Hoy es 5 de octubre
La nueva distopía del escritor plantea temas como las migraciones, la desigualdad, la pobreza, la crisis climática la libertad e incluso la homofobia
VALÈNCIA. Imagínense que un país construye un muro que nadie puede franquear. Un muro perfecto, sin fisuras, tan avanzado científicamente que no solo se contenta con permanecer en su sitio, sino que empieza a crecer por sí solo, por encima de las nubes, hasta la estratosfera. El muro llega tan alto que ni siquiera las tormentas lo pueden atravesar. Llega tan profundo que ni la mayor perforación puede alcanzar su límite. Con el tiempo la sequía comienza a arreciar sobre el país en cuestión, y en cosa de medio siglo no queda nada más que un puñado de supervivientes enloquecidos y carentes de esperanza.
Óscar Hernández-Campano plantea esta distopía en su nuevo libro, El muro. El escritor conocido por novelas como El viaje de Marcos (2002) o Esclavos del destino (2004) vuelve con esta historia, en la que un hombre proveniente de una familia pudiente se enfrenta a este nuevo mundo. Sin más esperanza que la que le otorga un libro que lee cada noche, el hombre emprende un viaje hasta el muro. Tiene que verlo con sus propios ojos para constatar que la pesadilla es verdadera, que no hay pie a la esperanza.
Hernández-Campano pone sobre la mesa una serie de denuncias a través de su historia. La idea de El muro (publicado por la editorial Egales) viene de la preocupación que el escritor sentía por las políticas de Donal Trump en relación con el muro fronterizo entre Estados Unidos y México. Bajo esta idea, puso a su personaje protagonista en una situación extrema, haciendo que se diera de bruces contra problemáticas como las migraciones, la desigualdad, la pobreza, la crisis climática, el fanatismo, la libertad e incluso la homofobia. El resultado, una novela corta que puede leerse de una sentada y que pretende hacernos reflexionar sobre el punto en que nos encontramos y hacia dónde queremos dirigirnos como civilización.
-Tu novela gira en torno a un muro físico indestructible, pero los muros metafóricos son, por lo menos, igual de férreos: el pesimismo del protagonista y su desesperación, la pérdida de la inocencia y del idealismo, el conformismo... ¿Hay muros infranqueables en nuestras sociedades?
-Dentro del pesimismo que rezuma la novela, yo aspiro a ser optimista. La novela tiene como objetivo primordial dar un toque de atención sobre lo que ocurre en nuestro mundo y nuestra manera de vivir, para decir que aún estamos a tiempo. Para alertar de lo que puede pasar y de que es necesario que cambiemos. Hay muchos muros de intolerancia, egoísmo, miedo a los demás. Muros que nos impiden ver el daño que le hacemos al planeta, por ejemplo. He querido alertar sobre ellos. Pienso que todavía podemos mitigar todos estos problemas y quizás plantearnos nuestro sistema social de civilización.
-¿Hay entonces un halo de esperanza en El muro, en relación con el atolladero hacia el que, según tú, nos dirigimos?
-Sí. Mi intención era precisamente esa. Que los lectores sufrieran una sacudida para que la esperanza salga de las páginas del libro. Sacudir las conciencias para que la gente reaccionara en cierta manera. Es una invitación a la reflexión para trasladar esas situaciones distópicas, pero absolutamente homologables e identificables con lo que estamos viviendo, y que con ello se moviera un pequeño cambio. Muchas veces un cambio pequeño, a largo plazo, es un cambio enorme.
-En un momento dado del libro, el protagonista dice: “Yo era de los que negaba que algo malo estuviera sucediendo. Rechazaba de forma vehemente la posibilidad de que fuera cierto. Todo a mi alrededor seguía como siempre lo había visto. Mi concepto de siempre, no obstante, era limitado”. Es un diagnóstico bastante extensible a la situación previa al momento en que estalló la pandemia, ¿no crees?
