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el callejero

Paco, un cronista taurino de 92 años

Foto: KIKE TABERNER
10/03/2024 - 

A los diez minutos de la entrevista, Paco, intranquilo, suelta: “Bueno, qué, ya está, ¿no?”. Llama la atención el nervio que conserva este hombre que ya ha cumplido 92 años. Y hecho todo un nonagenario piensa si el pesado del periodista no tiene previsto acabar nunca, o acude a toda prisa a contestar al telefonillo como si de eso dependiera el futuro del planeta, o ve como algo imprescindible declarar su amor, como monárquico, se entiende, por el rey emérito. Tampoco es capaz de aclarar por qué empezó en el periodismo y su única explicación, se lo pregunten las veces que se lo pregunten, es que Vicente Zabala le llamó un día y le dio la corresponsalía en València.

Pero Paco Picó, el decano de los críticos taurinos en España, es mucho más que eso. Es un histórico en las plazas de toros de la Comunitat y esta semana, y ahí da igual tener noventa que veinte, anda intranquilo porque este domingo Román va a matar seis toros (reses de Victorino Martín, Fuente Ymbro y otros hierros) para abrir la Feria de Fallas. Él ha visto muchas Fallas y muchas Ferias de Julio desde que, siendo un niño, iba a la plaza a intentar colarse. Antes, con su padre, vivió una corrida en València, en 1937, en la que torearon Juan Belmonte y Ángel de la Rosa. “Me acuerdo porque fui con mi padre y después de la corrida había un mitin republicano. Y luego, en el 42, vi también la despedida de Marcial Lalanda”.

Hasta que un día, él, con 12 o 13 años, y los amigos del barrio del Ensanche fueron a la plaza de toros y vieron llegar a un hombre subido a un triciclo mientras merodeaban por la allí. Este hombre era repartidor de Ceregumil -un tónico que inventó un farmacéutico granadino a principios del siglo XX- y preguntó a los chavales si le echaban una mano. Por cada caja, les daban una moneda de cinco o diez céntimos. 

“Cuando me di cuenta tenía 10 pesetas. Me marché a la taquilla y me compré una andanada -una localidad en la parte alta de la plaza-, que me costó cuatro pesetas. Entré, pedí una almohadilla, me fui a mi localidad en Sol, me compré un paquete de cacahuetes, vi la corrida, me marché a casa y le entregué a mi madre lo que me había sobrado: seis pesetas y pico. Mi madre lo primero que hizo fue preguntar de dónde salía ese dinero. Yo le expliqué lo que había pasado y le conté todo. Luego dije que al día siguiente iba a volver. Y pasó lo mismo. Me vi toda la Feria de Julio: 11 corridas. Me vi todas las corridas con gran alegría de mi madre porque siempre llegaba con seis o siete pesetas. Ahí me aficioné a los toros”.

Su mujer es francesa

Paco Picó nació en Callosa d’en Sarrià, pero de niño la familia ya se asentó en València, donde su padre trabajaba como funcionario de Correos. Sus padres habían perdido al primogénito, Francisco, con seis años, así que cuando nació el futuro periodista, decidieron recordar al hijo perdido llamándole Paco. Sus otros dos hermanos ya murieron de adultos y ahora sólo que da él y su descendencia: tres hijas y ocho nietos.

Cuando aún era adolescente, entró a trabajar en un banco. “A los 16 años ingresé en el Banco Popular Español. Entré de botones y me jubilé siendo el director de la sucursal. Éramos 253 empleados y aquel día entramos a trabajar 16 botones. Todos de 15 y 16 años. Yo me jubilé en los 80 siendo el director”.

Aunque no dejó los estudios del todo y Paco cuenta que hizo Periodismo en València. A los pocos años de haber cumplido los 20, entró en la agencia EFE. “Nunca dejé de trabajar en el banco, pero lo compaginaba con el periodismo. Después de la agencia pasé al ABC y, más adelante, a La Razón. Ahora sigo escribiendo crónicas en La Razón y Avance Taurino. Al principio hacía de todo. Entré en el periódico, en el ABC, y estábamos solamente el delegado, que era Iñaki Zaragüeta, y yo. Me decía que fuera haciendo lo que no llevara él. Por eso hice un poco de todo: local, sucesos, tribunales… Hasta que empezaron a entrar compañeros, yo pasé por todas las secciones”.

