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Oviedo, tras los pasos de La Regenta

La literatura de Leopoldo Alas, Clarín, marca los pasos, adentrándote hasta su Vetusta para recordar pasajes de La Regenta. De fondo, el Oviedo actual

| 17/02/2021 | 6 min, 5 seg

VALÈNCIA. En este viaje la mirada de Ana Ozores se entremezcla con la mía, saltando de su Vetusta al Oviedo que tengo ante mí. Han pasado muchos años pero las paredes, muros y calles guardan el legado de Leopoldo Alas, Clarín. Un salto entre realidad y ficción que también hizo el propio escritor: Vetusta (del latín ovetus, es el nombre que se da a la ciudad cuando se funda en el siglo VIII), la «heroica ciudad» que Clarín inmortalizó en La Regenta

Con gesto tímido, la propia Ana Ozores me da la bienvenida. Su figura está en la plaza de Alfonso II el Casto, mirando de reojo la catedral y sobresaliendo tras ella la torre de la basílica, en la que don Fermín de Pas subía con su catalejo cuando «la heroica ciudad dormía la siesta». La siesta está sobrevalorada porque a todas horas ves a personas paseando por las calles y las terrazas están repletas de vida. Yo misma soy una de ellas, que disfruto de unas tapas en una terraza antes de visitar la catedral de San Salvador por eso de que «quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado y no al señor».

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Tales son sus reliquias que muchos peregrinos se desviaban para visitarla. ¿El motivo? Aquí se guarda el supuesto Santo Sudario de Cristo (la prenda funeraria de Jesús de Nazaret). Concretamente, se encuentra en la Cámara Santa —declarada Patrimonio de la Humanidad—, donde también están otras reliquias, como el Arca Santa, la Cruz de los Ángeles, el Arca de las Ágatas y la Cruz de la Victoria. Es también muy interesante la Capilla de Nuestra Señora del Rey Casto, considerada el primer panteón real de España porque allí fueron enterrados algunos monarcas asturianos. En esas, me parece ver al apuesto don Fermín de Pas, con su gran capa negra, recorrer las naves. Se dirige a la capilla, donde le aguarda la silueta de una mujer, elegante y joven, en el confesionario. Lo cierto es que no me extraña lo más mínimo que el obispo de aquel entonces tuviera que marcharse a Salamanca.

Al salir me ciega el sol radiante, que me invita a pasear y callejear sin rumbo. Así lo hago, perdiéndome por el casco histórico, que se despliega en un laberinto de callejuelas en torno a la calle Cimadevilla, repleta de comercios, cafés y bazares. Cojo asiento en una cafetería y con el runrún de las conversaciones de fondo me imagino esa Vetusta que vio y plasmó Clarín, con ese trajín de personas que, como yo, a veces compran, otras pasean y otras peregrinan… Al fondo, ese arco que da paso al ayuntamiento y al Oviedo antiguo —en su época fue una de las  puertas de entrada a la ciudad—. A su lado está la iglesia de San Isidoro. En los balcones del consistorio cuelgan imágenes de fotógrafos que inmortalizaron esos meses en los que estuvimos en casa confinados por culpa de la covid-19. 

Es media tarde y el mercado de abastos está sin vida, que a estas horas se concentra en la pintoresca plaza de El Fontán (plaza del Pan, para Clarín). Me llama la atención saber que hace siglos allí había una laguna natural nutrida por manantiales y fuentes —de ahí su nombre— y hoy es uno de los puntos neurálgicos de la ciudad. Bajo sus pórticos hay tiendas de artesanía y un bullicioso mercado con puestos de flores, libros y antigüedades. También gente disfrutando de esa sidra que yo misma me tomaré más tarde. En la Vetusta de Clarín aquí estaba el teatro municipal —hoy es la Biblioteca de Asturias—, donde la Regenta descubre el amor romántico durante una representación de Don Juan Tenorio

En busca de Mafalda

Llego a la plaza de Porlier, parándome en la figura del viajero. Se trata de El regreso de Williams B. Arrensberg, aunque bien podría ser el de cualquiera de nosotros porque está cargado de maletas y, claro, con el paraguas —Asturias tiene eso—. Y de Oviedo a Vetusta de nuevo porque la actual sede de la Audiencia Provincial (ubicada en el Palacio de Valdecarzana) fue, hasta 1931, el Casino donde los hombres jugaban y a través de esas ventanas los ciudadanos vieron la penitencia de la Regenta por su ‘pecado’ —no voy a desvelar nada del libro, por si hago algún spoiler—. Tras la Guerra Civil fue una de las áreas que tuvo una importante remodelación en Oviedo. 

Y hablando de remodelaciones… ¿Sabes por qué a los ovetenses también se les llama carbayones? Porque en la ciudad se alzó un roble llamado El Carbayón, que fue derribado, para la pena de los ciudadanos, en 1879 (tenía seiscientos años). Lo descubro gracias a Camilo Blas, que al venderme sus carbayones me explica la historia. Y madre mía, ¡qué buenos están esos dulces!  

Un paso más y llego al Campo de San Francisco, el pulmón verde de Oviedo. En sus orígenes fue el bosque de un convento franciscano y hoy el parque de la ciudad, con gente leyendo, paseando… Y no me extraña porque la sombra de los árboles centenarios que aquí se concentran se agradece. Mi misión es encontrar a Mafalda, que me han chivado que está aquí. No me engañaron, la veo sentada en un banco. Espero paciente, respetando la distancia, mi turno para hacerme la foto. Sentada a su lado me dan ganas de gritar: «¡Paren el mundo que nos queremos bajar!». 

Del centenar de estatuas que hay en Oviedo era la que más ilusión me hacía ver, aunque también me llama la atención la que veo a continuación: Woody Allen. No sé cómo sigue intacta porque sus declaraciones fueron algo desafortunadas: «Cuando me hicieron una estatua, pensé que me estaban gastando una broma pesada, como en El jorobado de Notre Dame». 

Cae la noche y toca adentrarme por la calle Gascona, el bulevar de la sidra. Lo confieso, el ritual del escanciado no me deja indiferente y lo pruebo con más o menos gracia, aunque es imposible hacerlo desde tan lejos… Vamos, que con esa distancia dudo que haya espalmado la sidra —que rompa en forma de espuma al llegar al vaso—. La noche transcurre entre tapas y culines, entre risas y brindis. A veces hasta echo al camarero porque no puedo beber tan rápido. ¿La última? ¡Noooo! La penúltima, que es nuestro último día en Oviedo. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número  el artículo íntegramente en el número de febrero de la revista Plaza

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