VALÈNCIA. Las heridas de la infancia suelen arrastrarse el resto de la vida porque siempre que miramos atrás lo hacemos desde la nostalgia, sin intención alguna de problematizar lo que ocurrió, sin revisar los cabos sueltos que dejó la inconsciencia del momento o el escudo que utilizamos. Pero en esos primeros años se conforma una identidad, no definitiva, pero que sí largamente desarrollada. A veces, también impuesta y artificial.
Por eso mirar a la infancia requiere de fuerza, ternura y lucidez. Esas tres cosas están presentes en Debajo del lenguaje solo hay niñas llorando, el poemario de Paula Escrig con el que la escritora castellonense ganó el VI Premio de Poesía Joven Tino Barriuso.
-En toda mirada atrás a la infancia, que es un lugar donde aún estás generando conciencia, esa retrospectiva tiene algo de memoria y otra de invención. En esta mirada atrás, ¿qué ha sido posible para ti y qué imposible?
-Creo que ha sido bastante posible todo, en el sentido de que ha sido un poco inconsciente. No he escrito obligándome a buscar lugares de la infancia o escenarios ficticios que no me fueran familiares. No digo que sea biográfico, sino que hay algo de común y natural en los espacios que han ido apareciendo al escribir. No he forzado ningún lugar o decorado, han ido apareciendo.
Sí que es verdad que cuando hablo de la infancia o de momentos más infantiles, lo hago desde mi lugar de ahora. Aunque intento recoger expresiones más infantiles y naif, lo hago desde el presente. Y en esa perspectiva más racional también está.
- En el momento en el que en la memoria tenemos la figura del padre y de la madre, pero se convierten en personajes, ¿qué textura sientes que adquiere cada uno en este poemario?
-Yo creo que la figura del padre y de la madre, al tratarse de alguna forma de un viaje de crecimiento de esa niña, tenían que aparecer sí o sí. La textura de la madre creo que sería una mucho más suave, mucho más porosa también, porque recoge mucho a la niña. Y la del padre, aunque se va solucionando la ausencia, creo que es mucho más resbaladiza y mucho más ausente también.
- No es un poemario donde hayas reunido poemas sueltos, sino que está muy clara la narración, el desarrollo. ¿Cómo encontraste el inicio y el final? Sobre todo, ¿dónde ponerle el final?
- Para mí, la forma del poemario y la apertura que poco a poco iba apareciendo me obligaban a que el final representara algo incontenible y grande. El principio, en cambio, tenía que ser todo lo contrario: algo cerrado, pequeño, con una mirada dirigida hacia el yo y lo íntimo. De hecho, creo que no hay ninguna referencia espacial en el primer poema, sino que está todo muy empequeñecido, muy hacia adentro.
- Al principio hay muchas referencias al cuerpo, y al final parece que la voz se separa de él. ¿Por qué?
- Al principio hay más conflicto y enfoque en el cuerpo porque la niña busca su identidad. El cuerpo es la representación más directa de la identidad, y ella no entiende bien qué es un cuerpo, y mucho menos un cuerpo feminizado. Es la primera relación que se trabaja en el libro. El detalle por lo corporal, incluso lo escatológico (la sangre está muy presente), representa esa primera fricción. El primer trabajo de la niña es entender dónde está viviendo, que es un cuerpo.
- Y esa fricción, ¿tú crees que se puede resolver en la propia infancia o en la juventud?
- Como cualquier proceso de crecimiento y de concienciación, sí creo que es necesario cierto distanciamiento para entender más en profundidad estos procesos. Al hablar de infancias es muy complicado, desde la propia infancia, poder comprenderla.
- Y en ese preguntarte continuamente por la identidad, ¿sientes que es algo que hayas sentido resuelto en este poemario o es una pregunta que nunca se acaba?
