La revista Heavy Metal en Estados Unidos empezó a censurar las escenas de sexo explícito de forma más o menos sutil desde que le secuestraron un número con historias de Druuna. El personaje de Paolo Eleuteri Serpieri, publicado en España en Zona 84, tenía una extensa saga de ciencia ficción distópica en el que ella lo resolvía todo con el sexo. Como moneda de cambio, o dejándose violar. Historias oníricas y psicodélicas, con fuerte carga sexual, que fueron un éxito comercial absoluto.
VALÈNCIA. En 1991 Norma publicó los ocho tomos de Druuna. Un personaje que había aparecido en España en la revista Zona 84 en 1986. Su autor era el italiano Eleuteri Serpieri y, posiblemente, estas páginas sean uno de los clásicos más importantes de toda la ciencia ficción que se publicó en cómics en los 80, que fue mucha. En Francia la serie la sacó la cabecera Metal Hurlant y en Estados Unidos, la revista Heavy Metal.
El dibujo de Serpieri nada tenía que envidiar a los maestros Juan Giménez, Enki Bilal o Moebius que fueron los padres de cientos de universos, miles de láminas, de lugares en los que evadirse con la imaginación. Sin embargo, había un hecho que no se puede eludir por mucho romanticismo y nostalgia que despierte su estilo: los guiones solían no ir a ninguna parte.
El Serpieri los argumentos, desgraciadamente, estaban cortados por el mismo patrón, pero había algo más. Donde los demás competían con sesudas abstracciones y ocurrencias psicodélicas, él añadió el sexo. Su historia tenía ingredientes del mito de Alien, cuyas películas se habían estrenado justo cuando su autor andaba pergeñando su paso de los cómics del oeste americano a los de la ciencia ficción.
Alien era naves abandonadas, alienígenas espantosos y una protagonista femenina. Una mujer, Ripley, dura, pero que resultaba muy sexy por momentos, como en la famosa última escena en ropa interior de la película El octavo pasajero. Aquí todo era, como suele ocurrir en las viñetas de la época, más. La nave era más grande, los monstruos fruto de una enfermedad vomitiva, aún más letales, y la protagonista también resultaba sexy, pero hasta extremos propios del Marqués de Sade.
En 1988, de hecho, ejemplares de la revista Heavy Metal fueron incautados en la frontera canadiense, en el inicio de la era neopuritana en el país norteamericano, y los editores se vieron obligados a escribir un editorial admitiendo que habían publicado "sexo con violencia" y, en lo sucesivo, empezaron a censurarse las escenas explícitas en sus páginas.
Las formas de la protagonista, según explicó el propio Serpieri estaban inspiradas en Valérie Kaprisky, protagonista de la película La Femme publique de Andrej Zulawski en 1984. Si bien en su rostro el parecido es apreciable, luego en el cuerpo el dibujante le puso unos cuantos kilos y curvas demás, exactamente igual que las modelos de las películas X de la época. En otras ocasiones, dijo que antes de ir al cine a ver esa película, ya estaba dándole vueltas a la idea porque esa mañana vio a una bella mujer desnuda salir del agua en Ostia, la playa a 20 kilómetros de Roma.
Sea como fuere, la protagonista tenía una vis pornográfica. Su pareja había contraído una enfermedad espantosa que le había convertido en un peligroso ser viscoso. Solo podía recuperar su forma humana si se inyectaba un suero. Para hacerse con provisiones, Druuna tenía que prostituirse. Hasta ahí, bien. Cierta crudeza. Sin embargo, Serpieri no se quedaba solo en eso y de alguna manera sugería que a la mujer le encantaba que la violasen. Acababa disfrutando, sobre todo si había maltrato. Era sadomasoquismo.
El pretexto era que para Druuna, como ella misma decía, era mejor ser violada que sufrir otros tormentos que estaban a la orden del día en la nave en la que está encerrada con enfermos, mutantes y sádicos guardianes. Tanto es así, que Serpieri encontraba un momento para que su protagonista se lo explicase tal cual a otra mujer que era violada por primera vez después de que asesinasen a su padre.
Lo perturbador en este caso es que el autor dijo en una entrevista "es una mujer de hoy. Es el tipo de mujer que realmente me gusta: un poco sincera, un poco ingenua en lo que respecta al amor. Druuna conoce perfectamente su cuerpo y sabe que puede contar con su belleza". La prueba del algodón actual con estas cuestiones tendría serios problemas para pasarla.
La premisa inicial, pese a la alta presencia de sexo, tenía un pase dentro de una historia de ciencia ficción. El arranque de Morbus Gravis, primer y mejor libro de la saga, no podía ser más prometedor. Era una búsqueda en la que sorteando obstáculos de todo tipo la protagonista iba descubriendo dónde estaba, qué era el mundo que habitaba. Sin embargo, el argumento pronto empezaba a caer en todo lo que hizo que la ciencia ficción de los cómics ochenteros acabase siendo tan tediosa como odiosa.
Todo valía. Si El Incal es una sucesión de ocurrencias a cada cual de mayor envergadura y pretenciosidad, en Druuna las trampas argumentales pasaban siempre por sueños y realidades paralelas. La protagonista iba cayendo en situaciones complicadas en las que, primero, podía resultar que no eran reales; dos, acababa siendo violada de maneras fantasiosas y de porno duro y, tercero, lograba escapar con giros completamente gratuitos. Los textos que teorizaban los porqués, eran pastiches farragosos completamente absurdos.
Nada de eso fue óbice para que en su día vendiera como churros y fuese un éxito histórico. Del mismo modo, tampoco impide que hoy merezca una lectura. Si hay que buscarle puntos destacables a esta obra el primero y evidente es el dibujo. Es absolutamente brillante en todas las facetas. La voluptuosidad de Druuna cumple perfectamente con su cometido, excitar al lector o lectora que les gusten las mujeres de esas características físicas, y el realismo conferido a mundos tan fantasiosos y delirantes solo pueden definir la lectura como viaje a través de una obra de arte.
Desde una mentalidad pop ortodoxa, hay que acabar valorando de alguna manera el horror vacui de Serpieri. Aparte del sexo y la pornografía, había temática de inspiración zombi con tanto deformado y mutante. Había una parte metafísica que, aunque era absolutamente incomprensible e incoherente, sumada a los constantes recursos oníricos casi derivaba en humor. Con el paso de los años estas cosas hacen gracia. Incluso hoy podemos leer con más complacencia los pasajes en los que Druuna se adentraba en mundos virtuales. Ahora con el 5G y la proliferación de gafas y espacios de realidad que vamos a tener en los próximos diez años llegaremos a leerlos como algo contemporáneo.
No obstante, la sentencia merece dureza: tanto talento, tantas buenas ideas, una imaginación tan desbordante, todo se echa a perder por un guión que desprecia sus rudimentos más elementales, tal y como le ocurría también a los popes antes citados. La paradoja es que son cómics que se pueden leer mejor como grandes videojuegos de aventura. Imágenes fascinantes, pero vacías. No en vano, Druuna acabó siendo un vídeojuego. Aunque ahí las críticas y el recibimiento no tuvieron tantas contemplaciones. Los gamers se quejaron de que el principal atractivo del juego eran los gráficos, pero lo demás era, como se dijo en Meristation, "un engendro que nunca debería haber salido a la venta".