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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

València encerrada en unos maceteros: el símbolo de elegir entre verde o gris

La importancia de la conversación más viral de los últimos años en la ciudad. Dime de qué macetero eres y te diré qué tipo de urbe defiendes

  • Instalación de los nuevos maceteros
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VALÈNCIA. Que el principal contenido sobre el debate urbanístico de València de los últimos años tenga que ver con discernir entre maceteros verdes y grises, cual píldora roja o azul, tiene la potencia simbólica suficiente como para que la UNESCO, que incluyó a València como ciudad creativa en la categoría de diseño, eleve su consideración. La pasión e implicación ciudadana en la elección de su mobiliario urbano ha alcanzado cuotas inesperadas. Tanto que se conforman bandos. Partidarios de los maceteros verdes a un lado, partidarios de los maceteros grises a otro. 

Ojalá fuera eso, pasión por el diseño. Verdaderamente, el episodio de los maceteros es una fotografía perfecta de un tiempo. Lejos de la exageración, un paso rápido por el termómetro de la viralidad depara hasta qué punto es un debate visceral. La publicación en Instagram anunciando el cambio de maceteros, a pachas entre el concejal de urbanismo y la alcaldesa, generó cerca de 1.700 comentarios (más de 6.000 likes). “Hoy empezamos a embellecer y dignificar la imagen del corazón de Valencia”, se leía. Comentarios a favor y en contra en un combate pugilístico que deja muy lejos otros asuntos como el contenido de la alcaldesa a propósito del “regreso de Sorolla” (79 comentarios), la acción musical sacando pianos al centro de la ciudad (65 comentarios), el simulacro en la Torre (33 comentarios) o un acto con la policía local (97 comentarios). Ocurre igual en el termómetro de la cuenta de Compromís. 1.222 comentarios para su cuestionamiento del cambio de maceteros, por 126 en un contenido sobre la zona de bajas emisiones, 65 sobre l’Albufera o incluso 29 a propósito de riesgo penitenciario que podría tener Mazón. 

Pero no es diferente entre las cuentas de los medios de comunicación. El contenido de Las Provincias sobre los maceteros ya acumula más de 2.000 comentarios, muy por encima de cualquier otra publicación (el nuevo árbol de Navidad, 403; Los40 Music Awards, 34 comentarios; los pianos en las plazas, 124). Entre las publicaciones de Valencia Plaza, los 330 likes y 138 comentarios sobre el “adiós a los maceteros de Ribó” rebasan por muchos otros asuntos en apariencia capitales como la propuesta de Pérez Llorca como candidato (18 comentarios), la declaración de Maribel Vilaplana (12 comentarios) o incluso el anuncio de dimisión de Mazón (15 comentarios). 

Lejos de ser una anécdota, es una prueba del algodón. Ni tan siquiera es una excepcionalidad valenciana. Es una pauta generalizada.  Nuestra mirada sobre nuestras ciudades, sobre su agenda y sus debates, está marcada por la superficialidad de los elementos decorativos y los renders. O lo que es lo mismo: nuestras ciudades se han quedado afónicas después de que la mayoría de temas vengan impuestos por marcos comunicativos tan y tan fragmentados que sólo prevalecen aquellos asuntos más repetidos, que más pesan, por tanto los que están condicionados por medios o redes más potentes. Y así la participación ciudadana sobre sus dos propios. Nuestras ciudades -en las periferias de las capitales mundiales- se quedan con las migas. Y las migas son esto. 

  • Los nuevos maceteros a la izquierda de la imagen -

Unos maceteros -repito, unos maceteros- se convierten en el contenido con más peso en la conversación sobre qué ciudad, cómo, para quién. Una representación que llega hasta el punto grotesco de contener, en el color de los maceteros, todo un programa político: la València verde contra la València gris; la València del desorden contra la València del orden. 

Podría no parecer verdad en una urbe que, como pocas, requiere aquí y ahora una conversación de altura sobre su futuro urbano, ante la necesidad de encarar un proceso de metropolización urgente (sus ciudadanos se están comportando de facto como una gran área metropolitana europea). O que experimenta en sus carnes una presión demográfica relevante que tensiona su mercado inmobiliario o parte de sus equipamientos públicos. 

No, tampoco hablamos de qué plantas para qué maceteros. Tampoco de qué ocurre alrededor de esos maceteros (¿de qué manera las actuaciones sobre la plaza del Ayuntamiento impactan sobre la diversidad comercial?, ¿está favoreciendo la mezcla ciudadana?, ¿más allá del tránsito rápido hay posibilidad de generar espacios de permanencia?).

Es inevitable pensar que, en esta confusión ruidosa en la que anda instalada la conversación pública, estamos limitando el papel de nuestros ayuntamientos a la condición única de lo simbólico. Reduciéndolos al rol de garantes de las identidades locales, como si un ayuntamiento no tuviera influencia o poder para mejorar las condiciones de quienes viven sobre su área municipal. Una rendición. 

Limitar la conversación municipal a los bajos instintos del ‘me gusta’ o ‘no me gusta’ solo traerá una ciudad de cartón piedra, empaquetada para el disfrute pasajero. En pleno inicio de la era de la asequibilidad -el debate sobre cómo viven los que viven en la ciudad-, València necesita dejar de hablar de maceteros de una vez. Ponerse a charlar ya de asuntos más relevantes que sí influyen sobre las condiciones de vida de sus vecinos. 

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