La obsolescencia de los graduados universitarios que tardan en encontrar su primer empleo es la verdadera “fuga” de cerebros
Se ha puesto de actualidad, al hablar del mercado de trabajo, el riesgo que suponen la robotización y la inteligencia artificial para el empleo. Hay quien afirma que los avances tecnológicos van a suponer la sustitución de una importante parte de los trabajos existentes hoy en día, no sólo los manuales y repetitivos, sino también otros bastante más complejos. Es evidente que la tecnología avanza muy rápidamente, pero, aún siendo así, es muy difícil poder predecir lo que pueda pasar en los diez o veinte próximos años: qué tipo de trabajos se mantendrán o aumentarán su oferta y cuáles desaparecerán. Sí que es posible, no obstante, analizar lo que ha ocurrido en los últimos años, observar las tendencias actuales y tratar con ello de extrapolar pautas futuras.
En un reciente trabajo de David Autor, cuyo resumen aparece en el blog VoxEU, el catedrático de economía del MIT hace un repaso de la creación de empleo en Estados Unidos desde los años 70 y compara los trabajos de entonces con los de ahora. Se trata de un estudio muy completo, puesto que aborda no sólo cuáles son las perspectivas del empleo por nivel de estudios, sino también diferenciando las ciudades de las zonas rurales, menos pobladas.
En el gráfico 1 se representa, en rojo, los empleos menos cualificados, en beige los intermedios y en azul los altamente cualificados. A simple vista puede comprobarse que, en lo que llevamos de siglo, han aumentado los empleos en salud y servicios personales, así como en servicios de limpieza dentro de los trabajos de baja cualificación, mientras que han descendido todos aquellos puestos de trabajo para los que se requeriría formación intermedia (empleos en la industria, administración/oficinas y ventas). Finalmente, también se estarían creando nuevos empleos en el ámbito técnico y profesional (para los que se precisa educación superior). Es decir, existe una tendencia a la polarización de los nuevos empleos que se crean básicamente en servicios de poca cualificación y en el otro extremo, los de muy elevada cualificación (servicios especializados). El peso del sector industrial se ha reducido en todos los países desarrollados, donde se ha producido una destrucción continua de empleo desde los años 80. Es ésta una tendencia generalizada, una realidad en la sociedad de hoy, donde ha llegado la hora de atribuir el prestigio social que los servicios merecen, más allá de tópicos, pues la investigación y la innovación, la sociedad del conocimiento, se basa en los servicios y los especialistas que los proveen.
Esta polarización apuntada por Autor en Estados Unidos se está produciendo también en España. Como puede apreciarse en el gráfico 2, procedente del último informe de la Fundación COTEC, en 2015 un 38,1% de los empleos los ocupaban trabajadores con estudios inferiores a la secundaria superior, mientras que un 36,2% tenían estudios superiores. El sector minoritario lo forman el restante 25,7% del empleo, ocupada por quienes obtuvieron un título de secundaria superior. Esto contrasta nuestos vecinos europeos, donde son muchos más los trabajadores con un grado de formación intermedia. Además, en el caso español el porcentaje de graduados universitarios es superior al de otros países, lo que significa una proporción importante de ellos no pueden ocupar puestos de trabajo de nivel superior. De hecho, según señala COTEC, España tiene, de media, una subutilización de competencias de sus trabajadores moderada, algo por encima de la media europea (40% en España frente al 39% de media en Europa). Sin embargo, en el caso de los graduados superiores, se sitúa en el 40,3%, casi el doble que en Alemania y muy por encima de la media europea. Por ello, parece que el sistema productivo no permite el desarrollo de las potencialidades de los graduados empleados.
Además de la tendencia antes señalada a la polarización entre los empleos más y menos especializados, también se ha ido produciendo otro fenómeno, relacionado con los salarios reales. El gráfico 3 (que también procede del trabajo de David Autor) relaciona los salarios reales con la densidad de la población a lo largo del tiempo y con el nivel formativo de los asalariados. En los años setenta (gráfico de la izquierda) existía una importante diferencia entre los salarios reales en todos los niveles de formación, dependiendo si se vivía en una ciudad (donde los salarios eran más altos para todos) o en áreas menos pobladas (donde éstos eran más bajos). A lo largo del tiempo, esta estructura se ha ido manteniendo para los trabajos más especializados (gráfico de la derecha, 2015), mientras que los salarios son prácticamente iguales en pequeñas poblaciones y en las grandes urbes para los trabajadores sin estudios. Lo que este proceso implica es que, aunque se continúen creando empleos poco cualificados en las ciudades, los salarios reales no han aumentado lo suficiente como para afrontar con garantías los costes más altos (transporte, vivienda, alimentos, etc.) de los núcleos urbanos. Ello, junto con la reducción de los empleos en la industria, ha aumentado la desigualdad social interna en las economías avanzadas, especialmente en las ciudades, donde se concentra una mayor parte de la población. Mostrar la necesaria solidaridad y las medidas para contrarrestar estos problemas será uno de los retos de los próximos años.
La conclusión, para el caso español, no es del todo negativa. Por un lado, España tiene un porcentaje de graduados universitarios en carreras de ciencias y tecnología (STEM) bastante por encima de la media de nuestro entorno, lo cual es esperanzador, pues son las cualificaciones más demandadas en el mercado de trabajo. Por otra parte, COTEC señala que los programas de formación profesional que han impulsado desde que comenzara la crisis (especialmente la de grado superior) están dando sus frutos en España. No olvidemos que la educación superior no es sólo universitaria, sino también profesional, y que algunas de estas cualificaciones (muchas de ellas técnicas) no sólo están muy demandadas, sino que se remuneran con salarios elevados. Esta es la dirección correcta, junto con la formación permanente y, especialmente, en el puesto de trabajo. Lo que hay que evitar, a toda costa, es la obsolescencia en la formación, un riesgo importante cuando se tarda en conseguir el primer empleo. Esa es la verdadera “fuga” de cerebros.