La película se estrenó hace 30 años en Cannes; pese a su éxito, casi hunde a la compañía que la produjo, Goldcrest, aunque su banda sonora la ha convertido en un clásico
VALENCIA. Fue en mayo de 1986, hace ahora casi 30 años, que se exhibió oficialmente por primera vez en cines La misión. Fue en el transcurso del festival de cine de Cannes. El largometraje de Roland Joffé llegaba a La Croisette en un año dominado por la Cannon, que presentaba hasta tres películas. Entre los responsables de la producción existían recelos sobre los posibles beneficios que iba a reportar su presencia en Francia, mas no así su coproductor David Puttnam, quien pensaba que acudir al certamen podría ser positivo. Acertó. El jurado presidido por Sydney Pollack la consideró la mejor película a competición y aquella Palma de Oro fue el máximo galardón de una película que también estuvo nominada a los Oscar, a los BAFTA y a los Globos de Oro.
Hoy, 30 años después, el filme es recordado sobre todo por su banda sonora, obra de Ennio Morricone, y permanece como un modelo de cine épico y de aventuras casi en desuso, por desgracia para los cinéfilos. Protagonizada por un Robert de Niro en plenitud de forma y por un Jeremy Irons inolvidable, al frente de un reparto que incluía a un joven Liam Neeson, la película continúa siendo la obra maestra de Joffé junto a Los gritos del silencio (1984) y en ella se dieron cita algunas de las virtudes del llamado cine clásico, con una fotografía magistral de Chris Menges. Su devenir, empero, es paradójico, ya que pese a su popularidad contribuyó a la casi desaparición de la productora británica Goldcrest, que se había abierto un hueco en el mercado internacional con películas tan celebradas como Carros de fuego (1981) o Gandhi (1982). Su tortuosa producción y su agridulce recepción aportan un ramillete de lecciones para los jóvenes cineastas y cinéfilos que demuestran, de entrada, que tener una buena idea, una buena historia y una buena película no es bastante.
1. Nunca hay que abandonar un proyecto. En un excelente artículo publicado en Los Angeles Times el 9 de septiembre de 1986 por el difunto crítico estadounidense Charles Champlin se relataba la complicada gestación de La misión. La idea de la película partió del productor italiano Fernando Ghia en 1972, cuando conoció una obra de teatro del dramaturgo austriaco Fritz Hochwälder (Das Heilige Experiment) en la que se narraba el violento desmantelamiento de la utopía jesuita de Paraguay a mediados del siglo XVIII. En 1973, un largo artículo de la revista Time sobre los jesuitas, que fue portada con una ilustración del bilbaíno padre Arrupe, hacía una mención a la triste historia de las reducciones. En ellas los nativos guaraníes convivían con los padres jesuitas españoles y se repartían por igual las ganancias de su trabajo, con jornadas laborales de seis horas. Convencido del potencial de la historia, Ghia habló con el escritor Robert Bolt, autor de los libretos de Un hombre para la eternidad y Lawrence de Arabia, entre otros, y conocido por su rigor y profesionalidad. Bolt dio muestras en esta película de su laboriosidad y reflejó de forma fidedigna algunos encuentros que se dieron entre los españoles y los indios del actual Paraguay, según explicaba en su día el catedrático Fernando Sánchez Marcos, en un texto aparecido en Film-Historia. En otoño de 1975, con el guión en la mano, Ghia fue a Paramount y les presentó el proyecto que se llamaba entonces Guaraní. Les gustó, pero no le vieron posibilidades. Fue su primera decepción. Durante una década, Ghia recibió más noes que síes. Nunca se rindió. 14 años después de su nacimiento, la película se hizo. Y Ghia logró una nominación al Óscar como productor.
2. Acude a las raíces físicas y emocionales de tu historia. Curiosamente, cuando Ghia se puso en contacto con Bolt para proponerle la escritura del guión éste puso también sus reparos. Para convencerle le llevó a las raíces físicas y emocionales de la historia: a las cataratas de Iguazú. En el artículo de Champlin antes citado se relata el impacto que tuvieron en Bolt. Según la descripción de Ghia, Bolt "se sentó y se quedó mirándolas durante una hora hasta que la luz se fue. Luego dijo: ‘Es como si Dios por un día hubiera decidido ser un diseñador de producción’. Regresó a Londres, pensó durante siete meses y aceptó escribir el guión”. A mediados de 1975 le presentó el primer borrador, el que se titulaba Guaraní, la piedra angular de la película, en el que además de retratar la tragedia guaraní planteaba una interesante reflexión sobre las relaciones del poder con los débiles y el compromiso con los desfavorecidos. Ya en él las cataratas de Iguazú tenían un papel predominante. Así que se puede decir que la película, como tal, comenzó cuando Bolt y Ghia las visitaron juntos.
