VALÈNCIA. El guerrero mitológico Filoctetes y el extesorero del PP Luis Bárcenas tienen algo en común: Pedro Casablanc (Casablanca, 1963). El polifacético actor da vida a ambos y lo hace asumiendo que, contra todo pronóstico, comparten alguna que otra cosa: "Cuando hablas, pagas las consecuencias", señala. El primero, un héroe que se atreve a transgredir las normas, acaba apartado cruelmente de la sociedad. "En el momento en que no formas parte de un lobby y no opinas como todos los demás, como ese rebaño colectivo en el que nos hemos convertido, pasas a ser un tipo marginal", sostiene Casablanc. El segundo, comete un delito, "pero rodeado de personas que también los cometían", apunta. Mismas disyuntivas, distintas épocas, y un complejo viaje interpretativo que el actor afronta con virtuosismo. De la Antigua Grecia a la más rabiosa actualidad y viceversa sin despeinarse.
Bárcenas, de hecho, ha sido un nombre que se ha ido entrelazando cada vez más a la carrera de Casablanc, también conocido por dar vida a numerosos personajes del teatro universal y a otros tantos de series como Policías, en el corazón de la calle, Motivos personales, Hospital Central o Isabel. Y eso que encarnar el popular tesorero del PP no estaba exento de retos, ni sobre las tablas de un escenario ni más adelante en la gran pantalla, como han demostrado Ruz-Bárcenas, la obra que cobijó el Teatro del Barrio (la cooperativa capitaneada por Alberto San Juan), y B de Bárcenas, película que vio la luz bajo la dirección de David Ilundáin en 2015. El "cercano" retrato que tejió Casablanc fue enormemente aclamado, y le valió una nominación a los Goya e incontables críticas positivas por su interpretación.
De Filoctetes a Bárcenas, de Bárcenas a Filoctetes; lo cierto es que realmente no hemos cambiado tanto. Los mismos temas que los autores clásicos exploraban siguen estando presentes en nuestro día a día: hipocresía, corrupción, mentira... Con Filoctetes, personaje que también da nombre a la obra que se ha estrenado recientemente en el Festival de Mérida, Casablanc se pone en la piel del políticamente incorrecto héroe acompañado por actores de la talla de Pepe Viyuela, Félix Gómez y Samuel Viyuela. Tras recalar este fin de semana en Sagunt a Escena, ponen rumbo a nuevas ciudades para invitar al público a ahondar en estas cuestiones tan atemporales como humanas. Nosotros nos dejamos arrastrar por la inconfundible y sugerente voz de Pedro Casablanc para que nos lo cuente todo.
-Filoctetes ha sido una obra muy poco representada y conocida dentro del ámbito de teatro clásico. ¿Cuál es la historia que nos cuenta
-La obra no se ha representado nunca; de hecho, ha sido la primera vez ha sido ahora en Mérida. Filoctetes cuenta la historia de un guerrero de Troya que, por decir la verdad y ser un tío que no sigue las normas y las leyes (lo que podríamos acuñar bajo el término de "políticamente incorrecto"), es abandonado en una isla por sus compañeros de lucha. Sufre una campaña de desprestigio absoluto y, cuando al cabo del tiempo esta gente necesita su ayuda porque esconde un secreto (el arco con el que se puede destruir Troya), tienen que ir a por él. La obra gira en torno a esa negociación, y habla de la hipocresía y la mentira que vivimos constantemente en nuestro esfuerzo por acoplarnos a la realidad. Filoctetes es un tipo que por ahí no pasa, pero a cambio lo paga con la más absoluta marginalidad, soledad y desprecio.
-Habéis pasado por Mérida, cumbre del teatro clásico. ¿Qué retos implica subirse a un escenario como este, con tantas expectativas?
-El reto es hacerlo bien: responder a esas expectativas y que el público disfrute. Al final, lo que se espera de un festival de estas características es que la audiencia encuentre un tipo de teatro que va más allá de lo que iba buscando; un tipo de teatro que, aunque sea griego o latino, aporte visiones, novedades o lecturas de obras muy conocidas, o no tanto, como es el caso de esta.
-¿Qué tiene el teatro clásico que sigue haciéndonos reflexionar a pesar de los siglos de historia que nos separan?
-El teatro clásico habla de la política, la democracia, y las guerras, pero también de las ambiciones humanas, las pasiones, los odios, las hipocresías... son temas que no varían, siguen siendo iguales. Los seres humanos prácticamente no hemos cambiado desde que pintamos las cuevas de Altamira. Sí es cierto que ahora contamos con nuevas tecnologías, formas diferentes de movernos, las redes sociales... Pero el ser humano en el fondo no cambia. Y todo ello está muy bien retratado ya por los autores clásicos. Shakespeare, por ejemplo, es una biblia del comportamiento humano.
