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la nave de los locos / OPINIÓN

Nuestro enemigo común

Foto: EDUARDO MANZANA

Estamos peor que al principio de la peste. Faltan más de 80.000 personas y otras muchas luchan por su vida. La economía ha entrado en barrena. Comer o cenar en un bar es misión imposible. Todo está prohibido salvo alguna cosa. Hemos sacrificado la libertad para nada. El Gobierno ausente es culpable de que no levantemos cabeza  

25/01/2021 - 

Comía unos macarrones riquísimos en el Richi cuando reconocí la voz triste de un político triste que anunciaba que no volvería a comer macarrones en el Richi durante al menos catorce días. En las televisiones amigas, que son todas y comen de la mano de su amo, el gobernante triste justificaba el cierre de la hostelería valenciana para frenar el avance de la peste china, de cuya irrupción se cumplirá pronto un año.

Acabé de comer como pude, con el ánimo tocado por la mala noticia, que no es la primera del año ni será la última. Echaremos de menos 2020. Uno ha interiorizado que vive bajo una dictadura de apariencia democrática, y que debe aceptar su condición de súbdito. Uno también se ha acostumbrado a convivir con un estado policial; a que los grises de Marlaska espíen tu móvil y te paren por la calle; a no salir por las noches; a llevar un bozal que te deja las orejas como Carlos de Inglaterra, y a no poder ver a tu padre desde hace más de dos meses.

Foto: EFE

Uno acepta estas pequeñas tragedias a condición de que le dejen salir una hora al patio a tomar el sol con otros presos. Esa hora de patio es comer en el Richi y merendar en Valor, pero ni siquiera esto nos está permitido. Después de arrebatarnos las libertades y de desentenderse de nuestra salud, el Gobierno aterrador, delegando en sus capataces regionales, me obliga ahora a comer en casa, a mí, que no sé cocinar ni tengo el propósito de aprender; a mí, que me gasto la cuarta parte de mis ingresos en la hostelería del país.

La vulgaridad de los concursos de cocina

¡Cuántos empleos habré salvado con mis menús diarios de once euros! Y como yo, otros muchos solteros, divorciados y viudos que consideran una vulgaridad imitar a los arguiñanos de la tele. Una prueba inequívoca de la decadencia española es la proliferación de concursos de cocina. Así nos embrutece el poder. Cebaos como cerdos, pensarán los muy ladinos, que ya os llegará vuestro san Martín.

"En estos tiempos oscuros ser patriota, amar a tu país por encima de banderías ideológicas, es militar en la resistencia al Gobierno"

El mismo día en que conocí la terrible noticia del cierre hostelero rebusqué, en la alacena de la cocina, los dos botes de Litoral que compré en el confinamiento de primavera. Ahí seguían, tristes y olvidados, mirándome con ganas de ser violentados. Uno de fabada asturiana y otro de lentejas a la riojana. No tendré más remedio que abrirlos y cocinarlos al baño maría. Ese parece ser mi destino inmediato: alimentarme con botes de Litoral —que están deliciosos, por cierto— y seguir engordando. Es lo que no le perdonaré nunca al Gobierno de extrema pobreza: los kilos que he ganado estos meses, las canas que me han salido y las ojeras que arrastro por culpa de no dormir bien. La pandemia nos ha echado diez años encima. Me miro en el espejo y veo que mi cara es diferente a la que tenía el 13 de marzo de 2020. No me reconozco.

España vive una segunda posguerra

A pesar de mi declive físico y mental, a todas luces evidente, no me resigno a cruzarme de brazos. En esto también me contradigo. Es más: yo era un hombre sin fe, como un ser sin atributos, contagiado del virus relativista de la posmodernidad, y ahora, precisamente ahora que todo se ha derrumbado, he encontrado la razón que buscaba para dar sentido a mi vida. Tengo la fe, como tantos compatriotas, en forzar la derrota de este Gobierno calamidad, que ha empujado a España a una segunda posguerra, marcada por las heridas de la miseria, el dolor y la muerte.

Los dos botes de Litoral que el autor del artículo se verá obligado a consumir por culpa del cierre hostelero.

Al presidente maniquí y a sus ministros hay que vencerlos mediante la palabra, la razón y los votos en cada convocatoria electoral. Mientras ponen las urnas, disputémosles las calles y las tribunas, y ganemos adeptos a nuestra causa entre familiares, amigos y compañeros, como parte de una estrategia de combate contra quienes amenazan nuestra supervivencia como país.

El Gobierno del maniquí y del burgués disfrazado de comunista es mi enemigo y el de muchos españoles ofendidos con tanta mentira y desprecio. Es la primera vez que me sucede. Antes podías estar o no de acuerdo con tus gobernantes, pero no sentías que su poder amenazase tu libertad y tu prosperidad. Hoy sí; ahora ves que van a por ti y carecen de cualquier escrúpulo para mantenerse en el poder.

El riesgo de ser enviados a galeras

En estos tiempos oscuros ser patriota, amar a tu país por encima de banderías ideológicas, es militar en la resistencia. Como los masones y ciertos homosexuales, los que formamos la resistencia nos reconocemos con sólo mirarnos. A veces hasta nos sonreímos. Pero no somos ilusos. Nos la estamos jugando con un enemigo inmisericorde con el disidente. Y además existe el riesgo de que tanto esfuerzo acabe en fracaso, y nos envíen a galeras después de ser etiquetados como  “fascistas” por los mandarines de la corrección política.

Foto: EFE

El futuro está por escribir. Ganar o perder; quién sabe lo que sucederá. Si al final perdemos esta guerra cultural y política, lo celebraremos con el orgullo de quien ha cumplido con el deber. Hay derrotas gloriosas. Y en bares como el Richi y en  restaurantes como Belle Époque nos harán la ola por dar la cara por ellos cuando los cobardes compraban las tristes excusas del presidente triste de los valencianos.

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