Hoy es 6 de octubre
El pasado 29 de Junio se publicó en este periódico una columna de opinión firmada por Carlos Aimeur sobre el turismo en nuestra ciudad, haciéndose eco de una manifestación protesta de carácter humorístico contra lo que sus organizadores denominan la “turistificación” del centro que finalmente se celebró el viernes 30 de junio.
Con ánimo de enriquecer el necesario debate sobre el efecto del turismo en el territorio, especialmente en las ciudades, me gustaría hacer algunas reflexiones que considero importantes y a las que muchas veces no se les presta la debida atención.
El hecho turístico, es decir, el desplazamiento voluntario de personas a otros lugares distintos al de su residencia por motivos no laborales, se ha convertido en los países más desarrollados (y en muchísimos en vías de desarrollo), en una necesidad más. Cubiertas las necesidades básicas, viajar se contempla cómo algo cotidiano y fundamental. De este hecho se deducen dos consecuencias ciertas: que todos nos convertimos en turistas alguna vez, y que el turismo no se puede parar, es más, se incrementará conforme lo haga la economía de un país concreto.
Por más que pueda molestar a los organizadores y participantes de la marcha-protesta, en la que por cierto acudieron buenos amigos, todos ellos son o serán también turistas. Y por favor, que nadie sea tan ingenuo de considerarse “viajero”, porque al final el viajero es un turista más, la única diferencia es su propia percepción sobre sí mismo y sus intereses. Por eso quienes participaron y organizaron la marcha, criticaron y se rieron de sí mismos. Algo por cierto muy sano.
No puedo estar de acuerdo en una afirmación del columnista según la cual promover el turismo es una visión cortoplacista. Todo lo contrario, resulta necesaria esa promoción, pues como pondré de relevancia es vital el tipo de promoción que se realice para conjugar turismo y ciudad de manera respetuosa.
El turismo como un hecho económico más, se abre camino incluso en contra de los residentes. No se puede poner puertas al campo, ya que lo único que desalienta al turista es la inseguridad, y no creo que prefiramos una ciudad insegura a una ciudad turística. Por eso, con o sin promoción, el turismo aumentará en aquellas ciudades que tengan algo que enseñar, y lo hará de forma aritmética o geométrica, dependiendo de agentes económicos sobre los que es difícil tener algún tipo de control, especialmente compañías aéreas e intermediarios turísticos. Además, es evidente es que el turismo es una fuente de ingresos, máxime en países que por su desindustrialización (léase España), se están convirtiendo en terciarios. Por tanto, siendo una fuente de recursos, por cierto, muy estable, no es en sí misma negativa. Tiene por el contrario efectos interesantes: por ejemplo, los centros históricos se recuperan gracias al turismo, y no al revés. Todas las ciudades de cierta importancia económica son turísticas (exceptuando las muy industriales —como por ejemplo algunas ciudades alemanas—, o aquellas que se ubican en torno a una gran capital dentro de su conurbación).
En resumen, el turismo, como la vida, se abre camino.
Esto puede resultar incómodo, quizá apocalíptico, pero quiero tranquilizar a mis conciudadanos, porque en València la situación ni es tan grave ni tan negativa. Es más, me atrevo a afirmar que nos encontramos en un momento perfecto, porque aún podemos decidir nuestro modelo turístico.
Como puso de relieve la marcha-protesta, no todo turista es interesante, y aunque lo fuera, a partir de un determinado volumen, que no es otro que el máximo de la capacidad de carga de un territorio, deja de serlo. Por tanto, siendo como es imposible evitar el turismo, tenemos dos retos: elegir el tipo de turista que deseamos y establecer el número de turistas que la ciudad puede digerir. Estos son los retos, y son asequibles.
En el primer reto, elegir al turista, la opción es básicamente nuestra, de los ciudadanos. El mejor turista es el que participa de la vida de la ciudad, se integra en sus usos y costumbres y la enriquece con su diversidad. Este es el otro turista. Por eso, según respetemos nosotros la ciudad, el turista la respetará. Si salimos por la noche y bebemos en la calle, por poner un ejemplo, el turista hará lo mismo. Si tiramos los papeles al suelo, igual hará el turista. Si gritamos, también el turista gritará. Si violamos las normas de convivencia, así lo hará el turista. ¿Quieres tener un turista respetuoso, ese otro turista?, empieza por tí mismo. Quien visita Conpenhague, Brujas o Boston, se ajusta a los patrones de sus ciudadanos, muy respetuosos consigo mismos. Y sinceramente, hoy por hoy, no son los nuestros. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
El segundo reto, evitar la masificación, es incluso más fácil, y depende especialmente de nuestros políticos. Para ello se debe atacar en dos direcciones:
1.- Regular el uso de la ciudad, algo mucho más sencillo de lo que parece. Para ello hay adoptar determinadas medidas, entre las que destaco las siguientes: Lo primero, acabar con las residencias ilegales, no porque perjudiquen a los hoteleros, sino porque perjudican al ciudadano, al vecino. Es la queja más apremiante. Lo segundo, peatonalizar el centro histórico, lo que permite evitar el colapso de determinadas zonas, pero no para inundarlas de terrazas y mesas, sino para permitir el paseo tranquilo. Lo tercero es facilitar el acceso a las zonas más turísticas tanto para residentes cómo para turistas, evitando los embudos. Cuarto, deslocalizar la oferta, es decir crear polos de atracción separados unos de otros para que no se colapse determinadas zonas (en València es muy fácil porque hay mucho que ver más allá del centro histórico) y promocionarlos. Y quinto, evitar el turismo de crucero, es con diferencia el menos interesante porque llega en oleadas que superan esa capacidad de carga a la que aludía, y además por sus especiales características su saldo neto (es decir la diferencia entre el coste que suponen a la ciudad su visita menos el consumo que realiza) es negativo.
Algunas otras actuaciones encaminadas a regular espacios ciudadanos muy masificados, como el Mercado Central, requieren otro artículo. Valga por el momento que tienen también solución relativamente fácil.
2.- Promover un turismo diferente en la ciudad. Aunque resulte paradójico, si los poderes públicos no promocionan la ciudad, lo harán los agentes económicos, y estos sólo atenderán a sus intereses económicos, que pueden o no coincidir con la voluntad de los ciudadanos. Por ello, si queremos que el turismo sea diferente en nuestra ciudad, debemos promocionarla en este sentido. Los ciudadanos debemos así mostrar repulsa en el caso de que estas acciones públicas alienten al turista no deseado.
En definitiva, tendremos turismo porque València es una ciudad increíble: bella, rica en cultura, con clima suave, con cosas que hacer, vida en la que participar, barrios que recorrer y otros muchos atributos. Pero si no la queremos perder para el ciudadano debemos asumir nuestra responsabilidad y exigirnos y exigir a nuestros conciudadanos el respeto que se merece.
Santiago Máñez Testor es Director de Caro Hotel, licenciado en Derecho y en Geografía e Historia por la Universitat de València y doctor en Urbanismo por la Universidad Politécnica de València.