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Paco Roca, el trazo de la memoria

Hoy Paco Roca vive del sueño que tuvo de niño, ser dibujante y trabajar desde casa, aunque seguramente no imaginó que se convertiría en el dibujante español de cómic más importante de la última década. Tampoco que sus historias lograrían conectar con un público que, hasta la fecha, no leía a través de viñetas. Su tesón por convertirse en dibujante y su voluntad de acercar temas sociales con una sensibilidad y compromiso inusuales le convierten también en una voz que reivindica la memoria y huye del olvido

| 11/08/2024 | 13 min, 58 seg

VALÈNCIA. Sus trazos dan vida a personajes que tienen tantos nombres y apellidos como lectores, y sus palabras están cargadas de una sensibilidad y realismo que trasgreden el papel para tratar temas como el envejecimiento, la amistad o la memoria. Historias que aborda desde la cercanía para aportar un punto de vista más íntimo y que le lleva a trazar esbozos de su propia vida. Una mirada que le ha llevado a revolucionar el mundo del cómic, acercándolo a nuevos lectores y fidelizando a los de siempre. También a transformar el cómic en novela gráfica y situarla al mismo nivel que la literatura o el cine. Sin titubear se puede decir que Paco Roca (València, 1969) vive su momento más dulce —sus cómics han sido galardonados dentro y fuera de España— y su éxito hace que tenga más atención en los medios de la que seguramente le gustaría, pero aun así sigue siendo aquel niño tímido que se escondía detrás de una hoja de papel y se sentía protegido con su bolígrafo y sus colores. Quizá también con su pijama, aunque seguramente no de rayas azules. 

Esa timidez la muestra mientras conversa. Baja la mirada, entrelaza sus manos, apoya la cabeza en su mano derecha o acompaña sus palabras gesticulando, lo que le lleva a dar pequeños golpes en la mesa que, a veces, coinciden con el final de una idea. Cada pregunta lleva consigo unos segundos de silencio y reflexión; quién sabe si en su mente le vendrán viñetas de su propio pasado. «No es que fuera un niño solitario, pero desde pequeño me gustaba más estar en casa dibujando que en la calle jugando, y esa pasión por el dibujo acabó siendo una parte muy importante de mi infancia», comenta. Se refugiaba en títulos de la editorial Bruguera, como Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape o Anacleto; lo hacía como lector, pero también copiando los trazos de Francisco Ibáñez, Escobar o Joan Rafart, respectivamente. Como se conoce al leer La Casa (Eisner Award 2020 a la Mejor edición de material internacional), Paco era el mediano de tres hermanos, así que, como suele ocurrir, heredaba todo y aprendía del mayor. De su mano conoció los cómics de superhéroes de la editorial Vértice, como Spiderman, aunque «no era un lector apasionado de este género».

En Regreso al Edén, donde retrata la vida de su madre y, por extensión, las de la generación de mujeres que crecieron durante la posguerra, cuenta que su familia era humilde. Esto hizo que sus padres compraran los tebeos «económicos» y que creciera con los títulos de Bruguera y Vértice: «Mi madre era analfabeta, mi padre no tenía inquietudes culturales y era un currante, así que los libros que había en mi casa eran los que podían dar en las cajas de ahorros o del Club de Lectores, aunque no sé muy bien por qué nos llegaban, porque no eran grandes lectores». Fue años después cuando descubrió el cómic franco-belga. Lo hizo a través de Tintín y Los cigarros del faraón, un libro que cogió de la biblioteca de la escuela y leyó tantas veces como pudo. «Supuso un antes y un después, porque tenían un trasfondo de aventura que no estaba en los cómics de Bruguera y, además, sucedían en lugares concretos y detallados», cuenta explicando que con Hergé descubrió una nueva manera de contar historias, pero también que la lectura de un cómic es infinita y nunca la misma. Una pasión por Tintín, o más bien el dibujo de línea clara, que hoy mantiene, al igual que la de las historias de Astérix el galo de Albert Uderzo. De hecho, en las altas estanterías de su casa sobresale el amarillo del lomo de la colección de Tintín, entre otros muchos libros de distinta índole y formato. También hay un globo terráqueo, fotos, dibujos y figuras, muchas, como la de un Soldado de Asalto, que delata que es un fan de Star Wars. También una cinta de Jesucristo Superstar que él mismo se sorprende al verla. 