-Confesaba Carmen Machi recientemente que "con la palabra Zeus te puedes cagar en su puta madre, pero con la palabra Dios está prohibido", y señalaba el caso de Willy Toledo como ejemplo. Si el teatro es el espacio donde históricamente deberíamos reflejarnos como sociedad y reflexionar críticamente sobre nuestras acciones, ¿estamos retrocediendo de alguna manera ahora?
-Este país está partido por la mitad de una manera absolutamente clara. Las dos Españas de las que hablaba Machado siguen existiendo, y solo tenemos que verlo con el tema de los restos de Franco, la televisión... Personalmente, tengo muchas esperanzas en el nuevo gobierno y los cambios que se pueden hacer desde Cultura. Que se vuelva a abrir la libertad de expresión, que la hemos tenido bastante aprisionada con medidas como la Ley Mordaza y este tipo de actos represores.
En teatro se puede decir afortunadamente de todo. Hay ciertas declaraciones que están fuera de este espacio, o hechas en contextos de entrevista de televisión, pero no como tales dentro de la obra. Es cierto que también hubo una época en la que algunas obras de temática religiosa fueron muy perseguidas; recuerdo los inicios de Els Joglars con Teledeum, o incluso a Leo Bassi por meterse con Dios. Pero el teatro debe ser un espacio de libertad.
-Tu papel de Bárcenas es sobradamente conocida por muchos aspectos, y curiosamente, lo has representado tanto en teatro como cine. ¿Qué diferencias hay entre ambos formatos?
-El cine es una condensación de lo que puedes hacer en teatro; más pequeño, yendo a la esencia. Tienes que prestar atención a donde está la cámara, que es el espectador, y todo se retrata de una manera más delicada, con todos tus detalles y defectos. En teatro, por otro lado, trabajas para los ojos de todos los espectadores, y tienes que ser más generoso y expansivo. Lo que pasó en la función de Ruz-Bárcenas (de Jordi Casanovas bajo la dirección de Alberto San Juan, primero en el Teatro del Barrio; en València, en el Talia) es que tampoco requería grandes aspavientos como sí lo hace el teatro clásico que estoy haciendo ahora.
Otro aspecto es que en teatro el que domina es el actor. Él es el dueño de la situación y el que decide incluso si va a durar una, dos o tres horas. En cine, eso le corresponde al director y al montador, que son los que escogen los planos y, por tanto, tienes menos que hacer. Simplemente, trabajar con toda la honestidad posible.
-¿Qué implica enfrentarse a un personaje real de carne y hueso?
-Con Bárcenas intenté hacer lo pude de la manera más informada posible, captando la esencia de un personaje conocido porque, al fin y al cabo, lo puedes ver. Ya me tocó hacer al gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, en Los días de gloria, donde seguí el mismo proceso: ver al personaje e intentar captar su esencia a través de lo que dice y cómo lo dice. Así uno descubre mucho sobre los personajes. Un actor también debe ser psicólogo para saber de qué hablan los papeles que interpreta.
-Situaciones políticas como la de Bárcenas hemos tenido varias en nuestro país. ¿Te verías poniéndole cara a algún otro político?
-Me han llegado a proponer a Rita Barberá, pero en su momento no me pareció oportuno. Es un personaje que dio mucho juego y lo sigue dando a partir de esa desgraciada y misteriosa muerte... Sin embargo, no creo que lo hiciera. Si me propongo travestirme será para un musical o alguna cosa un poco más frívola.
-En Yo, Feuerbach interpretas a un actor que lucha por no quedarse fuera del escenario tras varios años sin trabajar. ¿Crees que es cierto que en las artes escénicas muchas veces se valora más la juventud que la experiencia?
-Eso es precisamente lo que cuenta la obra. Y no solo pasa en las artes escénicas, sino en todas. Lo mediático y lo comercial es territorio de la gente joven porque es más atractiva. Estamos en la decadencia de un imperio macroeconómico capitalista en el que, como el romano, priman la belleza, las relaciones íntimas y la atracción sexual. Si un personaje joven despierta más deseo que un señor entrado en años, ahí es donde se va a ganar más adeptos y, por tanto, más dinero. Se va a vender mejor la película donde haya gente joven.
Lo que pasa es que, a pesar de que ocurre también mucho en otros países, en España sucede más. Aquí no tenemos la alternativa de ver películas o series donde la mayoría sean personas de más de 50 años al estilo de House of cards. No hemos encontrado un punto medio. Hemos pasado de una generación de actores muy mayores, en blanco y negro, del estilo de Doce hombres sin piedad del famosísimo Estudio 1 a lo contrario. Ahora sería impensable y, si se hiciera, la protagonizarían abogados de 25 años. Seguro.
-Lo que tiene en común con otra que has interpretado, Hacia la alegría, es la utilización del monólogo interior como herramienta de expresión. ¿Cómo es esto de enfrentarse a textos más solitarios?
