En 'Presentes', el autor radiografía el otoño de 1939 en España, donde la mitificación de la figura de José Antonio Primo de Rivera convivió con las pequeñas historias de represión y resistencia del país derrotado
VALÈNCIA. Paco Cerdà sigue tejiendo la contracrónica de la España del siglo XX en Presentes (Alfaguara, 2024). En su nueva novela de no ficción, contrapone varias radiografías de la España que se vivió el otoño de 1939. Por una parte, la épica fascista montada por el régimen franquista para santificar a José Antonio Primo de Rivera, llevando su féretro desde el cementerio de Alicante hasta El Escorial a hombros de sus camaradas falangistas. Una ficción por la Patria. Por otra parte, las microhistorias de personas anónimas o artistas que huyeron, fueron represaliadas o resistieron a pesar de la derrota republicana.
Frente al ejercicio de propaganda megalómano, dirigido a atemorizar a la población que aún quedara por convencer y a demostrar quién había ganado la Guerra Civil, Cerdà insiste en poner el foco en Miguel de Molina, Elena Fortún, Miguel Hernández, y tantos otros: presos anónimos, amores separados o mutilados que se suponen vencedores.
El valenciano, que presenta el libro esta misma tarde en La Nau de la Universitat de València, desgrana algunas de las decisiones creativas y conclusiones éticas a las que le ha llevado el que será, sin duda, uno de los títulos del año de la literatura española.
- ¿Esta es una novela histórica o política?
- Es una política sin ficción que toma la historia como punto de partida para que desemboque en la memoria. Decía San Agustín que la memoria no tiene nada que ver con el pasado, sino que es el presente de las cosas pasadas. La memoria nos habla de hoy y, en este sentido, es una mirada de gran contraste entre un experimento de exaltación totalitaria y megalómana con la realidad de represión, resistencia y de mantenimiento de unos ideales en el universo de la derrota de la Guerra Civil.
- Leyendo las fuentes que has utilizado, veo que la novela es un puzzle donde hay historia, pero también algo de arqueología, y también propaganda, claro. ¿Cómo llegan, desde estos lugares diferentes, al mismo libro?
- Es importante el hecho de que el libro tiene una textura de collage, que ya utilicé en El Peón y en 14 de abril. El hilo que lo conduce todo son los 467 kilómetros recorridos a pie —de una manera que hoy en día nos parecería inverosímil— para construir un mito, una figura divinizada y mística que, en vida, apenas había tenido relevancia representativa (solo un 0,4% de los electores votó por José Antonio Primo de Rivera).
Gracias a la estructura de collage podemos auscultar las voces de la propaganda, pero también de aquellos escuadristas y camaradas falangistas que cargaron el féretro. Todas las fuentes acuden de un mismo manantial: la necesidad que tenía el régimen de demostrar que había unos nuevos dueños de España, que mandaban y que iban a atemorizar a la población.
- Pensando en el proceso de escritura, ¿cómo armonizar estas historias que vienen de sentimientos, naturalezas y espacios tan diferentes? ¿Cómo equilibrar el testimonio familiar de represión con el credo falangista?
- Precisamente creo que es la esencia del libro, que es la esencia de España en el otoño de 1939 y los contrastes que había. Repasé la hemeroteca de todos los diarios que se publicaron en España durante aquellos días y esta antítesis que planteas es justamente la de aquella España: una de grandes contrastes. Un país que, por una parte, estaba rodeada de delirios de imperio, y que, por otra parte, estaba rodeada de anuncios como “zurcidos a domicilio”, “se vende vaca francesa”, “mujer nodriza se ofrece”… La publicidad era el único reducto a la verdad que había en la prensa de la época.
Y en tu pregunta, aunque no lo explicitas del todo, está también la duda de cómo una persona que ha escrito una página y media sobre cómo a mi bisabuelo le fusilaron en Paterna, puede narrar los 12 mandamientos joseantonianos. El lector incluso se podría preguntar por qué un escritor con un pasado familiar que seguramente siga muy presente y haya sido la raíz del libro, quiere investigar la muerte de un falangista mutilado por la Guerra. Y es que intento huir de maniqueísmo (también la equidistancia, claro) porque sería faltar a mi propósito de escritura hacer un bosquejo caricaturesco.