- Yo creo que no se resuelve como tal porque, por lo menos en mi caso y en la gente con la que más comparto espacio y tiempo, van surgiendo conflictos personales e identitarios según vamos descubriéndonos más y adquiriendo más conciencia de nosotras mismas. No sé si se puede hablar de solucionar o de comprender al cien por cien la identidad personal, creo que es bastante inocente pensar que de repente ya nos conocemos o que no va a ocurrir nada más con nosotras.
- Otra fricción es el pueblo ¿Cómo te planteabas hablar de él, del lugar donde creciste?
- Ayer precisamente volvía de Castellón en tren y un chico que se subió en Burriana llevaba una camiseta que ponía algo así como "Vete de casa, resuelve lo que te pasa y entonces vuelve". Y es un poco esto en realidad: para mí el pueblo también era el lugar de confrontación entre dos identidades. Una es la identidad de la niña que ha sido socializada como tal, como niña de pueblo, con sus dinámicas de allí, aprendidas allí. Y otra, la niña que vuelve al pueblo y se ha socializado desde otro lugar mucho más consciente y voluntario, y que de repente choca con esa identidad que ya está allí construida. Primero he podido problematizarlo porque sentía ahí una tensión que no acababa de solucionarse. Después, poder mirar hacia el pueblo y entender cómo he crecido también me ha ayudado a entender cómo puedo continuar creciendo.
- ¿Tu imaginación tiene un proceso concreto de generación de esas imágenes, de esas analogías, o es caótico y va determinado con el tema?
- Pues sí que es cierto que de manera inconsciente acabo llegando a lugares que están muy vinculados dependiendo del tema. Si ya tengo una base o un objetivo marcado, esas imágenes cambian. Básicamente, si es oscuro, me lleva más hacia lo corporal. Los espacios más abiertos y esperanzadores me llevan a lugares abiertos, verdes, luminosos, calurosos.
A partir de ahí, van surgiendo imágenes mucho más concretas. El agua, los líquidos y la vegetación son elementos muy presentes en lo que escribo e imagino. Creo que esto está influido por el lugar del que vengo, que es un pueblo de montaña, y porque soy una persona a la que le gusta mucho la naturaleza y la necesita.
- Empezaste a escribir hace dos años, este es tu primer poemario publicado, y te muestras como una persona vulnerable, que habla de situaciones muy íntimas. ¿Cómo fue dar el paso a presentar este poemario a un premio como el Tino Barriuso?
- Yo empecé a escribir cuando vivía en Granada. Tuve la suerte de caer en un grupo de filólogas apasionadas por leer y, sobre todo, por compartir lo que leían y debatir sobre ello. Vivían la literatura como fans, lo cual puede parecer una mirada infantilizada, pero es muy bonito poder emocionarte con algo y compartirlo desde ahí. Fue en ese ambiente donde empecé a escribir y leer mis propios poemas. Recuerdo el primero que le leí a mi amigo Pablo, con mucha vergüenza. Cuando volví de Granada, continué escribiendo y me di cuenta de que me gustaba mucho.
Siempre había escrito, pero nunca poesía. Empecé a enseñar mis poemas a compañeras de la universidad y amigas, y de repente pensé: "Oye, esto me mola". Sentí ganas de formar parte de este mundo. Al principio, no recibí respuesta, pero después mandé otros poemas y me los publicaron. Esa validación y reconocimiento me dieron un impulso. Aunque idealmente el impulso debería venir de dentro, vivimos en sociedad y necesitamos ese reconocimiento.
De repente, empecé a escribir más y me di cuenta de que podía existir un hilo en común. Me animé a hacer algo con esa idea y el manuscrito me estaba gustando. Me llevaba bien con un profesor de la universidad, Daniel Fernández, que también es poeta. Un día le dije que yo también escribía y me animó a enseñarle mis poemas. Le enseñé un par y me dijo: "Oye, Paula, esto mándalo a algún sitio". Lo mandé al premio y se me olvidó. Recuerdo que, a finales de enero, recibí una llamada de Marisol, la viuda de Tino Barriuso, dándome la noticia de que había ganado. Grité como una loca por la calle.