tribuna libre / OPINIÓN

Oriente Medio de nuevo en llamas

7/10/2023 - 

El Oriente Medio está de nuevo en llamas. A las 7 de la mañana de este sábado, hora de Israel, en plena fiesta judía del Sábado, Hamas y la Jihad Islámica lanzaron desde Gaza un duro ataque contra Israel, por el aire, con dos mil novecientos misiles lanzados, y por tierra, con cientos de operativos que traspasaron las verjas que rodean la Franja de Gaza y que –según informa el Gobierno de Israel– han realizado ataques a pueblos y ciudades israelíes cercanos a la frontera, asesinando a más de cien hombres, mujeres y niños, de manera indiscriminada, y secuestrando a muchos e ellos, llevándoselos y exhibiéndolos como botín de guerra en las calles de Gaza.

Y esto ocurre hoy, precisamente cuando se cumple el 50 aniversario de la guerra de Yom Kipur (6-25 de octubre de 1973), que enfrentó a Israel con las fuerzas expedicionarias de doce Estados árabes, encabezados por Egipto y Siria, y que culminó con la victoria de Israel tras 20 días de cruenta guerra. Pero, quiere la coincidencia que ese no sea el único aniversario. Así, este año, 2023, se celebran dos aniversarios que han pasado totalmente inadvertidos en Europa y, podría decirse, en el resto del mundo en general, incluidos los Estados Unidos, que tuvieron una participación relevante en aquellos eventos. Me refiero al mencionado 50 aniversario de la guerra de Yom Kipur y también al 30 aniversario de la conclusión del denominado acuerdo de Oslo, firmado en la Casa Blanca, Washington, por Yasser Arafat e Issac Rabin, el 13 de septiembre de 1993. Pero, además, hace también ahora 45 años de la firma de los primeros Acuerdos de Camp David, firmados por Menachem Begin y Anwar el Sadat el 17 de septiembre de 1978, que pusieron fin al estado de guerra entre Israel y Egipto.

Y hoy, tristemente, para no perder la cita con la Historia, Hamas ataca de nuevo a Israel. Las cosas, sin embargo, son bien diferentes a como eran en aquellos años, y los sujetos del actual conflicto son también diferentes. El conflicto, sin embargo, es el mismo, desde hace 75 años, si nos remontamos a la creación misma del Estado de Israel en 1948. Por quedarnos en etapas más recientes, podría decirse que hay una continuidad entre la guerra de Yom Kipur y la situación actual. Hubo pasos adelante muy positivos, que pusieron las bases para resolver este enquistado y ya demasiado largo conflicto. Los primeros fueron los Acuerdos de Camp David, de 1978, que establecieron la paz entre Egipto e Israel. Luego vendría el acuerdo de paz entre Israel y Jordania, en 1994. Y, desde luego, los Acuerdos de Oslo. En realidad, hubo dos: Oslo I, la “Declaración de Principios” de 1993, primer acuerdo firmado entre Israel y la OLP, que abría la puerta a la creación de una Autoridad Palestina provisional en Gaza y Jericó (13 de septiembre de 1993); y Oslo II, el “Acuerdo Interino” de 1995, que constituía la Autoridad Palestina y le otorgaba el gobierno de Gaza y de parte del territorio de Cisjordania (28 de septiembre de 1995). Este acuerdo sigue hoy en vigor y es el fundamento jurídico internacional que sostiene a la actual Autoridad Palestina.

Sin embargo, estos acuerdos, que han buscado establecer la paz en esa atormentada zona del mundo, han tenido dos enemigos que han hecho lo imposible para impedir que tal paz pudiese llegar a ser alcanzada nunca. Por un lado, las fuerzas ultra conservadoras y nacionalistas –laicos y religiosos– israelíes, y, por otro lado, los grupos ultra nacionalistas y religiosos palestinos, encabezados hoy por Hamas. Las fuerzas ultra conservadoras y nacionalistas israelíes han boicoteado el proceso de paz desde su mismo inicio, primero desde fuera del gobierno, llegando a utilizar la violencia terrorista al menos en dos ocasiones (el 25 de febrero de 1994, Baruch Goldstein, miembro del grupo ultraderechista y racista Kach, disparó contra un grupo de musulmanes palestinos que oraban en la Mezquita Ibrahimi, la Tumba de los Patriarcas, en Hebrón, matando a 29; y el 4 de noviembre de 1995 el ultraderechista Yigal Amir, asesinó al primer ministro israelí Isaac Rabin precisamente cuando participaba en un acto masivo a favor del proceso de paz, en Tel Aviv), y luego, desde dentro del mismo gobierno israelí. El actual primer ministro israelí Benjamin Netanyahu encabezó el movimiento en contra del proceso de paz en los años 90 del siglo pasado, como presidente del partido conservador Likud, e imposibilitó luego su avance desde el Gobierno en sus tres etapas como primer ministro.