-Sí. Este libro lo escribí antes de la pandemia. Era ajeno al virus, pero no a la posibilidad de una pandemia. En lo que va de siglo ya han surgido tres o cuatro virus que se han conseguido parar. La novela no estaba inspirada en la posibilidad de una pandemia vírica, sino de una pandemia más invisible aún: el egoísmo, el odio... Muchas veces se dice eso de "esto ha sido así toda la vida". Se utilizan expresiones muy grandilocuentes y absolutas para un periodo de tiempo realmente muy corto. Utilizamos esos conceptos cuando en realidad abarcan muy pocos años o décadas. La vida en el mundo es mucho más longeva.
Teniendo en cuenta que el protagonista proviene de una clase social muy elevada y privilegiada, que se había cuidado mucho de mitigar los primeros efectos del muro, construye su propia barrera alrededor de esa clase social dominante para que no le afecten temas como la sequía o la escasez. Hasta que se cae del caballo y abre los ojos siempre había sido todo igual para él. Había vivido entre algodones, sin la posibilidad de conocer la vejez, la enfermedad, la muerte... De pronto se da de bruces con la realidad, lo que supone un giro copernicano en su vida.
-El protagonista ‘despierta’ y ve la magnitud del desastre solo cuando pierde a su madre y ve que realmente faltan medios. ¿El ser humano solo aprende a base de golpes?
-Sí. Cuando le dan directamente en la cara. Es el efecto de la rana hervida: pones una rana en agua y el agua al fuego. La rana ahí se quedará y morirá sin darse cuenta. En cambio, si la echas de golpe en agua hirviendo salta. Es un poco lo que nos pasa a las personas. La problemática ecológica es un ejemplo obvio de esto. Medio grado más, un huracán, una sequía... son hechos de una realidad muchísimo mayor, pero como llegan poco a poco y muy gradualmente, no reaccionamos. El día que lo hacemos es demasiado tarde. Con la pandemia podríamos hablar de algo similar. Hasta que no nos ha afectado de lleno no se han tomado medidas. Nos negamos a ver la magnitud del problema. Cuando la madre del protagonista, una mujer riquísima, necesita atención médica y no la puede obtener, él se da cuenta. Su torre de marfil ha caído. El último reducto de su vida normal se deshace y con él se le cae la venda de los ojos.
-Bajo esa idea de que 'todo siempre ha sido así' de la que hablas, ¿crees que el simplismo y el cortoplacismo que suele impregnar a las instituciones -y también a las sociedades- puede llevarnos a una situación, salvando las distancias, como la de El muro?
-Estoy convencido de ello. No solo nos puede llevar, sino que ya estamos viviendo situaciones análogas. Somos muy cortoplacistas. La política, ya no por definición, si no por habitualidad y costumbre, es cortoplacista. Es muy raro ver legislaciones o iniciativas políticas que trasciendan una o dos legislaturas. Por eso está costando tanto solucionar los problemas tan graves a los que nos enfrentamos como sociedad. El cambio climático, la superpoblación, la pobreza, las migraciones, la desigualdad económica... Hoy en día las fronteras pueden tener sentido a nivel de administración localista, pero a nivel macroeconómico y geoestratégico no existen. Los problemas se deben abordar a nivel global. Quizás dentro de unos siglos se mire para atrás y piensen que estábamos locos, ciegos y tontos. Verán que teníamos todas las pruebas a nuestro alcance y aún así no éramos capaces de reunirnos y ponernos de acuerdo para salvar nuestro mundo. Eso es lo que he intentado plasmar.
-El protagonista lee un libro durante su camino hacia el muro. Es lo único que le une a la cordura, pero el lector nunca averigua su nombre. ¿Qué libro es? ¿Representa un libro que te marcara a ti en la realidad?
-Podría representar un libro en concreto, pero quise que el libro fuese un concepto abstracto en la narración, precisamente para que cada lector le diera el título que quisiera. Hay quien optará por un libro de carácter religioso, político, filosófico, de ficción... A mí me interesaba el concepto de libro/cultura. La cultura es lo que nos hace humanos, seres sociales. Un libro es el acto de comunicación a largo plazo por excelencia. Hoy podemos leer un libro escrito hace dos mil años, y dialogamos con un autor o una autora de hace veinte siglos. Eso nos permite mantener de pie el edificio de la civilización. La cultura es el eslabón del protagonista con la civilización. Él se agarra a dos cosas: al libro y a su bufanda. La bufanda simbolizaba a su pareja, a su amor, y es lo que en cierta manera le mantiene vivo. Le da esperanza.
