Año I después de Helga Schmidt. El Palau de les Arts intenta encontrar su nuevo modelo, mientras los problemas por la marcha de músicos de la formación siguen; pero Davide Livermore ha encontrado aliados inesperados.
VALENCIA. "Kriminalpolizei». La funcionaria que hablaba en alemán se hallaba a los pies de su cama. La entonces intendente del Palau de les Arts, la austriaca Helga Schmidt, se dio cuenta de que estaba rodeada por una decena de personas. Eran policías. Habían entrado en su habitación del hotel Las Arenas con una orden judicial en la mano. En ese instante todo se vino abajo. Tras catorce años en Valencia, concluía su estancia profesional en la ciudad de la manera más abrupta: era detenida. Faltaban meses para las elecciones autonómicas, pero en la Comunitat Valenciana, donde los casos por corrupción se contaban por decenas, cualquier indicio, la más mínima sospecha, acababa con cualquiera.
Cuando Livermore llegó al cargo, nadie daba nada por él pero ahora, cada día que pasa va cosechando nuevos apoyos
Y a Schmidt se le tenían ganas. En un tiempo récord, Schmidt fue apartada de su cargo y sustituida por su delfín natural, el turinés Davide Livermore, director del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, vivero de cantantes para el teatro de ópera valenciano. No hubo atisbo de duda por parte del Consell que presidía Alberto Fabra, quien cuatro meses después fue apartado del poder por las urnas. La celeridad con la que se actuó sorprendió. Las acusaciones contra Schmidt eran graves (prevaricación, falsedad documental, malversación) pero difusas.
Se le acusaba de haberse lucrado al formar parte de una sociedad privada (Patrocini de les Arts) que había recibido fondos del Palau de les Arts. Cierto es que formó parte del consejo de administración de Patrocini, pero los matices eran importantes. Estuvo en él unos días. Jamás constó pago alguno a Schmidt, o que al menos ahora se sepa. Y la sociedad, por si fuera poco, había sido creada por impulso del anterior Consell, liderado por Francisco Camps. Todo eso dio igual. Nadie quería oír excusas.
El día de su detención, el 27 de enero de 2015, una nutrida representación de medios de comunicación aguardaban a las puertas del Palau de les Arts. Unas furgonetas de la UIP custodiaban el edificio. Dentro, los funcionarios de la Udef recopilaban información. Afuera, los curiosos se acercaban por parejas. Un ciclista preguntó a los periodistas qué sucedía. «Han detenido a la intendente del Palau de les Arts», le respondieron. «Que los metan en la cárcel a todos», comentó el ciclista sin esperar más información.
El mismo prejuicio que mostró este ciudadano fue el que exhibió el Consell, quien sólo esperó a que fuera imputada Schmidt para despedirla con un finiquito de 20.800 euros, casi 1.500 euros por cada año de vinculación con Valencia. La elección de Livermore, rauda, resolvía un problema pero planteaba otro. El previsible cambio de gobierno autonómico llenaba de sombras su nombramiento. El turinés, con predicamento en la casa, era un completo desconocido para los políticos. El proyecto mismo del Palau de les Arts estaba en el aire.
Si se producía cambio de gobierno, eran muchas las voces que reclamaban un giro radical en la política cultural, y eso incluía la desaparición o reconversión del complejo operístico. En la cartera del nuevo gobierno estaba la fusión de las orquestas de Valencia, la del Palau de la Música y la de Les Arts. Los honorarios de Livermore, 135.000 euros al año por sus diversas competencias, estaban también puestos en duda.
Cuando acabe el mes habrá pasado un año de todo eso. Apenas se ha avanzado en la investigación contra Schmidt. No se han practicado diligencias, más allá de negarle —la Audiencia Provincial— la desimputación. Su ordenador sigue en el mismo estante de los almacenes de la Udef. La austriaca decidió en septiembre no continuar esperando en el hotel Las Arenas de Valencia a que la llamaran a declarar y regresó a Italia, a su casa. Firma en el consulado cada dos meses. Sólo vuelve a la ciudad para su tratamiento contra el cáncer y para resolver pleitos con un medio de comunicación. Su vínculo con Les Arts es cada vez menor. «Le es muy doloroso hablar de él», dice una de sus amigas valencianas.
Livermore sí sigue en Valencia. Al final no fue cesado. Está más cansado que cuando fue nombrado. Sus ojeras son mayores. La energía sin límites que desplegó los primeros meses, intentando convencer a todo el mundo, se ha reducido. Para superar la ansiedad de los primeros días, redecoró la pared blanca de su despacho con un grafiti hecho por él mismo con pintura acrílica. En septiembre el grafiti, ondas circulares de diferentes colores, ocupaba una pared. En diciembre ocupa dos.
Cuando los antiguos piratas cruzaban el Cabo de Hornos o el Cabo de Buena Esperanza se insertaban un aro de oro en una de sus orejas. Livermore, como Francis Drake, podría tener un pendiente en cada oreja. Ha cruzado ambos a lomos del Moby Dick que es el Palau de les Arts. No está tan solo en el empeño. Ha encontrado un aliado en el otro gran ejecutivo de la cultura valenciana que dejó el PP. José Miguel G. Cortés, el director del IVAM, ha hecho buenas migas con el turinés.
Se les ve ir juntos a diferentes actos, como por ejemplo la presentación del Manual de Buenas Prácticas de la Generalitat. Durante la jornada del pasado diciembre, con la que se celebró hasta medianoche el primer año del nuevo museo, Livermore participó. Llegó a las diez y media de la noche, directamente desde París, y no coincidió con el Secretario de Cultura, Albert Girona, por unos minutos.
