Es poco probable que la globalización siga una progresión lineal hacia una aceleración o un retroceso, por lo que un escenario híbrido será más evidente
VALÈNCIA. Este 2024 será un un año de innumerables elecciones presidenciales, que determinarán la dirección política de países que representan aproximadamente el 40% de la población mundial y cerca de la mitad de su PIB. Si bien cada una de estas elecciones será diferente, en muchas de ellas los partidos nacionalistas tendrán un papel relevante. Pero, ¿cómo afectarán estas elecciones a la evolución de la globalización en el corto y medio plazo? Entre las tesis extremas de una globalización acelerada está que el mundo experimentará un fuerte compromiso de cooperación y de interconexión global.
Por otro lado, las tesis de una desglobalización profunda advierten que las conexiones internacionales y la interdependencia entre países disminuirían gravemente y las economías más grandes estarían gobernadas por administraciones que prioricen políticas muy proteccionistas e intereses nacionales sobre la cooperación global. Me quedo en un término medio acuñado por el profesor Bosoni que sería el escenario más probable: La globalización fragmentada.
El escenario más razonable para los próximos años se sitúa en algún punto intermedio entre esas dos opciones extremas. Es poco probable que la globalización siga una progresión lineal hacia una aceleración o un retroceso, por lo que un escenario híbrido parece más evidente dadas las tendencias económicas y políticas actuales.
El comercio internacional podría perder impulso en su totalidad, pero seguirá siendo fluido en muchas partes del mundo; al mismo tiempo que la tecnología seguirá creando oportunidades para la cohesión internacional. Las principales potencias -sobre todo Estados Unidos y China- acelerarán la búsqueda de sus propias esferas de influencia, mientras que las potencias emergentes del hemisferio sur (desde Brasil hasta India) presionarán para crear instituciones internacionales y marcos de entendimiento propios. Esto nos llevará al nacimiento de entornos tecnológicos, redes financieras y acuerdos de cooperación fragmentados.
En general, bilateralismo y proteccionismo serán más prevalentes que el multilateralismo y la liberalización, a medida que los países y las empresas den prioridad a la autosuficiencia y busquen reducir los riesgos de sus cadenas de suministro. En este contexto, conceptos como reshoring, nearshoring o friendshoring se volverán más frecuentes como estrategia para que las empresas y los gobiernos reduzcan los riesgos relacionados con la cadena de suministro.
En este mundo, la tecnología y la seguridad nacional estarán profundamente entrelazadas; mientras los impactos de la globalización fragmentada serán más intensos en las industrias de alta tecnología, que son al mismo tiempo políticamente sensibles, económicamente cruciales y militarmente estratégicas. La carrera por el dominio tecnológico se intensificará en sectores como la inteligencia artificial, la computación cuántica y la manufactura avanzada, que será esenciales para la seguridad nacional. Esto también significa que los flujos de datos a través de fronteras tenderán hacia la fragmentación. Debido a esto, el panorama tecnológico global podría fragmentarse cada vez más en medio de los esfuerzos de Estados Unidos y China para socavar el desarrollo tecnológico de cada uno, y moldear estas tecnologías de acuerdo con sus propias preferencias, valores e intereses estratégicos. En este contexto, los gobiernos y las empresas se verán cada vez más obligados a elegir bando, adaptar sus modelos de negocio y cumplir con regulaciones divergentes.
En relación con este fenómeno, las instituciones globales seguirán perdiendo relevancia a medida que la cooperación entre países se vuelva cada vez más difícil. Esto no significa que la cooperación internacional vaya a terminar, ya que algunas organizaciones multilaterales regionales podrían volverse más activas si sus contrapartes globales siguen sin tener resultados plausibles. En este entorno complejo, las oportunidades serán para aquellos países que aprendan a entender las complejas reglas de esta globalización fragmentado y, sobre todo, en la cambiante rivalidad entre Estados Unidos y China.
Vietnam es un gran ejemplo de esto, ya que el país está atrayendo inversiones de empresas, especialmente en la industria electrónica y de los chips. Lo hace trasladando parte de su producción desde China por temor tanto al aumento de los costes laborales como a la creciente rivalidad con Estados Unidos. Al mismo tiempo, Vietnam aplica una política exterior muy inteligente y arriesgada. En septiembre pasado, el país elevó su relación con Estados Unidos a la de una 'Asociación Estratégica Integral'; mientras que dos meses después, Vietnam y China anunciaron 37 acuerdos (incluidos vínculos diplomáticos, ferrocarriles y telecomunicaciones) durante seis años.
México es otro buen ejemplo, que ha tenido recientemente un aumento en inversiones nuevas por parte de empresas chinas, que quieren utilizar al país latinoamericano -con acuerdo de libre comercio con Estados Unidos- para preservar el acceso al mercado estadounidense en un momento de tensiones comerciales entre Washington y Beijing. Al igual que Vietnam, México también está aplicando una política exterior tratando de equilibrar esta fragmentación.
Tanto Vietnam como México ilustran cómo la globalización está más cambiando que disminuyendo. La estrategia de Vietnam y México no es nueva, dado que durante la Guerra Fría muchos países buscaron un equilibrio entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, la creciente competencia entre Washington y Beijing en el contexto de una globalización cada vez más fragmentada presionará a los gobiernos para que adapten sus políticas exteriores .
Aprovechar la oportunidad de operar como intermediario entre Estados Unidos y China será tan importante como mantener relaciones diplomáticas cordiales con ambos. El desafío para estos países es no llegar a un momento en que estos países se vean obligados a elegir un bando o arriesgarse a un conflicto con su potencia más próxima.
También habrá oportunidades en paralelo a la rivalidad Estados Unidos/China. Sin ir más lejos, la Unión Europea está acercándose a muchos países y otras organizaciones regionales tratando de llegar a acuerdos para aumentar y diversificar sus suministros de materias primas críticas. La guerra en curso en Ucrania también ha creado nuevas oportunidades para estados como Argelia y Qatar aumenten sus exportaciones de gas natural. Todo ello en medio de los esfuerzos de Europa por la diversificación del comercio y la oferta y reducción de riesgos, especialmente en sectores estratégicos, que seguirán siendo elementos centrales de un mundo de globalización fragmentada.
Las elecciones que se celebrarán en todo el mundo este año darán forma al panorama político global durante al menos la segunda mitad de la década; mientras las ideologías nacionalistas y antiglobalización influirán en muchos de los resultados. Si bien esto no resultará en un proceso profundo de desglobalización, ciertamente no contribuirá a una globalización acelerada. Lo más probable es que conduzca a una mayor competencia geopolítica y a una fragmentación comercial y tecnológica que afectará las relaciones políticas y económicas entre los países.
Este escenario de globalización fragmentada presentará desafíos para la cooperación internacional y las empresas multinacionales, con un bilateralismo -o 'minilateralismo'- y un proteccionismo cada vez más prevalentes. Sin embargo, surgirán oportunidades para aquellos países y empresas que se muevan hábilmente por las dificultades de una globalización fragmentada .
Ignacio González Ochoa es socio director de AVD Consultores