-Tengo entendido que la idea original de El muro estaba enfocada a no ser más que un relato corto. ¿Qué te llevó a acabar dando forma a una novela?
-La idea de El muro surgió a raíz de una lectura que fue la gota que colmó el vaso para mí. Tenía mucha preocupación sobre la política del felizmente defenestrado Donald Trump y su paranoia del muro. Todas esas constantes imágenes de los migrantes en el Mediterráneo y ese muro de agua horrendo que tenemos al sur de la Península, todas esas preocupaciones, cristalizaron en unas reflexiones. Una lectura fue la chispa para que me sentara a escribir. Surgió un relato corto de entre veinte y treinta páginas. Sin embargo, me llamaba constantemente a revisarlo y a añadir detalles. Sucesivas lecturas y correcciones dieron lugar a una novela. Ha habido quien me ha dicho que podría haber sido más largo, que se le ha quedado corto, pero como la forma la tenía tan clara... Quería que fuera un flujo de conciencia. Que leyéramos los pensamientos del protagonista, acompañándolo en su viaje hacia el muro. No quería que fuera una novela al uso, sino como un torrente de información que incluso se pudiera leer de una sentada.
-En la línea de ese halo de esperanza del que hablabas antes, ¿crees que de esta crisis saldremos más individualistas, como va ocurriendo en El muro, o que poco empezaremos a valorar más lo humano, por encima de lo material?
-Quiero pensar en la segunda opción. Me gustaría que nos hermanáramos mas, que fuéramos más empáticos. Pero las pruebas no son muy halagüeñas. La realidad, la verdad, llama un poco al pesimismo. Da la sensación de que vivimos instalados en un sálvese quien pueda. Ves estas cosas y a veces hay que hacer un gran esfuerzo para mantener ese halo de esperanza y optimismo. Yo tengo esperanza en que la ciencia nos saque de esta situación, en que quizás desde algunos sectores sociales, filosóficos e incluso políticos, se invite a una reflexión global para prevenir y para atajar el problema de la explotación incontrolada de recursos naturales, que ha sacado a la luz virus tan viejos como la humanidad o mucho más. Virus que han estado en sus reservorios naturales miles de años y que, cuando hemos penetrado en las junglas, los hemos sacado a la luz, despojándolos de su hábitat natural. Espero que se instale un proceso reflexivo sobre qué somos y qué queremos ser. Al final el problema está en que hemos perdido un poco de vista que somos parte de todo este conglomerado natural que es la Tierra.
-También veo una crítica a la homofobia. El muro trata la homosexualidad del protagonista como algo poco trascendente, de pasada, como si habláramos de heterosexualidad, vaya. Las historias con protagonistas del colectivo LGTBI suelen poner como tema central esa condición sexual. En cambio, El muro naturaliza totalmente ya no la homosexualidad, que también, sino el hecho de hablar de la homosexualidad. ¿Qué me puedes decir de esto?
-Ya es hora. Soy el autor de una de las novelas más vendidas del colectivo LGTBI en España, El viaje de Marcos, que ahora cumple 18 años y tiene 13 o 14 ediciones. Era una novela en la que la homosexualidad era el eje central de la trama porque era el gran problema de su protagonista: reconocerse a sí mismo y ante los demás. Lo he tratado en otras novelas, y lo volveré a hacer en la secuela, que se publicará el año que viene.
En El muro, con una sociedad que se ambienta en el futuro, quería que la homosexualidad del protagonista fuera tan poco importante como el color de su cabello. Una característica más de su vida, sin que fuera el eje de la trama. Él vivía su sexualidad de forma desinhibida durante su juventud y luego se emparejó con naturalidad con otro hombre. Todo va bien hasta que la sociedad empieza a desmoronarse. Entonces se empiezan a buscar chivos expiatorios, culpables. Se empieza a apelar a los dioses, a las viejas religiones. Resurge el pecado, la culpa. Y de nuevo, la homosexualidad se pone encima de la mesa. Quise denunciar que la homofobia aún está viva. Si nos retrotraemos a nuestra actualidad, está peligrosamente fuerte e impune. Han aumentado muchísimo los ataques LGTBIfobos, no solo a gays. Se está naturalizando que cada fin de semana den una paliza a una pareja por ir de la mano o a un transexual porque pasaba por allí. No podemos tolerar eso como sociedad. Quise aportar ese elemento a la novela. Es una novela corta pero muy densa por todas las cuestiones que implica.