Me da mucha rabia que fusilaran a un cura a las afueras de un pueblo de una manera tan inmisericorde, como he narrado del libro. Pero también sería —y es el gran compromiso con el lector— fagocitar la realidad de España de ese otoño de 1939: había mucha represión, mucho dolor y también mucha resistencia. Miguel de Molina o Miguel Hernández, por ejemplo, desafían ese miedo, que es ese gran mecanismo de paralizar e inmovilizar cualquier tipo de disidencia.
- ¿Pero cómo se maneja eso en el proceso de escritura? Porque esto es material inflamable. ¿Estos equilibrios tan frágiles se han conseguido solo con intuición o hay también método?
- No es intuición solo. En el embrión del libro ya hay un propósito: sería esperable que pudiera caer, por mi pensamiento y mi historia familiar, en cierto maniqueísmo. Pero fallaría a mi mirada humanista, que ya en 14 de Abril y El peón planteaba cuestiones que me incomodaban. Me hubiera gustado pintar una República inmaculada en su nacimiento, sin muertes ni voluntad de secuestrar la disidencia; pero esto no va de lo que a uno le guste, esto es más complejo y serio. Hay un propósito de responder a esa creencia humanista.
Y después, me he dado cuenta escribiendo el libro que, cuanto más claro era el contraste y reproducía esa prosa pomposa que quería crear una figura sobrehumana, más fácil era oler la mierda que rodeaba a Eulalio en un campo de concentración de Francia, agarrándose a las correspondencia amorosa que mantenía con una chica. Solo estirando el contraste funcionaba bien el retrato de esa primera posguerra. El libro es como un caleidoscopio de once días que cimientan el mito de una dictadura y sobre la cultura de la muerte.
Y por otro lado, son once días en los que se puede ver claramente la doble dinámica de represión y resistencia: de represión de gente que está siendo fusilada, encarcelada y obligada a trabajar, y gente que está escapando en la montaña o que se está exiliando. Sin todos estos engranajes, es imposible que entendamos la primera posguerra. España en otoño de 1939 no es la España de 1943, ni 1960: es un contexto particular, enmarcado en la Segunda Guerra Mundial y unas dinámicas claramente fascistas.
- Uno de los grandes pilares de la novela es la mirada crítica hacia el discurso. Hay una frase que destacas en diferentes momentos, “la Guerra ha terminado”, la gran mentira que ni siquiera sostenía la dictadura porque seguía reprimiendo.
- La dictadura franquista nace en una mentira escrita en puño y letra de Franco, que se encarga personalmente de redactar él el bando del 1 de abril de 1939. Ese “la Guerra ha terminado” provocará un eco que será su reverso, “la Guerra no ha terminado”: el eco del tableteo de las ametralladoras en las tapias de los cementerios, el eco de un país de 26 millones de habitantes donde había 260.000 personas encarceladas, 100.000 mutilados, 90.000 trabajadores forzados, y cientos de miles de exiliados.
Y es ahí donde iba el foco del libro, Presentes. ¿Por qué ese título, ese plural? Porque aunque quieran ocultarlos, aunque el universo de la victoria diseñe una parafernalia de plástica fascista para que todo el mundo mire ese cortejo, hay una realidad mucho más importante y decisiva para el devenir de este país (incluso de la propia dictadura) que es el de la represión y de la resistencia.
A mi bisabuelo lo mataron en el 43. Habían pasado cuatro años del final de la Guerra. Un concejal de Burjassot, electricista, sin delitos de sangre. Como tantas otras personas. Nada singular, nada extraordinario, dentro de la historia de represión en la Comunitat Valenciana. ¿Cómo nos podían decir que la guerra había terminado? Por eso ese mantra vertebra el libro.
- Viendo la situación política de hoy y comparándola con las barbaridades y la pomposidad de los discursos maximalistas que reproduces en el libro, ¿no ves superficial e injusto decir que estamos ahora como en aquella época?
- Sería un error tan grande dejar de pedir que la democracia se cuide orillando los discursos de odio y no se banalice el mal como ser tan ingenuos, ignorantes o tramposos de decir que estamos en la misma situación que en otoño de 1939. Yo aún escucho el eco de esos tiros y los aullidos de hambre de los campos de concentración, las cartas que eran cordón umbilical de los exiliados, las familias separadas en el campo de trabajo forzoso, los maestros despojados de su profesión… Hay muchos problemas actualmente, por supuesto, pero hay que tener un respeto emocional para las víctimas y un respeto intelectual por la verdad.
