VALENCIA. Si medio mundo me quiere matar, contratamos al otro medio mundo para que me defienda». De este modo resolvía sus problemas el narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria, considerado en los años 80 el séptimo hombre más rico del mundo. Desde la ciudad de Medellín controlaba la mayoría del tráfico de cocaína que se movía en todo el planeta, hasta que en 1993, a la edad de 44 años, murió tiroteado por los cuerpos de seguridad del Gobierno de Colombia tras años de sangrientas trifulcas.
Escobar, alias el Patrón, ha sido objeto desde entonces de múltiples biopics, documentales y libros basados en la biografía de un hombre que con una mano era responsable de innumerables actos de terrorismo, decenas de masacres y miles de asesinatos, mientras que con la otra repartía donaciones y regalos entre los más desfavorecidos, desde campos de fútbol hasta viviendas sociales, convirtiéndose en un héroe entre la población humilde. Un Robin Hood, como le gustaba a él autodenominarse.
El estreno mundial de la serie Narcos por la plataforma Netflix el pasado 28 de agosto, en una clara estrategia por popularizar el canal online en el mercado latinoamericano, así como el éxito en todos los países de habla hispana, incluso Estados Unidos, de la serie colombiana Pablo Escobar, el patrón del mal, estrenada en 2012 rompiendo todos los audímetros de Colombia con una media de 62% de share, recuperan la figura de esta emblemática fi gura que también intentó hacer carrera en política.
Pablo Escobar: «Usted me da 100.000 dólares mensuales para brindarle toda la protección necesaria al cartel de Medellín y que se maneje fuera de problemas con la ley, o yo le mato a usted el papá, la mamá, los tíos, a su esposa María, al niño Santiago, a la niña Pilar, hasta a su abuelita. Y si su abuelita ya está muerta, yo se la desentierro y se la vuelvo a matar».
(Pablo Escobar, el patrón del mal)
Pablo Escobar, el patrón del mal, disponible en España a través de Movistar TV, es un narcoculebrón de 113 episodios producido por Caracol TV y vendido a más de treinta países que repasa la vida de Escobar desde su niñez hasta su muerte. La historia, basada en el libro La parábola de Pablo, del periodista y exalcalde de Medellín Alonso Salazar, mezcla los hechos conocidos a través de la información periodística con testimonios reales y pura ficción, en una de las obras audiovisuales más ambiciosas y de mayor calidad producidas en la televisión colombiana.
Dada su procedencia es comprensible e inevitable que su producción incluya características de culebrón, en cuanto a que sus escenas son más largas de lo habitual, sus frases de diálogo más enrevesadas, sus actores más excesivos y su música incidental suena a teclado Casio. Salvadas esas excepciones, sin embargo, nos encontramos delante de una excelente ficción a la altura de Romanzo Criminale cuando evoca la mafia de Roma de los ochenta, o de Gomorra tratando la vida de la Camorra. Violencia y excesos de nuevo rico combinados con la vida común y corriente de estos narcotraficantes que camparon a sus anchas en los barrios más desfavorecidos de sus países creando un imperio de la delincuencia.
El rap salsero que suena durante los créditos, que nos recuerda a los famosos narcocorridos mexicanos, canciones populares que narran las peripecias de figuras del narcotráfico mexicano, y que hemos escuchado en otras series de éxito como Breaking Bad, son distintivos de la moda e influencia de estas narcoseries entre el público seriéfilo de todo el mundo.
No es de extrañar, por tanto, que la norteamericana Netflix con sus infalibles algoritmos ‘repite-éxitos’, se haya decantado por asentar su popularidad en Latinoamérica con una serie como Narcos, la nueva versión ficcionada sobre la vida de Pablo Escobar.
«Mi nombre es Pablo Emilio Escobar Gaviria... Me gano la vida haciendo negocios. Y ustedes pueden aceptar mi negocio o aceptar las consecuencias. Plata o plomo». (Narcos)
Durante diez episodios, Narcos narra la persecución de Pablo Escobar por un agente de la DEA norteamericana desde mediados de los setenta hasta su muerte. Con esta perspectiva la serie no sólo se centra en Colombia sino que recorre la sombra del narcotráfico hasta donde extendió sus tentáculos el cartel de Medellín: Miami. En un claro homenaje a Uno de los nuestros de Scorsese la cinta utiliza el recurso de la voz en off omnipresente como hilo conductor, además de combinar ciertos momentos clave de la vida del famoso delincuente con imágenes de archivo, dándole así un toque documental.
Rodada parte en inglés y parte en español, cuenta con el asesoramiento técnico de dos agentes de la DEA que persiguieron a Escobar y con el director de Tropa de élite, el brasileño José Padilha. Escobar está interpretado por el también brasileño Wagner Mura, conocido por multitud de títulos en Brasil y fuera de su país por su participación en el thriller de ciencia ficción norteamericano Elysium.
La producción norteamericana no escatima en gastos: localizaciones internacionales, ambientación de los 70 y 80 con todo detalle, además de una fotografía contrastada y una dirección que utiliza principalmente la steadycam. Ingredientes todos ellos que le dan un aspecto visual de gran producción. Sin embargo, Narcos carece de lo que abunda en la versión colombiana: verdad, autenticidad.
Las magníficas interpretaciones de los actores colombianos en el narcoculebrón, principalmente la de su protagonista Andrés Parra, provocan lo inevitable: que permanezca para siempre en nuestro imaginario el paralelismo entre el verdadero Escobar y su homólogo en la ficción, dejando relegado en un segundo puesto al actor brasileño de Narcos, cuyo acento español carece de las sutilezas del acento colombiano de Parra. Detalles aparentemente imperceptibles que la producción norteamericana no domina y que hacen obligatorio repasar ambas producciones para profundizar en la verdadera historia de Pablo Escobar