Para las fuerzas ultra conservadoras y nacionalistas israelíes no es posible un proceso de paz que lleve a la formación de un Estado palestino. Ello es imposible y, además, pondría en grave riesgo la existencia misma de Israel. Es imposible porque todo el territorio en cuestión es territorio judío. Es el territorio en el que el pueblo judío ha vivido siempre desde los tiempos bíblicos, y la diáspora sufrida, primero, no ha impedido la presencia continuada de judíos en la zona desde entonces hasta hoy en día, y, segundo, porque la presencia de árabes en la zona –musulmanes y cristianos– es sobrevenida y no cuestiona el derecho de los judíos a su propia tierra. Y la existencia de un Estado palestino en la zona es un peligro para la existencia misma de Israel porque reduciría su tamaño a una estrecha franja de tierra, y porque supondría la creación de una base para el lanzamiento constante de ataques terroristas contra Israel. Para las fuerzas ultra conservadoras y nacionalistas israelíes la única posibilidad es, por tanto, continuar con el refuerzo militar y de seguridad de Israel, y continuar con la ocupación del territorio y la expansión de los asentamientos judíos en la zona, forzando de facto al pueblo palestino a abandonar el territorio, o a vivir como ciudadanos de segunda clase bajo una permanente ocupación israelí.

Y para Hamas la visión es justamente la contraria. Los judíos no tienen derecho alguno a estar allí –algunos llegan, incluso, a negar su existencia histórica–. Los judíos han sido impuestos en la zona como producto de un proceso de colonización imperialista, iniciado tras la primera guerra mundial y acentuado tras la segunda guerra mundial, con la creación del Estado de Israel. Pero Hamas ha sido también un acérrimo enemigo del proceso de paz, al que intentó frenar con graves ataques terroristas en Israel, no contra el ejército israelí o sus bases militares, sino contra objetivos civiles, en calles, bares, autobuses, mercados, etc. Su intención era, no tanto desmoralizar a la población israelí, como acentuar con ello la división interna, entre favorables y contrarios al proceso de paz, debilitando así a todo el Estado de Israel.

Hamas participó en las primeras elecciones al Consejo Legislativo Palestino del 20 de enero de 1996, pero no lo hizo como tal grupo, sino a través de candidatos “independientes”, obteniendo 15 diputados (17%). Sin embargo, en las segundas elecciones generales celebradas el 25 de enero de 2006 –últimas, hasta el presente– Hamas obtuvo 74 escaños (44,45%), casi la mayoría absoluta, frente a los 45 escaños (41,43%) de Fatah. Hamas formó Gobierno y eligió como primer ministro a Ismail Haniya. Sin embargo, las tensiones entre Fatah y Hamas no cesaron de crecer y en diciembre de 2006 Hamas dio un violento golpe de Estado en Gaza y expulsó de las instituciones a Fatah, asesinando a varios de sus miembros. Desde entonces, Hamas gobierna la Franja de Gaza en términos exclusivos, con imposición rígida de sus posicionamientos políticos y religiosos.

Y, en Israel, tras una etapa tormentosa de inestabilidad gubernamental, Benjamin Netanyahu volvió de nuevo al Gobierno, al ganar las elecciones parlamentarias del 1 de noviembre de 2022. Sin embargo, su partido, el Likud, obtuvo sólo el 23,41% de los votos y 32 escaños (26,66%), lo que le obligó a formar un Gobierno de coalición con otros cinco partidos extremistas, con planteamientos políticos y religiosos radicales, de carácter racista, homófobo, xenófobo y anti-árabe, como es notoriamente el caso del partido Sionista Religioso, de Bezalel Smotrich, o del partido Poder Judío, de Itamar Ben Gvir, el cual se manifiesta, además, simpatizante del ilegalizado grupo terrorista judío Kach. Desde entonces, el Gobierno Netanyahu no ha cesado de realizar una agresiva política de ocupación del territorio, expandiendo las colonias judías en Cisjordania, negando la posibilidad de la existencia de un Estado palestino y cerrando las vías a toda negociación con los palestinos.