Al lado de Paco, en el sillón de al lado, como si fueran dos reyes, está sentada su mujer, Monique. No abre la boca durante un buen rato, pero cuando Paco se levanta para contestar el telefonillo, cuenta que ella es francesa, de la región de Champaña, y que, antes que la leche materna, le dieron una cucharadita de este vino espumoso y que parece ser que le encantó: “Me gusta mucho beber champán”, dice. La mujer hablaba cuatro o cinco idiomas y se vino a España para aprender el español. “Aquí conocí a mi marido y ya no me moví. Yo antes viajaba mucho”, cuenta con un velo de melancolía. Y luego, con una sonrisa pícara, añade: “Paco no quería casarse con una española…”.

Pero ya se escucha a Paco regresar por el pasillo y Monique se vuelve a callar. El pasillo es uno de esos lugares repletos de recuerdos, de fotografías, cuadros y hasta el árbol genealógico completo de los Picó. Al principio, hay también una fotografía en blanco y negro en la que aparece la actriz Ava Gadner en una de sus famosas juergas en Chicote. “Es un regalo de Canito”, aclara Paco, que luego contará que él trabajó muchos años con Francisco Cano, un fotógrafo muy bajito y muy simpático que frecuentaba los ambientes taurinos y que trabajó prácticamente hasta los cien años. Canito fue el único fotógrafo que captó la muerte de Manolete en la plaza de Linares, en 1947.

Admirador del rey emérito

Cuando vuelve, sale la anécdota del sorbito de champán cuando nació su mujer y Paco cuenta que la conoció en el Instituto Mangold. “En Navidad hacían una cena de gala y el director, que era Vicente Giner Boira, miembro del Tribunal de las Aguas, me pidió que me sentara con ellos. Nos tiramos toda la noche bailando y la costumbre era tocar el pasodoble Valencia como final de fiesta. Entonces me di cuenta de que había una profesora a la que no había invitado a bailar, así que empezamos a bailar. Al principio le hablaba en inglés pero ella me dijo que no era inglesa, que era francesa. Luego nos marchamos con el director, la invité al día siguiente y poco después ya fuimos a los toros juntos”.

Paco habla a gritos, pero a veces, en cambio, cuenta algo más susurrado y luego te pega un susto de muerte dando voces: “¿Cuándo me haces las fotos, sale mi rey?”, dice, dirigiéndose al fotógrafo. Paco no se gira, pero sabe que ahí encima suyo, en la pared, hay, enmarcado, un saluda firmado por el Rey Juan Carlos I. “Que se sepa de mi condición monárquica. Que no haya duda”. Luego suena de nuevo el interfono y Paco corre todo lo que puede porque se pone nervioso. Su deporte, a los 92 años, es sentarse y levantarse del sillón. Cada vez tiene que tomar impulso, falcarse como un haltera y arrancar. Luego vuelve, flexiona las rodillas encima del sillón y se deja caer como un huevo en la sartén.

El crítico taurino recuerda que su jefe fue Vicente Zabala Portolés, el jefe de la sección taurina del ABC, y que un día le llamó y le dio la corresponsalía en València. Desde entonces es una institución que ha frecuentado todos los cosos de la Comunitat y “prácticamente todas las plazas de España”. Su preferida es la Maestranza. Y su matador predilecto, Manolete. De ahora, Morante de la Puebla. Y por el camino, Curro Romero. “Que conste que soy romerista. Una noche, después de una corrida, estuve de cena con él y su mujer. Luego los llevé a ver la Nit del Foc en la plaza del Ayuntamiento y estuvimos juntos hasta el alba. Así que desde entonces presumo de haber estado con Curro Romero comiendo, bebiendo y charlando”.

Antes de acabar la entrevista le pide a Kike que le haga una foto con el bombín porque piensa que es algo que le caracteriza. Paco lleva sombrero desde que era joven. Antes le tiraba más el borsalino, pero ahora prefiere el toque british del bombín. Ya hace muchos años que es cliente de Sombreros Albero, enfrente de la plaza de toros donde lleva décadas viendo las corridas. Paco cree que ahora es menos peligroso ponerse delante del morlaco. Que ahora tienen más presencia, pero menos bravura.

Paco no ha perdido bravura y, muy educadamente, vuelve a decir: “Bueno, qué, ¿ya está?”. Su mujer se despide subiendo la mandíbula y diciendo adiós, y él nos acompaña hasta la puerta, donde llama la atención una columna de Luis María Ansón titulada ‘Picó, Cano, un siglo de imágenes’ en la que habla, entre otras cosas, de la biografía de Canito escrita por el periodista, de quien dice: “Francisco Picó es un escritor de sabia literatura, un periodista culto y sagaz”. Así que, si lo ha dicho Ansón, no hay nada más que añadir.

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