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El nuevo modelo económico chino de la doble circulación

Foto: TPG Via ZUMA Press/Dpa
9/05/2021 - 

El pasado marzo tuvo lugar en Pekín el acontecimiento del año de la vida política china: la celebración la Asamblea Nacional Popular (ANP), es decir la reunión anual del Parlamento chino. Esta vez el plato fuerte era la aprobación del nuevo plan quinquenal cuyo objetivo esencial es convertir a China en un país más poderoso y, en la medida de lo posible, protegido de sus competidores globales. Claramente herederos de la tradición planificadora soviética y a pesar de sus inevitables abstracciones, el contenido de estos planes sigue siendo relevante a la hora de tratar de saber hacia dónde va China. 

Pues bien, en este nuevo decimocuarto plan quinquenal que se desplegará de 2021 a 2025 se desprende la preocupación del gobierno chino en salvaguardar al país de las turbulencias exteriores y asegurar su prosperidad mediante los mecanismos que tiene bajo su control directo. Se trata de una tendencia consistente en ir desplazando el foco económico del exterior a lo doméstico. No es una política novedosa pero sí estamos asistiendo a su consolidación. Como viene sucediendo, en el nuevo plan quinquenal se le da carta de naturaleza a una expresión adelantada hace un año por el Presidente Xi Jinping que habló de la estrategia de la doble circulación.

A continuación analizaremos brevemente porqué se ha introducido este nuevo concepto (por que no llega a tener, al menos de momento, el detalle para ser considerado un modelo económico en sí mismo), a través de qué medidas concretas se va a implantar y como éstas pueden impactar no solo en la economía china si no, y mucho, en la economía global.

Su origen estructural y lejano, siguiendo al economista Yu Yonding, lo encontramos en el proceso de reforma y apertura de China que tuvo lugar en los años 70 del siglo pasado. En efecto, en aquella época, los líderes chinos fueron plenamente conscientes de que uno de los factores que estaba impidiendo el despegue económico de china era la falta de reservas en moneda extranjera. Así China se encontraba en un círculo vicioso: sin esas reservas en moneda extranjera, China no podía intensificar sus exportaciones y sin exportaciones  China no podía conseguir las cantidades mínimas necesarias que necesitaba de reservas. 

Foto: TPG Via ZUMA Press/Dpa

En este punto, China fue afortunada al conseguir romper este bloqueo mediante el crecimiento astronómico de la fabricación de bienes de equipo. Esta actividad empezó a florecer en la zona costera del sudeste de China durante los años 70 y 80 y fue la que permitió la progresiva acumulación de reservas en moneda extranjera. De esta forma China se adentró en el círculo virtuoso basado en la actividad importadora de algunos componentes del extranjero y la actividad exportadora integrando dichos componentes en productos acabados o semi-acabados. Esta estrategia económica se definió como la  “gran circulación internacional”. Y fue sin duda un éxito rotundo convirtiendo a China en la mayor economía exportadora del mundo y permitiéndole un crecimiento del PIB que hace que en la actualidad esté prácticamente superando en este punto a los Estados Unidos.

Sin embargo, una economía basada únicamente en las exportaciones tiene sus fragilidades desde el momento que ha alcanzado un determinado crecimiento. Esto le ha sucedido a China tras casi 40 años de expansión basada en la referida “gran circulación internacional”. Se desvelan debilidades evidentes. En este sentido, el hecho que la economía esté centrada en las exportaciones tiene como correlativo que los ratios de inversión interna permanecen preocupantemente insuficientes. Por otro lado, lo que resulta aún más alarmante para el interés nacional chino es la dependencia total de exterior, aspecto que pone en evidencia la fragilidad de este modelo. 

Así, y precisamente por su exitoso desarrollo, la economía china ha perdido competitividad con el incremento salarial generalizado en China por lo que ya no se beneficia de una mano de obra tan atractivamente barata como antaño. Además, debido a la evolución de los precios internacionales, hemos presenciado que, mientras los precios de los productos provenientes del exterior que China necesita para incorporar en su cadena de producción se han disparado (en muchos casos materias primas y también componentes electrónicos esenciales), los precios de los productos que China vende al exterior tienden a disminuir. Finalmente, la fuerza exportadora china ha provocado suspicacias en algunos de los países que importan sus productos. Esto ha hecho que adoptaran medidas evidentemente proteccionistas que han tenido un impacto negativo en las exportaciones chinas. El ejemplo más sangrante de esto se ha visto en la guerra comercial provocada por el presidente Trump.