3. Busca quien te entienda, que no tiene por qué darte siempre la razón. Tras el largo periplo infructuoso para poner en marcha el largometraje, incluida la negativa de Paramount, una serie de casualidades pusieron en contacto a Ghia con Puttnam. Al productor británico le gustaba el proyecto de La misión. Acababa de producir Los gritos del silencio y pensaba que era una historia ideal para Roland Joffé. Desde Goldcrest invitaron a Ghia a una proyección del copión de Los gritos del silencio. En cuanto lo vio, Ghia se emocionó. “Si hubiera visto esta película por cualquier otro motivo, habría ido igualmente a pedirle que por favor dirigiera mi proyecto”. Pero a Joffé no le entusiasmó el guión. Veía posibilidades en la historia, le gustaba, pero el libreto le pareció “un poco anticuado y bastante literario”, según el relato del imprescindible libro David Puttnam. Un productor creativo de Alejandro Pardo. Esos reparos de Joffé se tradujeron en las sensibles mejoras que se hicieron sobre el texto final, si bien no se pudieron corregir algunos defectos narrativos inherentes al planteamiento inicial, como el centrar la historia en la perspectiva europea (sólo al final se adopta la visión nativa) o la presencia anecdótica de personajes femeninos, algo que mermó sus posibilidades en taquilla.
4. Lo que importa es la película; no tu ego. Una vez la productora Goldcrest se sumó a la iniciativa, y ya con el apoyo económico de Warner, se comenzaron a articular los puntos básicos del rodaje. Ghia, como padre de la historia, quiso tener su papel predominante pero durante la fase de preproducción en agosto de 1984 los responsables creativos del filme, con Joffé a la cabeza, solicitaron que Ghia fuera reemplazado por Puttnam, quien hasta entonces tenía un papel secundario. “Fernando no era el apropiado para producir el proyecto. Era algo mucho más grande de lo que había hecho hasta entonces y estaba asustado”, explicaba Joffé. Rodajes en la selva, viajes transcontinentales, miles de extras… La escena final de la batalla es un ejemplo de la complicada logística que rodeó una película que, por si fuera poco, cada día que se rodaba se tenían que mandar los negativos vía aérea a Europa para que se positivaran y poder montar.
Organizar todo aquel pandemónium era una tarea de titanes que muy pocos podrían realizar. Puttnam se reunió con Ghia, le explicó lo que pasaba y el italiano al principio se negó a ceder la batuta. Hasta Robert Bolt se puso del lado de sus compatriotas y abogó porque, si era necesario, Ghia abandonara el proyecto. El italiano finalmente se avino a razones. Se trataba de concluir el largometraje, llevarlo a buen puerto, aunque eso pasara porque él se pusiera a un lado. Tras más de una década, sacrificó su ego en beneficio de su sueño. En compensación, desde Goldcrest le dijeron que en los créditos sólo estaría él como productor. Sin embargo, una vez concluido el filme Ghia pidió que se reconociera la importancia que había tenido Puttnam y ambos firmaron la película como productores. Fue lo justo. Ghia había pensado la película, la había creado; Puttnam la hizo posible. Lo que importaba era la película. El (buen) cine es un trabajo de equipo donde no caben los egos.
5. Controla el presupuesto… si quieres seguir haciendo películas. Uno de los problemas que tuvo La misión fue su elevado coste. Pese a los esfuerzos de Puttnam por controlar el gasto, La misión tuvo un presupuesto final de 17,5 millones de libras de la época. Gran parte del sobrecoste vino por la contratación de una estrella de la talla de Robert de Niro, quien cobró 1,5 millones de dólares, así como por los gastos indirectos, imprevistos y seguros. Por si fuera poco, el departamento financiero de Goldcrest realizó una estimación de taquilla demasiado generosa. Todo ello hizo que pese a su relativo éxito de público la película supusiera un coste para Goldcrest de 2,9 millones de libras. Unido al fracaso de Absolute Beginners (Principiantes) de Julien Temple y, sobre todo, de Revolution (1985, Hugh Hudson), casi llevan al traste a Goldcrest. En el libro de Pardo antes citado, Puttnam alude al elevado coste del filme como un defecto. “Es, con mucho, la película más cara que he producido, y no quiero moverme en esas cantidades de nuevo (…). Existen ciertas cantidades de dinero con las que es incómodo negociar porque comienza a perderse toda medida humana”. No es de extrañar que después fracasara durante su breve estancia al frente de Columbia (1986-1988). En Hollywood, donde el despilfarro inmoral de dinero es casi un dogma, alguien como él era incómodo.
