños, de Mercedes Duque (Tusquets) o (h)amor amigas (Continta Me Tienes). Pero también hubo un punto de inflexión en la representación de las amistades y sus duelos en Nubosidad variable, de Carmen Martín Gaite (Anagrama).

Si el amor fue durante siglos el gran tema de la ficción, resume Cobo, “quizá es hora de reconocer que una vida sin amigos es una forma aún más honda de soledad. La conversación verdadera, esa que nos mueve por dentro, solo ocurre cuando hay alguien dispuesto a escucharnos de verdad, incluso cuando está lejos”.

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