Llegamos pues a la nueva estrategia de la doble circulación preconizada por el presidente Xi Jinping. Como dijo Deng Xiaoping, una de las grandes ventajas de los sistemas socialistas está en la maravillosa “concentración de poder para hacer grandes cosas”. Por ello, tanto los recursos públicos como los privados se van a poner al servicio del interés nacional de China. Por supuesto que la economía del gigante asiático seguirá teniendo una vocación internacional como la llamada ahora Ruta de la Seda Digital (es una de las manifestaciones de la política de One Bell One Road de la que ya ha hablado en numerosas ocasiones en estas páginas). China sabe que su éxito se lo debe a la globalización. Sin embargo también se ha dado cuenta que debe crear sus propias reglas de juego. 

Xi Jinping. Foto: CHRIS RATCLIFFE/EFE

En consecuencia está diseñando un sistema aparentemente contradictorio pero que sin embargo tiene la genialidad de la síntesis hegeliana. Se pretende un equilibrio entre la integración global y la internacionalización y la autosuficiencia doméstica. En efecto, se trata de un cocktail de ingredientes imposibles: ¡globalización y autarquía!. Sin embargo, parece que va a funcionar. El modelo implica, por un lado, atraer capital, financiación y activos tecnológicos extranjeros con la promesa de retornos muy interesantes para lo que se están relajando las barreras de entrada en determinados sectores de la economía e iniciando un tímida reforma de la justicia para profesionalizarla y conseguir de esta forma una cierta seguridad jurídica al menos en el ámbito económico para los inversores extranjeros. Y, simultáneamente, potenciar las capacidades internas y los mercados domésticos para evitar la dependencia de los veleidosos y poco fiables ciclos de la economía global.

Como siempre en las construcciones económicas chinas, este nueva estrategia adolece premeditadamente de una vaguedad generalizada. Esto también le da flexibilidad y evita las rigideces de estar preso de sus propias palabras.  Sin embargo, algunos elementos se van vislumbrando. Conviene destacar que el énfasis en el consumo doméstico es esencial. Por otro lado, desarrollar políticas industriales orientadas igualmente al mercado interno. Los productos que  pretenden conseguir son necesariamente de valor añadido. De esta forma se va a ir consiguiendo una sustitución paulatina de las exportaciones. Además, y en paralelo, China va más allá: quiere ser el amo del juego y para ello necesita establecer los estándares industriales que van a moldear las industrias futuras. 

En efecto, como dijo Werner von Siemens, fundador de la gran empresa alemana con su mismo nombre, “aquel que es dueño de los estándares, es el dueño del mercado”. Y el establecimiento de los estándares industriales ha sido monopolizado en las últimas décadas por un pequeño grupo de democracias industrializadas. Como nos recuerdan James Kynge y Nian Liu en un artículo del Financial Times de octubre pasado: TODO, desde el ancho de las vías de tren, hasta el software, los satélites o las frecuencias usadas por los móviles o las reglas que aplican a los productos electrónicos y el procesamiento de datos ha sido decidido por organizaciones dominadas por países occidentales que han fijado y determinado los correspondientes estándares. Y frente a esta situación, China tiene otras ideas y pretende, con este desarrollo de su dimensión interna, empezar a fijar sus propios estándares.

 Las consecuencias de esta situación pueden llegar a ser colosales e ir incluso más allá de la influencia que China ha tenido en el mundo en los últimas años hasta encumbrarla como potencia dominante global. Mark Leonard en un interesante artículo publicado El País y también Mariam Camarero también en un no menos interesante artículo publicado en este diario, expresan su inquietud ante esta situación y el enorme cambio que puede implicar de formar estructural en la gobernanza del mundo. Los ejemplos sobre los estándares a regular son variados: la tecnología 5G de los móviles que permite el internet de las cosas; los semiconductores; la inteligencia artificial etc. Aquí caben dos escenarios y ninguno de ellos bueno. O bien que China gane la batalla global y consiga imponer sus estándares en cuyo caso muchas cosas pueden cambiar. O bien que en esta pugna entre Occidente (al que asumo unido lo que es mucho asumir) y China resulte en una división del mundo en diferentes bloques industriales en cuyo caso la polarización pueda intensificarse lo que a su vez conlleva el incremento de posibles conflictos entre dos bloques antagónicos.

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