El autor regresa con un cómic autobiográfico en el que trata de lidiar con el fallecimiento de su padre
VALENCIA. Paco Roca vuelve a casa. El autor valenciano se reconcilia con ese "chaletito maldito" que permaneció cerrado a cal y canto después del fallecimiento de su padre, una historia basada en hechos reales que lidia con el imbatible toro de la muerte. Aunque no son pocas las tramas que desenfundan la tinta con la falta de uno de sus personajes, en esta no se trata de buscar héroes, sino de aprender a asimilarlo con los acelerones y pausas propios de la vida.
En La casa (Editorial Astiberri), los tres hermanos protagonistas vuelven a la vivienda familiar un año después del fallecimiento de su padre, con la intención de venderla. Sin embargo, los recuerdos impregnan cada muro, cada estancia, vivencias de las que temen desprenderse una vez se deshagan de ella.
Con más de realidad que de ficción, el propio Roca reconoce que busca redimir sus pecados con este cómic, minimizar el dolor por la falta de su padre plasmándolo sobre el papel. "Siempre hemos tenido una buena relación, pero no mostrábamos nuestros sentimientos, no teníamos conversaciones fluidas, ni siquiera en las largas horas de espera en el hospital", recuerda.
Su regreso a esa casa de la que antes huía acabó por embrujarle y convertirle en esa persona que quita las malas hierbas y recoge naranjas del campo. "Es una sensación extraña. En aquel momento tu padre era un marciano, luego me convertí en eso". Aunque niega que la obra llegue con moraleja -"es un error tener un solo mensaje, puede parecer un panfleto"-, lo cierto es que en el poso se repite la idea del tempus fugit.
Paco Roca vuelve a su casa después de Los surcos del azar (2013), con la que ganó el premio Zona Cómic y el de mejor obra nacional del Salón del Cómic de Barcelona 2014. El autor, además, visitará hoy a las 19.30 horas la galería Pepita Lumier (calle Segorbe, 7) para presentar La Casa, un evento en el que estará acompañado de Ramón Palomar, Modesto Granados, Mac Diego y José Manuel Casañ.
-¿A qué sabe la obra: a despedida o a inmortalidad?
-Sabe a despedida. Cuando empecé a crear la historia quise escribir todo lo que sabía de mi padre, pero sólo llenaba dos páginas de Word. Me pareció muy triste. Crees que es inmortal y que siempre va a estar ahí, pero luego quedan muchas cosas por decir. Esta es una especie de despedida, quiero que sepa que he intentado comprenderlo y que sólo tengo palabras de agradecimiento. Por fin entiendo lo que para él significaba esa casa.
-En un momento del libro, José, su alter ego, dice que su carrera profesional había sido una huida de unas raíces que le avergonzaban...
-Esta es una reconciliación con el pasado. Te pasas la vida corriendo hacia adelante y, cuando te paras a mirar atrás, a veces es tarde para algunas cosas. Para mi lo ha sido. Esta obra surge de un momento muy particular, siendo padre y viendo como el tuyo se va, al final ves que todo se repite. Recuerdo momentos de cierta vergüenza: si iba caminando por la calle y veía una puerta en un contenedor bajaba con el destornillador a por la bisagra. Hay muchas cosas de tus raíces de las que intentas huir, pero cuando lo ves con perspectiva te das cuenta que son las cosas que te han marcado y sobre las que tú has construido. Acabas estando orgulloso. Esto me ha servido para entender a una generación, la de la clase obrera que, como mi padre, trabajaron sin permitirse caprichos, viviendo de forma austera. Todos ellos se merecen un monumento.
-Ha pasado dos veranos en la vivienda familiar hasta que el cómic ha visto la luz, ¿cómo ha sido el proceso?
-La documentación es muy importante, pero en este caso ha sido una simbiosis. Llegué a la casa tras un año en el que había estado cerrada. Parecía haber quedado en pausa, todo estaba tal y como él lo había dejado. Es una sensación bastante melancólica, ver cómo se detiene allí el tiempo, aunque fuera la vida continúa. No fue algo forzado, de repente me vi haciendo las mismas cosas que hacía mi padre cuando vivía. Sólo con eso ya valía la pena el proyecto.
-¿Cuánto de realidad hay en La casa?
-Podría haber sido completamente autobiográfico, pero pensaba que la ficción me permitía una cierta libertad. No sólo para cambiar cosas, porque es muy fiel a los hechos, pero sí para tomar distancia y reflexionar. La realidad es mucho más compleja, no tiene una intención, y con la ficción lo que haces es novelarlo, poner orden. En La Casa he convertido a uno de mis hermanos en mujer y he eliminado a mi madre, para acentuar el sentimiento de soledad.
-¿Ha sanado la herida hacer este cómic?
-El primer objetivo es poner en orden tus sentimientos, entender lo que era importante para tu padre, saber si has sido buen o mal hijo... lo haces con la intención de llegar a una especie de redención, pensando que tu padre te dirá: "tranquilo, lo has hecho bien". Al final has ordenado ese sentimiento, pero tienes el mismo vacío. En muchos casos, cuando te enfrentas al cómic, quieres sacarte una espina, pero están ahí siempre.