- Otro pilar del libro tiene que ver con el paisaje. La novela es, salvando las distancias, como una road movie. La España que retratas no podía haber cambiado tanto en tan pocos meses, sino que parece una postal o una escenificación del miedo.
- Vamos a completar la metáfora. Igual que en la técnica fotográfica está el negativo que, cuando le da la luz, se revela; en el otoño del 39 hay una España republicana con brigadistas internacionales, con la defensa de la legitimidad republicana, que cuando se proyecta el miedo, nos da la estampa de brazos alzados por prudencia o temor. El miedo fue lo que, ipso facto, transmutó un país de la noche a la mañana. Sin el miedo no hay estado totalitario. Y precisamente son los casos donde las personas eran capaces de superar ese miedo los que me interesaba explorar en el libro. Miguel de Molina volviendo a actuar en el Teatro Pavón después de una paliza; Matilde Landa, encarcelada por comunista, y que quiere jugar un papel decisivo para otras mujeres sin resignarse a callar.
- A mí que una persona (como decías) irrelevante en las últimas elecciones que se produjeron y que estaba enemistado o ninguneado por el dictador se convierta de repente en un héroe me hace dudar: ¿cuánto hay, en lo que cuentas, de verdad influenciada por ese miedo y cuánto de épica periodística de las crónicas de aquellos días?
- Sin duda, mucho más de lo segundo. Jose Antonio Primo de Rivera fue una figura compleja y poliédrica, que acabó siendo más determinante muerto que vivo, y eso le pasa a muy poca gente. No olvidemos un detalle: era un chico de solo 33 años cuando fue fusilado en el cementerio de Alicante. Solo 33 años y fue fusilado. Por incómoda que sea, veamos toda la realidad. Los fantasmas de nuestra historia explican nuestro día a día.
El hijo del dictador Miguel Primo de Rivera, que accede a la política (decía él) para limpiar el nombre de su padre, que tan solo está tres años como líder nacional de la Falange (cuando Hitler estuvo 24 años en Alemania y Mussolini 23 años en Italia), que había agitado el último periodo republicano con una mezcla de antipolítica con el recurso de la violencia (pero como otros)… ¿Cómo deriva en un héroe? Por la voluntad del régimen de que esa nueva España de reconstruir el porqué de la Guerra. “Aquí se ha luchado por Dios y por la Patria. Y ha habido unos muertos que justifican todo lo que se ha hecho”: por eso necesitan un mártir que funcionara como una sinécdoque del qué ha pasado. Franco no había sido una víctima de la Guerra Civil, pero Primo de Rivera sí. Y además tenía unas cuadrillas que, si bien en las elecciones no habían tenido tanta influencia, en la guerra jugaron un papel relevante porque estaban armados y los armaron más.
Por tanto, más que el miedo, ahí opera la exaltación de la cultura de la muerte porque era importante que España recordara que había muerto por las ideas de Dios y la Patria. José Antonio resumía las dos, y de ahí ese gran cortejo para exaltar y apropiarse de esa figura. Y el resto era una competición entre las plumas de este país que habían aceptado jugar un papel en la dictadura (no como lo que decía Max Aub, “lo mejor de este país se ha marchado”).
- Quería leerte una de las frases que mejor resumen el libro para que la ampliaras: “La sangre para ellos son medallas, la matanza es acto de heroísmo, y así es el mundo que van creando”.
- La épica, tanto como género literario como en el deporte, es una de las pasiones que tengo. La épica de la resistencia también me acompañó en la escritura de El peón. Pero, ¿qué pasa cuando la épica se utiliza para agrandar una marcha fascista? ¿Y cuando la épica de las medallas no nos permite ver que es un cuento chino para que la gente se deje matar por otras, por los intereses de los demás? Es algo que me obsesiona, cuando la épica se convierte en un líquido amniótico que no permite discernir lo conveniente para ti, individuo, de lo necesario para la masa.
Es una de las dinámicas que el totalitarismo de todo signo ha intentado siempre vehicular a través de la simbología. Decía Marc Granell que las banderas “són taüts vells de seda” que “Inflamen tots els cors/Esclafen els cervells”. No puedo estar más de acuerdo.