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La expedición valenciana del Burning Man ante su gran reto: desembarcar en el desierto

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VALÈNCIA. Levantar una construcción en mitad del desierto no es tarea fácil. Hacerlo, además, para que termine siendo consumida por las llamas muchos dirían que es una locura. Pero no lo es. Es una realidad. O, al menos, lo será dentro de unas pocas semanas. El arquitecto valenciano Miguel Arraiz lidera una expedición dispuesta a hacer historia y a tejer un puente sin igual entre València y Estados Unidos pues, junto a Javier Molinero, 'Arqueha' Javier Bono, es el encargado de levantar el templo que funcionará de corazón del festival Burning Man, que se celebrará a finales de agosto en el desierto de Black Rock, en Nevada, siendo los primeros españoles en hacerlo.

 

El proyecto no es flor de un día, una aventura que se ha estado cocinando con mimo durante mucho tiempo. Para desgranar su origen hay que viajar una década atrás. Fue en el año 2016 cuando el valenciano participó por primera vez en el Burning Man, donde levantó -en colaboración con el escultor David Moreno y el colectivo Pink Intruder- el proyecto Renaixement, un pabellón inspirado en la Lonja de València con guiños a las Fallas. Esta fue la casilla de salida que ha dado forma a una relación que culmina este 2025 con la construcción del Temple of th Deep, un espacio de recogimiento que cada año se convierte en el símbolo y punto de encuentro del festival.

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Muchos viajes después, el puente cultural entre València y Black Rock es más fuerte que nunca, un proyecto en el que la ambición es máxima. Vayamos con una batería de datos: el titulado como Temple of the Deep es una estructura de 14 metros de altura y 30 metros de diámetro, construida con más de 150 toneladas de madera, un proceso en el que desde el principio se ha priorizado la reutilización de materiales y la reducción de residuos. “La madera sobrante se está aprovechando al máximo, se han evitado materiales contaminantes y todos los tintes que se han utilizado en la estructura tienen base de agua. Aquí, por ejemplo, una sola pieza de corcho blanco sería impensable, algo que en otros contextos como las Fallas es habitual”, relata Arraiz.

 

Los datos impresionan en el aspecto material y, también, en el humano. Desde abril, más de 500 voluntarios han estado trabajando en su ensamblaje en una nave en Oakland (California), siendo el 12 de junio cuando se envió el primer camión hacia el desierto de Nevada. Hasta la fecha, ya han salido cinco trailers. De esos 500 voluntarios, un total de 120 han sido seleccionados para formar parte del equipo que entrará al desierto el próximo 6 de agosto, con el objetivo de realizar el montaje in situ. Comienza la cuenta atrás.

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"Aquí todo se vuelve más lento, más duro y más incierto"

 

Con todos estos meses de trabajo previo uno pensaría que el desembarco en el desierto es la casilla de llegada, la meta, pero es allí donde empieza la parte más complicada. El calendario de trabajo en el desierto contempla unas tres semanas de montaje hasta tener lista la estructura para su apertura durante el evento, un proceso que nunca es fácil. Pero eso es algo que Miguel Arraiz ya sabe.

“El reto principal es el entorno. Hablamos de temperaturas extremas, que pueden superar los 40º durante el día y bajar cerca de los 0º por la noche. A eso se suman tormentas de arena, vientos impredecibles… Por ponerte un ejemplo: en 2016 tardamos 12 días en levantar Renaixement en el desierto, pero solo 2 días en reconstruirlo en Valencia, lo que da una idea del impacto de las condiciones. Aquí todo se vuelve más lento, más duro y más incierto”, relata a Culturplaza.

Esa incertidumbre va en el pack del Burning Man, unas condiciones cambiantes que forzosamente están presentes en cada decisión que se va tomando con respecto al diseño de la estructura. “Se han rediseñado muchos detalles para minimizar al máximo el trabajo en el desierto. Todo lo que se pueda construir previamente en Oakland es una victoria, y eso ha influido decisivamente en muchas decisiones del diseño”, relata el arquitecto.

  • Render del proyecto -

Si bien, es la “dimensión emocional y de relato” la que sí ha ido evolucionando en este tiempo, especialmente teniendo en cuenta que es un templo que habla de duelo, de emociones, algo que inevitablemente ha terminado conectando con la terrible Dana que sufrió la Comunitat Valenciana el pasado octubre. “Esto lo ha convertido, para mí y para muchas personas del equipo, en algo más que arquitectura: en un contenedor de experiencias personales”.

Entre nervios e ilusión, en estos días se prepara el inminente desembarco al desierto, un viaje que inevitablemente mira a ese que realizó en 2016, aunque con más de una diferencia. “Lo más valioso que aprendí en 2016 no fue cómo construir en condiciones extremas, sino cómo liderar un grupo humano en una situación emocional y físicamente exigente. En Renaixement éramos 25 personas, hoy somos más de 500. Todo ese camino entre 2016 y hoy, con proyectos intermedios, me ha permitido estar preparado para algo de esta magnitud. Y justo por eso, ha llegado en el momento perfecto de mi vida”.

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