A pronta edad, Paco Roca ya sabía que el cómic tenía muchas lecturas, pero estaba a punto de conocer que también podía ser el instrumento para revivir acontecimientos o momentos especiales. Lo supo después de ver en el cine la que consideró la mejor película de su vida: La Guerra de Las Galaxias. La vio con sus padres, así que supo que aquella sería la primera y la última vez —por aquel entonces no existía el VHS y aún menos ninguna plataforma de streaming—, así que decidió refugiarse en sus dibujos para revivir aquella historia que tanto le había fascinado. Lo hizo creando su propio cómic de La guerra de las galaxias, que lo firmó como F. Rocae y puso el precio de dos pesetas: «Era la manera que yo tenía de revivir eso que para mí era tan especial y, además, comprendí que no debía limitarme a contar lo que había visto, que podía manipular esa realidad». Y así lo hizo, porque a partir de entonces empezó a dibujar sus propios cómics. 

Esa forma de revivir momentos especiales y alterarlos para construir una narrativa o reflexionar sobre temas que le parecen interesantes es lo que empuja a Paco Roca a adentrarse en el mundo del cómic. «No sé si me gusta más dibujar o contar determinadas historias; es decir, si esas historias son una excusa para hacer cómics o realmente quiero hablar de eso», reflexiona enfatizando que «intento que el dibujo no sea el fin, sino el medio para contar algo». Una manera de narrar que conecta con el lector, gracias a su forma de entender el cómic: «Siempre he dibujado y contado una historia pensando que mis lectores no eran habituales de este género. Por eso construyo unos personajes y una trama que sean interesantes para mi público, que es muy diverso, e intento hacer un cómic que sea fácil de leer, buscando la exploración siempre que no sea un obstáculo para la lectura». Una cercanía que logra también a través del cómic, cuyo poder es hacer accesible lo inaccesible: «Puede contar las mismas historias que la novela o el cine, pero en un formato híbrido [novela y cine], que facilita meterte en la trama y comprenderla».  

Sus inicios: el cómic porno 

No hay duda de que hoy Paco Roca es todo un referente en la novela gráfica, aunque el camino no ha sido ni recto ni sencillo. Empujado por sus padres, que «no veían futuro a lo de dibujar», estudió una FP de Electricidad y Electrónica, aunque no duró mucho —«mis padres se dieron cuenta de que no servía», dice riendo— y, al final, acabó estudiando Artes y Oficios en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de València. Una época en la que tuvo la oportunidad de trabajar junto a Mique Beltrán y Micharmut en un fanzine que le permitió entrevistar a dibujantes que «eran todo un referente en el cómic español». Es el caso de los ya nombrados, pero también de Sento Llobell, Daniel Torres, Miguel Calatayud o Ana Miralles. «En València se creó un halo de modernidad, que se podía ver en publicaciones como la revista El Cairo o el fanzine Acme Cómics Magazine, en el que aquellos dibujantes hacían una especie de revisión del clásico del género negro, pero aun así había una especie de modernidad». Esa frescura gráfica y temática hizo que se fijara más en los autores valencianos que en los nacionales o incluso en referentes como Chalán, Clerc, Benoid o André Franquin, pues «este grupo de dibujantes valencianos a ojos de un estudiante era de decir “yo quiero ser eso”». 

Un mundo del que se alejó con diecisiete años al empezar a trabajar en una agencia de publicidad, haciendo storyboards e ilustraciones para campañas a nivel local, algunas de ellas junto al ilustrador y colaborador de Plaza MacDiego [presencia la entrevista con la responsabilidad de sacar el lado canalla de Paco Roca en las fotos]. «Había cosas de la publicidad que no compartía y quería recuperar mi sueño de ser dibujante de cómics, así que, a mediados de los años noventa, comienzo a buscar revistas en las que publicar», comenta. No fue tan sencillo. Muchos de los títulos que surgieron en los años ochenta dejaron de imprimirse una década después, así que solo quedaba como referente El Víbora, al que «era muy difícil entrar». En cambio, los quioscos estaban llenos de revistas pornográficas —a finales de los años noventa no existía internet— y Paco Roca comenzó a colaborar para Kiss Comics en 1994, que pertenecía a La Cúpula Editorial, al igual que El Víbora. «Hice unas páginas de prueba y les gustaron; para mí era sencillo porque era el mismo tipo de dibujo —volumétrico— que también hacía para las campañas de Famosa», comenta. 

Esa oportunidad de hacer cómic pornográfico le llevó a creer que «estaba a un paso de triunfar, de hacer cómics y de que me conociesen en Europa». Se ríe de aquella ingenuidad, pues cómo iba a dar el salto si su cometido era crear una historia en cinco páginas de las que tres de ellas debían tener sexo explícito: «Me gustaba mucho el mundo de la animación, así que hacía parodias de cuentos infantiles o de Disney, como Peter Pan, y las convertía al porno. Esa era toda la creatividad que podía hacer, pero me permitió practicar el dibujo y la narrativa que, aunque no había mucha, me sirvió para contar historias». Al explicarlo, confiesa que «si no hubiese sido dibujante de cómic me hubiese gustado trabajar en la animación». 