A Girona le debe buena parte de su relación con su otro aliado valenciano, el alcalde Joan Ribó. Según explica Girona, durante los consejos de administración del Palau de les Arts se emplea en numerosas ocasiones el valenciano. Girona le preguntó a Livermore si entendía, y el turinés, que se desvive por agradar, dijo al principio que sí aunque después admitió que no. Fue entonces cuando el exalcalde de Almussafes le propuso que formara parte de una iniciativa que iban a poner en marcha de voluntarios lingüísticos, por la que valencianoparlantes iban a practicar el idioma con personas que no conocen la lengua. Le sugirió Joan Ribó. Acertó de pleno.
Ribó es un fan de la ópera. Dice, literalmente, que le «encanta». Uno de sus creadores favoritos es Verdi. «Y más todavía después de ver Macbeth en Valencia», la ópera con la que abrió la temporada el Palau de les Arts. Una pieza de la que destaca la presencia del Coro de la Generalitat, cuyas apariciones identifican la defensa del pueblo de los opresores. Por si fuera poco, su relación con Livemore ha sido muy buena desde el momento en que tomó posesión del cargo. Y ahora, que es su parella linguística, más. El turinés confirma esa sintonía «desde el primer momento». «Para mí fue muy natural hablar con él», dice.
Hoy Livermore minimiza los problemas y dudas que surgieron en torno a su figura. No les da importancia y se fija en el presente y en el futuro. «Tenía clarísimo que era una cuestión de tiempo. Entendía que no era una prioridad sentarse a hablar conmigo. Ahora los políticos y yo vivimos un momento de gran cercanía», explica. Pero lo cierto es que estuvo prácticamente cesado los primeros meses por el nuevo Consell. Fue su política de puertas abiertas, su disponibilidad a reunirse con todos los colectivos, la sensibilidad que mostró con las sociedades musicales con las que ha firmado un convenio, que hicieron que se vencieran todas las reticencias, que eran muchas.
Los problemas nunca se acaban en el Palau de les Arts y uno de los más importantes proviene de la fuga de músicos de la orquesta, que no mengua. Este año 2016 comenzará con tres solistas menos. Uno de ellos, español, se marcha a la Orquesta Nacional de España, la formación más pujante en estos momentos en el país, que está dirigida por David Afkham, maestro de 30 años y una de las grandes promesas de la clásica internacional. Aunque es sólo una excedencia, muchos creen que no volverá. Otro de los solistas se ha ido a Qatar y dicen quienes le conocen que sus ojos miran a Alemania. Livermore, como es lógico, minimiza este asunto. «No podemos hacer una tragedia cada vez que un músico se va», comenta.
Y, como argumento para justificar su optimismo, recuerda a los solistas y profesores que se fueron en anteriores ocasiones para después regresar. Así ha sucedido por ejemplo con los tres últimos profesores que pidieron excedencia; ya están de vuelta en Valencia.
¿Por qué se van? Desde el teatro valenciano citan varios factores. Uno de ellos, que explica la constante movilidad, es la juventud de la Orquesta del Palau de les Arts, del propio teatro de ópera valenciano. «Diez años es nada» en el mundo de la ópera, recuerda Livermore. Hay teatros centenarios por todo el orbe. Con sólo una década de existencia, lo conseguido por el coliseo valenciano es más meritorio tratándose de un recién llegado.
El otro, las propias ganas de viajar de estos jóvenes músicos que con estas experiencias se perfeccionan, dicen desde el Palau de les Arts. Así pues, sus salidas son vistas casi como intercambios que enriquecerán a la postre a la Orquesta.
Y el tercero, y no menos importante, la calidad de vida que tienen los músicos en Valencia, donde además pueden participar en montajes con primeras figuras como Fabio Biondi, Plácido Domingo, Gregory Kunde... Y la orquesta sigue siendo en gran medida la que formó Lorin Maazel, ese dream team. Tienen razones para volver.
En el Consell no quieren problemas. No está la situación política para muchas bromas. De ahí que hayan decidido apostar por mantener a Livermore toda la legislatura. Un ejemplo de esa confianza es el aumento de presupuesto que se ha dado al teatro de ópera valenciano, que ha subido hasta los 22 millones de euros, el doble que algunos equipos de fútbol de Primera División. Para Livermore, este aumento, de 2,4 millones con respecto a 2015, es una «buena señal» de que la Generalitat manda a la sociedad.
La relación con el Consell es sostenible y ahora el principal reto que tiene Livermore es que la ciudadanía haga suyo el coliseo. En este punto cobra especial importancia el tema de los patrocinios.
En 2007 el Palau de les Arts recibía cinco millones de euros de diferentes empresas, pero como admite Livermore, eran sponsors por «imposición política». En la actualidad sólo recibe 300.000 euros de manos privadas. La taquilla de algunos montajes es mayor que todos los patrocinadores juntos. Por ello el intendente turinés se ha marcado como meta incrementar «de manera honesta» esta cantidad, convencer a la sociedad y a los agentes civiles de que el Palau de les Arts vale la pena.
Entre sus planes inmediatos, aumentar los conciertos por toda la Comunitat Valenciana, de Peñíscola a Orihuela, de Valencia a Requena, para que «todos los valencianos», que «pagan con sus impuestos» la orquesta del Palau de les Arts, puedan disfrutarla y para que ésta haga honor a su nombre: Orquestra de la Comunitat Valenciana. Igualmente, aspira a aumentar su presencia en los barrios de la ciudad de Valencia. Todo ello con un fin: demostrar que el Palau de les Arts en particular y la ópera en general mejoran la calidad de vida de los ciudadanos. Su reto es más que artístico, es social. Una tarea ímproba, casi excesiva, que pondrá a prueba toda su pasión de artista y toda su valentía de ex jugador de rugby.
(Este artículo se publicó en el número de enero de la revista Plaza)