6. Busca tu público y controla la comercialización. Uno de los problemas que hicieron menos rentable a La misión de lo que debía fue la errática comercialización en Estados Unidos, el principal mercado cinematográfico. Warner se hizo con los derechos en este país y España, entre otros. Pero mientras en toda Europa y nuestro país La misión fue un éxito, con 12 semanas en cartel en el Palacio de la Música de Madrid y preestreno mundial con presencia de la reina doña Sofía, en EEUU Warner desistió de aumentar la apuesta publicitaria en el momento crucial y dejó que el film muriera por sí solo. Su recaudación de 17,2 millones no estuvo a la altura de su coste. Y como quiera que Warner ya había recuperado la inversión, le dio igual. Quizás Ghia, Puttnam y Joffé tendrían que haber hecho como Stanley Kubrick, que controlaba hasta el tamaño de los anuncios de prensa en el extranjero.
7. Elige bien tus partners. Durante el rodaje de la película, sus responsables contaron con muchos colaboradores locales, y muy buenos. Dos de ellos, el líder indígena Asunción Ontiveras y el padre jesuita Daniel Berrigan, no sólo aportaron su experiencia sino que también participan como actores secundarios. Asimismo, ante la imposibilidad de contar con guaraníes, la comunidad indígena guaunana fue fundamental para dar veracidad. El compromiso con ellos llegó hasta el punto de que Joffé les dio el 2% de los beneficios de taquilla que le correspondían por contrato al director. No se querían repetir los excesos y problemas de Fitzcarraldo (1982, Werner Herzog). Pero pese a las promesas del entonces presidente colombiano Belisario Betancourt, las 12 semanas de rodaje en Colombia fueron un suplicio. Tal y como relataba el productor asociado, Ian Smith, mientras en Tailandia contaron con la colaboración de los tailandeses, en Colombia hicieron la película “a pesar de los colombianos”. Entre los problemas que tuvieron durante el rodaje, Pardo cita que casi a diario se encontraban amenazas de huelga, el peligro de secuestro por parte de narcotraficantes, el peligro de emboscada por grupos guerrilleros que querían robar el dinero que cada semana se mandaba para pagar… Por si fuera poco, las dos últimas semanas de rodaje fueron en Argentina, donde aún se recordaba la Guerra de las Malvinas (1982). Para estas dos semanas, la productora le pidió a Ghia que retomara el papel de productor principal y los británicos fueron los que se pusieron de lado. Y Ghia hizo su trabajo a la perfección.
8. Una película es un todo, o la preeminencia de una banda sonora. Si por algo es recordada hoy La misión es por su banda sonora, obra de Ennio Morricone, que fue candidata al Oscar. Juan Ángel Saiz, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia y productor musical, considera que esta nominación “fue una oportunidad perdida para darle un premio merecido a Morricone”. “En Hollywood no supieron aprovecharlo, pero a pesar de ello la banda sonora se ha convertido en una de las composiciones fundamentales del siglo XX, no sólo de cine sino de la música sinfónica del siglo pasado”, asegura. La elección del italiano vino por recomendación de Ghia. Como le explicó en su momento a Bolt, la música había sido un elemento fundamental en la relación de los jesuitas con los guaraníes, y él quería a uno de los mejores, sino el mejor.
Con todo, Morricone tuvo sus reparos. No le gustaba Hollywood, no quería volver a trabajar con grandes productoras, y veía a Warner detrás de la película. Puttnam y Ghia organizaron una proyección del premontaje del filme para convencerle. Cuando el italiano vio la secuencia de Jeremy Irons tocando el oboe se emocionó (el original estaba montado con el adagio del concierto para oboe de Alessandro Marcello) todos sus recelos saltaron por la ventana y accedió a componer la banda sonora. “Aunque Morricone en general valora la música experimental que ha creado antes que la melódica”, explica de nuevo Sáiz, “esta obra la utiliza habitualmente para cerrar todos sus conciertos, consciente de que La misión forma parte de la cultura popular desde hace décadas”. El cine es un todo. No sólo es una historia, una buena interpretación, un buen montaje, una hermosa fotografía… También es su música; y pocas películas lo ejemplifican mejor que ésta. Si hoy es recordada, es en gran parte por una banda sonora que ha sido imitada hasta la saciedad.