Y estos son los términos de la situación en la que nos encontramos este sábado. Visto desde fuera, a larga distancia, el enfoque del problema puede salir distorsionado y la imagen que se obtiene es la de un movimiento liberador del pueblo palestino (“Hamas” son las iniciales en árabe de Movimiento de Resistencia Islámico), que se enfrenta a su opresor y lucha por su libertad. Sin embargo, esta perspectiva no es del todo correcta, sobre todo, si tenemos en cuenta –como acabamos de ver– que Hamas ha luchado de manera pertinaz contra todos los movimientos que se han realizado hasta al presente para llegar a un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes y liberar de una vez al pueblo palestino de la ocupación israelí. Su estrategia ha sido más bien la de “acción-reacción”, para provocar las respuestas desmesuradas del Estado de Israel. Y no sólo se ha opuesto a la paz, sino que, cuando ha tenido la oportunidad de establecer un gobierno democrático y contribuir a la libertad y el bienestar de los ciudadanos palestinos, cuando menos en la Franja de Gaza, tras su triunfo en las elecciones de 2006, ha aprovechado su poder para establecer una férrea dictadura política y religiosa en la Franja. Sí, el pueblo palestino necesita y merece la paz y la libertad por la que llevan soñando desde hace más de 50 años. Pero esa paz y esa libertad no se la van a traer ni los misiles qassam ni los rifles kalashnikov de Hamas.

Y los ciudadanos israelíes merecen también la paz y la tranquilidad con la que llevan igualmente soñando desde la creación misma del Estado de Israel. Pero esa paz y esa y la tranquilidad no se la va a traer el Gobierno extremista, supremacista y autoritario, de Netanyahu. Cientos de miles de ciudadanos israelíes lo saben y, finalmente, parecen haberse dado cuenta de ello. Por eso llevan saliendo a las calles de Israel de manera masiva y constante, prácticamente desde enero de este año, para tratar de frenar las políticas autoritarias e iliberales de Netanyahu; políticas que pretenden una radical disminución del poder de supervisión de los jueces y que, por tanto, suponen un grave riesgo para los derechos fundamentales de los ciudadanos. Las políticas autoritarias que el Gobierno de Israel ha realizado contra el pueblo palestino son ahora, pues, aplicadas al propio pueblo de Israel. El Gobierno de Netanyahu, por tanto –como lo demuestra la situación en la que nos encontramos en la actualidad, y como tuve la oportunidad de decir en las páginas de este periódico hace ya siete meses– es un grave peligro para la estabilidad y la seguridad de Israel, pero, sobre todo, es un grave peligro para la estabilidad misma de todo el Oriente Mdio.

Sólo cabe una salida, volver a donde estábamos en 1993, hace 30 años. Volver al espíritu de la paz y la negociación que llevaron a los Acuerdos de Oslo. Volver a la mesa de negociaciones y poner sobre ella sólo papeles y propuestas, no números de muertos y listas interminables de agravios. Y hay, además, que implicar a los ciudadanos palestinos e israelíes en este proceso de paz; hasta ahora, han vivido de espaldas al mismo y sólo han percibido sus aspectos más negativos. Y, sobre todo, hay que aislar a los radicales de uno y otro lado y denunciar la impostura de sus planteamientos mendaces.

Y la Unión Europea debería hacer una política intensa de intervención y mediación en este conflicto. No puede seguir regalando euros y mirando hacia otra parte, ignorando lo que ocurre en la zona (como ha ocurrido hasta ahora con el proceso de paz, los asentamientos, o con la protesta interna en el Estado de Israel), ni hacer simplemente un seguidismo de posiciones políticas internacionales que no son nuestras y que responden a otros intereses. El Oriente Medio es nuestro patio trasero y lo que allí ocurre nos importa a nosotros. Más que al otro lado del Atlántico, aunque no lo parezca.

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Antonio Bar Cendón es Catedrático de Derecho Constitucional y Catedrático Jean Monnet “ad personam” en la Universidad de Valencia. Fue el asesor jurídico en el proyecto de la UE que llevó a la constitución y elección de la Autoridad Palestina, en 1994-1996.

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