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la nave de los locos / OPINIÓN

Otro gallego pasa a la historia

El lío catalán supondrá, a medio plazo, el certificado de defunción política de Mariano Rajoy. El fracaso de su partido en el Principado, tras una calamitosa gestión de la crisis forzada por los independentistas, se extenderá al resto del país. Tiene pie y medio en la historia. Si tuviera sentido común o una brizna de patriotismo, convocaría elecciones

1/01/2018 - 

En la calle Mayor de una ciudad del interior del país tenía su sede el partido de los conservadores. Era el otoño de 1992. Venía uno de los vicesecretarios del entonces presidente del Partido Popular, José María Aznar. El vicesecretario en cuestión se llamaba Mariano Rajoy. Era alto, miope, algo desgarbado y correcto en el trato. Nos habían convocado una tarde —imperdonable descortesía— para darnos una rueda de prensa. No recuerdo el asunto pero sí que hizo algo impropio en un político, esto es, elogiar inicialmente a su principal adversario, Felipe González. Luego cargó contra él porque así lo exigía el guion.

No supe más del tal Rajoy hasta que el adusto Aznar lo nombró ministro de Administraciones Públicas en su primer gobierno en 1996. Después ejerció otros cargos en el Ejecutivo hasta llegar a ser vicepresidente, siempre sin hacerse notar, ni para lo bueno ni para lo malo, fiel a su estilo gris y discreto que tan buenos réditos le ha dado en su carrera política. Mientras otros competidores de partido iban desapareciendo, fruto de sus errores o de la coyuntura, él sobrevivía y se preparaba para ser ungido por el dedazo de Aznar, como así fue.

Rajoy forma parte de la lista de gallegos que han gobernado este país. A mi memoria acuden los republicanos Manuel Portela Valladares y Santiago Casares Quiroga y el controvertido Francisco Franco, quien al parecer sigue vivo gracias a la respiración asistida de la izquierda peninsular. Tanto los dos políticos republicanos como el dictador pasaron a la historia por diferentes motivos, en los que no me voy a detener.

Al igual que ellos, Rajoy ha entrado en la historia, aunque de momento no lo sepa. En apariencia sigue siendo presidente pero tiene cara de pieza de museo, de político amortizado. En Vilalba, el pueblo de Fraga Iribarne, doblan las campanas de la iglesia desde hace días anunciando su entierro. Pero nadie se lo ha dicho. Esta vez su piel de rinoceronte, elogiada en su día por su amiga Angela Merkel, le servirá de muy poco. Su enorme fracaso en la gestión de la crisis catalana, con la aplicación blanda del artículo 155 y la convocatoria precipitada de elecciones autonómicas en Cataluña, han hecho de él un zombi al frente de un gobierno de zombis, incluida la vicepresidenta y sus fallidos servicios de inteligencia.

Lo que resta de legislatura, sean unas semanas, unos meses o un año, equivale a los minutos de la basura en un partido de baloncesto. Esta breve y anómala legislatura ha dado lo que tenía que dar de sí. Todo está decidido. Hasta en su partido saben, aunque no se atrevan a manifestarlo en público, que Rajoy es una rémora para España en este momento crítico, dado el enorme desafío que representan los independentistas catalanes a la continuidad del Estado.

Un nuevo líder para el desafío independentista

Rajoy siempre ha presumido de ser un político sensato, previsible y moderado. Sus críticos sostienen, sin embargo, que detrás de esos tres adjetivos se esconde un hombre timorato y cobarde, incapaz de tomar la iniciativa en los grandes asuntos del país. Puede que haya algo de razón en esto último. Más que un político sensato y previsible, España necesita un líder —y Rajoy no lo es— con nuevas ideas, coraje y audacia para hacer frente a los carlistas de Junts per la Pasta y a la facción vaticana de mosén Junqueras. El pulso con los golpistas, lejos de terminar el 21-D, continuará en 2018.

Lo que resta de legislatura, sean semanas o un año, equivale a los minutos de la basura en un partido de baloncesto. ESTA ANÓMALA legislatura no da más de sí

El sonoro fracaso del PP en Cataluña, reducido a ser una fuerza testimonial, prueba que gente de edad provecta como Rajoy y Arenas Bocanegra ha de dejar paso a una nueva generación de políticos conservadores. Algunas miradas se fijan, cómo no, en otro gallego. Veremos si el señor Núñez Feijóo se atreve a cruzar el Duero para tomar las riendas de la derechona española.

Cuanto más tiempo Rajoy permanezca en la presidencia del Gobierno, peor le irá a España. Como ha hecho en otras ocasiones, esperará a que escampe, a que el tiempo le saque del atolladero. Cree que los problemas se resuelven por sí solos. Otras veces su estrategia de “dejad hacer, dejad pasar” le ha dado resultado. En esta ocasión no será así. Huele a cadáver pero lo volverá a intentar.

Obstinado y carente de ideas, a Rajoy no le quedan más cartas que el miedo a Podemos, cada vez más injustificado por el peso menguante del partido de Iglesias, y la cacareada recuperación económica. El presidente se agarrará al clavo del fin de la crisis para alargar la vida de un Gobierno en estado terminal. Confunde la política con el ejercicio de la contabilidad. Porque hoy lo más importante no es la economía sino Cataluña. Ahí es donde nos la jugamos. La economía puede irse al traste por culpa del lío catalán. Albert Rivera lo debería tener claro y darle, con la ayuda inestimable de los nacionalistas vascos, el empujón definitivo al registrador de la propiedad.

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