Como otros tantos autores de su generación, Paco Roca probó suerte en Francia y realizó algunas colaboraciones, aunque «todo lo que hacía no tenía repercusión y, en más de una ocasión, pensé en dejarlo». No abandonó su sueño y lo compaginó con su trabajo de publicista hasta la publicación de su novela gráfica Arrugas (2007), un trabajo que marcó un antes y un después en la historia del cómic español y con el que ganó importantes galardones, como el Premio Nacional del Cómic (2008) y un Goya al Mejor Guion Adaptado (2011).

Arrugas no solo le permitió dejar la publicidad y «vivir únicamente de los cómics», sino que logró abrirse mucho más allá del público habitual de tebeos, que desde siempre había sido muy limitado por ese formato seriado. De hecho, esa era una de las lacras de los cómics y uno de los motivos por los cuales la industria en España era mínima: «El cómic no podía salir de ese gueto de lectores masculino, por lo que entrabas a trabajar sabiendo que era un perfil muy concreto y cerrado». Paco Roca logró romper ese estereotipo de lector con una historia que habla del Alzheimer pero que, al desarrollarse en una residencia, trata distintos tipos de vejez, lo que lleva al lector a empatizar e identificarse con ellos. También irrumpió al usar el formato de la novela gráfica, que empezaron a emplear autores como Will Eisner, con Contrato con Dios, o Art Spiegelman y su Maus, utilizando otro tipo de temática y formato, huyendo del personaje icónico que ha sido la base del cómic, como puede ser Tintín, Spiderman o el Corto Maltés. 

El universo Paco Roca

En su opinión, la novela gráfica supone «una ruptura con todo lo que se venía haciendo, porque es un tipo de cómic más autoconclusivo (tiene un principio y un fin, como la novela) y más flexible para contar hechos, por lo que es más accesible». Para Paco Roca, esa flexibilidad hace que la novela gráfica sea capaz de entrar en el terreno de la no-ficción —el cómic no suele hacerlo— y tratar temas que aparentemente son más áridos o complicados gracias a que «tienes el poder del libro, en el sentido de que lo puedes leer a tu ritmo, y es visual, con lo que tiene la fuerza de la imagen sin ser tan costoso como el cine».

En su caso, una de sus inquietudes es la memoria, ya sea personal o histórica, ámbito con el que comenzó de forma casual con El Faro, al conocer la historia del abuelo de una amiga que estuvo trabajando en un campo al sur de Francia. Después le siguieron Las calles de arena, El invierno del dibujante, Los surcos del azar, La casa, Regreso al Edén, El abismo del olvido… Es el «azar el que lleva por ese camino, pero luego te obsesionas porque te das cuenta de que la memoria es la lucha entre el olvido y el recuerdo y que, al final, va a vencer el olvido… Y es que, si la memoria es información, la entropía, que es hacia donde tiende el universo, es la pérdida de esa información en todos los sentidos». Sin embargo, aborda esta temática desde distintos ámbitos y no como «una forma nostálgica por un tiempo mejor, sino por una forma de comprenderte a ti mismo». 

Historias que llegan a lo personal y que si no fuera por su mirada y sensibilidad no conectarían con el público como lo hacen. Es el caso de La casa o Arrugas, cuyo argumento puede parecer, a priori, poco atractivo: «A veces pienso que las historias que me gustan tienen una mala explicación, es decir, si yo le digo a alguien que estoy trabajando en un cómic que son tres ancianos en una residencia o tres hermanos que van a vender la casa familiar porque el padre ha muerto, pues honestamente no vende mucho. Sin embargo, confío en mi labor como narrador, en hacer interesante algo que quizá no lo sería para determinada gente». Y es la emoción y el sentimiento lo que lleva a una historia u otra a convertirse en cómic: «Necesito encontrar una emoción para saber que tengo una historia. Es decir, puedo tener más o menos el argumento, pero necesito encontrar una especie de mariposa en el estómago que me diga "esto es lo que quiero contar". Cuando encuentro esas sensaciones tengo claro que tienes la historia, pero no siempre salen o se esfuman y tienes que volver a empezar a buscar o ponerte en otra cosa». Según comenta, ahora tiene papallonas de un proyecto de Catwoman: «Es la primera vez que trabajo por encargo, pero está siendo un poco lento todo el proceso, porque todo debe ser aprobado desde Estados Unidos y no estoy acostumbrado». Aparte de este proyecto, tiene tres historias más personales a las que «estoy mirando a ver por dónde van esas mariposas». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 118 (agosto 2024) de la revista Plaza

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