-El muro, por otro lado, es perfecto. No tiene ninguna fisura, cumple totalmente con el cometido para el que fue creado. ¿Se puede leer de esto que los ideales de perfección también imponen un muro sobre nosotros?
-Tenemos que aprender que no somos perfectos. Existe una dictadura de la juventud, de la salud, de la perfección física. Es algo que crea muchos complejos y problemas no solo psicológicos, sino de todo tipo. El muro es un poco el símbolo de esa perfección llevada al extremo. Por una vez se consigue construir algo perfecto en mayúsculas. Va más allá incluso de lo que se buscaba. El muro improvisa sobre la marcha conforme crece, se adapta a todo con el fin de cumplir su programación. Para una vez que hacemos algo perfecto, nos come. Esa búsqueda de la perfección absoluta puede ser una quimera. Puede crear monstruos. Tenemos que aprender a vivir con nuestros defectos e imperfecciones. Cada uno es como es, las cosas a veces no salen como queremos y eso tampoco tiene por qué ser el fin del mundo.
-El muro hace que surjan sequías, vientos huracanados y otros efectos que la crisis climática está generando en el mundo desde hace ya tiempo. Muchos expertos en sociología dicen que los diagnósticos tremendistas sobre el fin del mundo no generan ningún efecto, puesto que estamos demasiado expuestos mediáticamente a las tragedias y ya no nos afectan. ¿Qué opinas de esto? ¿La sociedad del muro también es víctima de esa apatía hacia lo trágico?
-Completamente. Nuestra sociedad es un tsunami de información que se renueva cada día. Por otro lado, hay un cierto morbo que nos impulsa a consumir ficciones con visiones tremendistas del mundo. Cuando nos hemos encontrado con una situación en la vida real que puede asemejarse a lo que llevamos tanto tiempo ficcionando, lo negamos. No nos lo creemos. Con el cambio climático ocurre. Se ha acabado el alfabeto para bautizar a los huracanes. Han tenido que coger el alfabeto griego y ya van por la mitad, solo en una temporada. Se ha normalizado. Cada año hay más DANAS, lluvias extremas, inundaciones. Cada vez hay un poco más de todo eso y puede llevar a que nos acostumbremos. Esto son procesos generacionales, no ocurren de un día para otro. Si así fuera, seguramente los gobiernos reaccionarían de otra manera. Además, las instituciones no tienen demasiado interés en el tema. Esos gobiernos van minando la alarma. Creo que la ciencia nos puede salvar de todo esto. Necesitamos mucha pedagogía. Mucha lectura, mucha crítica. La televisión está bien, pero debe enfocarse más hacia una programación didáctica, informativa. Alejarse de las discusiones con demasiados decibelios. Se necesita gente que explique las cosas en profundidad. Hay demasiado ruido.
-Hablabas antes de la secuela de El viaje de Marcos. Háblame de esto y de tus próximos proyectos.
-No puedo decir mucho. En principio saldrá hacia la primavera del año que viene. Es un libro muy esperado por miles de lectores que durante todos estos años leyeron la primera parte. Yo me he resistido mucho. Seguimos en una sociedad con avances legislativos en cuanto a derechos LGTBI, pero al mismo tiempo ha surgido una reacción de ultraderecha que niega estos avances. Por eso consideré que había llegado el momento de reencontrarme con aquellos personajes, ver qué ha pasado con ellos y construir una historia en esta España de 2020 en la que conviven una serie de libertades con una reacción opuesta. Es lo que puedo adelantar. Creo que a los lectores les hará mucha ilusión volver a leer sobre estos personajes.
Para 2022 tengo prevista la publicación de una novela de otro género diferente, entre el thriller político-policiaco y novela histórica. Es una novela que me apetecía mucho escribir. Siempre intento plantear reflexiones para que los lectores puedan llegar a sus propias conclusiones. Intento, como autor, que mis libros no solo sean un entretenimiento.