-Lo cierto es que llevo ya unos cuantos monólogos; un género que me apetecía. El tiempo pasa y no sé si me quiero ahora mismo seguir haciéndolo, porque no tienes compañeros en el escenario, pero tampoco en la gira, y resulta un poco triste. Tienes mucha libertad, y te lo guisas y te lo comes tú solo, lo cual supone un reto; pero también lo es el actuar con compañeros, donde hay una dificultad en el elenco, en acompasar los ritmos... Es lo mismo que trabajar con una orquesta o marcarte o un solo de violín.
Hacia la alegría es una obra muy reflexiva, donde se muestran las opiniones o sensaciones de un tipo que pasea por la ciudad y hace una crítica sobre la deshumanización en las grandes ciudades. Son temas que me interesan cuando me tocan, y que suponen verdaderos retos, pero ahora estoy muy contento con Filoctetes. Tampoco me importaría volver a hacer Yo, Feuerbach.
-En tu carrera has hecho muchas veces de malo. ¿Crees que este tipo de personajes puede ser incluso más interesantes por los claroscuros que representan?
-He hecho muchos malos, sí. He dicho muchas veces que por la noche estos personajes están despiertos, conspirando, preparando la estrategia del día siguiente; mientras que los buenos están cuidando de su familia y manteniendo a sus hijos calentitos. El malo es un personaje que siempre tiene algo más que hacer. El arquetípico, Ricardo III de Shakespeare, nada más empezar dice todo lo que va a hacer, y a lo largo de la obra vemos cómo se van desarrollando sus planes.
Actuar, después de todo, viene de "accionar", de tener acciones. Siempre digo en tono jocoso que el bueno está esperando en su casa esperando a que llegue el malo a darle la puñalada; y para eso este se ha tenido que preparar. A veces es verdad que el personaje bueno con tener a un actor guapo que esté ahí ya vale. El malo requiere un poco más trabajo. La verdad es que a mí me encanta hacerlos.
-Se dice que las series de ahora son las nuevas películas. ¿Crees que es así?
-No sé si son las nuevas películas, pero lo que está claro es que se están haciendo producciones muy interesantes a las que apetece engancharse. Hemos cambiado el concepto de ver por completo. Yo sigo yendo al cine porque me gusta mucho el formato, pero se están haciendo muy buenos proyectos. He participado en FÉLIX de Cesc Gay para Movistar con Leonardo Sbaraglia, y es una gran serie. Por lo menos, creo que llegamos a ponernos a altura técnica de esos productos norteamericanos o ingleses que tanto nos gustan. Lo que no sé si es todo esto nos convertirá en ermitaños que no querrán salir de casa, pero el formato es más que bienvenido y ojalá nos dé mucho trabajo.
-¿Quedarán las series de ficción recluidas a plataformas digitales en vez de en televisión?
-Es la lucha que hay entre Cabify y los taxis: ¿Quién da mejor servicio? A mí, por el momento, me lo proporciona la plataforma, porque elijo donde lo veo, sin anuncios ni presentadores y gente ordinaria gritándose que no quiero ver. Hace ya muchos años que no tengo televisión en casa, y no sé lo que hacen ni me interesa. De hecho, cuando estoy en una cena y surge el tema de los programas de televisión, no tengo nada de qué hablar porque no me va. Lo que sí me atrae es el medio y las buenas películas; plataformas como Netflix que tienen documentales fantásticos, o Filmin. Creo que se irá desplazando hacia eso. Por lo que respecta a la televisión... no lo sé. O quedarán residuos de obras de calidad, o será un reciclaje de basura.
-También has impartido muchos cursos de interpretación, ¿algún consejo para los jóvenes que están buscando su camino en esta profesión?
-Es normal que los jóvenes tengan mucha ansiedad por llegar. Y es verdad que algunos alcanzan ese objetivo tan deseado y hacerlo pronto significa tener fama y mucho dinero; o, al menos, parecerlo (porque con las redes sociales todo el mundo parece millonario y no tiene por qué ser verdad). Oír esos cantos de sirena no es conveniente. Lo importante es formarse e informarse, saber lo que se hace fuera, verlo, leer. Y tener mucha paciencia.
-¿Qué próximos proyectos tienes a la vista?
-Con Filoctetes nos vamos ahora a San Javier (Murcia), y puede que hagamos temporada en Madrid o Barcelona. Tengo varios estrenos también pendientes: Superlópez con Dani Rovira, Viaje al cuarto de una madre con Lola Dueñas, Alegría tristeza con Maggie Civantos, Roberto Álamo, Carlos Bardem... También hago una pequeña intervención en la nueva de Almodóvar, Dolor y gloria; y en Lo dejo cuando quiera, la nueva producción de Carlos Therón (que dirigió también Es por tu bien). Estaré también en la nueva serie de Movistar de Leticia Dolera, y tengo pendiente terminar los episodios que quedan de El guardián invisible. Estaremos entretenidos.