VALÈNCIA. El Cabanyal-Canyamelar se reivindica a sí mismo a través de la memoria colectiva. El barrio marinero de València, que ha sido objeto de múltiples proyectos patrimoniales, sigue indagando en su identidad con la exposición La vida compartida, un recorrido participativo por la historia vecinal, festiva y obrera que ha marcado su identidad.
La muestra es el resultado de meses de trabajo comunitario impulsado por la cooperativa La Dula y el Centro Cultural El Escorxador: “La novedad de este proyecto está en el enfoque: hemos trabajado de forma participativa y colectiva, poniendo como protagonistas a los propios vecinos y vecinas”, explica Hernán Fioravanti, integrante de La Dula.
Durante medio año, el grupo impulsor ha coordinado encuentros abiertos en los que decenas de vecinos y vecinas han volcado recuerdos personales, objetos, fotografías y testimonios orales. “Es bonito porque conecta con algo muy personal, muy íntimo: la gente se ha involucrado mucho porque está recuperando la memoria de su propia comunidad”, añade Fioravanti.
Fiestas de calle
Uno de los aspectos menos conocidos que rescata la exposición es el de las fiestas de calle que se celebraban en el Cabanyal durante los años 40 y 50, en plena posguerra. En un contexto de carencias materiales y represión franquista, los vecinos organizaban celebraciones sencillas pero significativas en honor al santo vinculado al nombre de la calle. Con escasos recursos, se decoraban las vías, se preparaba confeti de manera artesanal y se organizaban desfiles con música y caballos. Era una forma de recuperar la alegría y fortalecer la comunidad en tiempos difíciles.
“Es muy bonito cómo esas fiestas se convirtieron en un espacio de libertad y de comunidad en medio de la dureza de la época”, comenta Fioravanti. Aunque muchas de estas celebraciones desaparecieron en los años 50, algunas calles como San Roc y Ramón de Rocafull lograron recuperar la tradición décadas después, manteniéndola viva hasta la actualidad.

- Fiestas de la calle Ramón de Rocafull, 1952 -
- Foto: Vicenta Mengual
Un barrio que se organiza para no dejar de existir
Además de las fiestas populares, la exposición refleja otro aspecto fundamental de la identidad del Cabanyal: su espíritu asociativo. En 1977 se fundó la Asociación de Vecinos y Vecinas del Cabanyal, en un momento en que el barrio comenzaba a enfrentarse a desafíos urbanísticos determinantes. Gracias a sus reivindicaciones, se lograron avances como el soterramiento de las vías del tren o la eliminación de fábricas contaminantes en la calle Doctor Lluch.
“La lucha vecinal ha configurado mucho el barrio actual. Sin ese trabajo colectivo, el Cabanyal no sería lo que es hoy en día”, sostiene Fioravanti. La memoria de estas movilizaciones perdura en el presente, en un contexto en el que los procesos de gentrificación y la ampliación del Puerto de València vuelven a amenazar la identidad barrial. “La preocupación por el futuro está ahí. Nos jugamos mucho con la ampliación portuaria y el impacto ambiental que puede tener”, advierte Vicent Vallés, antiguo trabajador de los astilleros y miembro activo en la recopilación de la memoria obrera.
El latido obrero del Cabanyal
La exposición también dedica un apartado fundamental a la historia de los astilleros y el sindicalismo obrero. Durante gran parte del siglo XX, la Unión Naval de Levante fue un referente de la vida laboral del barrio. El astillero no solo proporcionaba empleo, sino que también tejía una red de apoyo comunitario con viviendas sociales, actividades culturales y deportivas, e incluso regalos navideños uniformados para los hijos de los trabajadores.
“La memoria obrera explica mucho del Cabanyal. No había familia en el barrio que no tuviera algún vínculo con los astilleros”, afirma Vallés. Durante la Guerra Civil, la factoría llegó a ser socializada y gestionada por los propios trabajadores, fabricando armamento para la República. Posteriormente, el franquismo impuso un modelo paternalista en el que la empresa ofrecía servicios básicos a cambio de lealtad laboral.

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- Foto cedida por La Dula
Sin embargo, el cierre de la factoría marcó un punto de inflexión. El antiguo recinto está destinado a convertirse en una terminal de cruceros, borrando los rastros de la memoria obrera. “Es un sinsentido que el puerto más importante de València no tenga un museo marítimo, y en lugar de eso se destruya un espacio de valor histórico. Debería haber un lugar que explique nuestra historia”, reclama Vallés.
La exposición La vida compartida permanecerá abierta durante dos meses en El Escorxador, con la intención de seguir fomentando el diálogo comunitario. El objetivo es mantener viva la interlocución entre los participantes y continuar profundizando en la memoria colectiva del Cabanyal, abriendo nuevas vías de colaboración que permitan abordar otros aspectos históricos todavía no explorados. “Ojalá este proyecto sirva para que nuevas generaciones conozcan lo que fuimos y entiendan lo que somos”, concluye Vallés.