Puede que ustedes ya no lo recuerden, porque han pasado eones desde que vimos un partido no perteneciente a la liga bielorrusa, pero en el pasado remoto había algo denominado "fútbol", un deporte-espectáculo en el que se enfrentaban once jugadores contra once para que otros millones de personas pudieran disfrutar viéndolo, insultándose entre sí y, últimamente, apostar.
Todo ello nos llegaba a la mayoría de los ciudadanos a través de un intermediario de lujo: los medios de comunicación, encargados de narrar las vicisitudes del juego y lo que le rodeaba. Y, naturalmente, los medios explicaban lo que acontecía plagándolo todo de tópicos y frases hechas: que si no hay rival pequeño, que si un partido dura 90 minutos, que si tal jugador tiene un guante en su pierna izquierda, que si hasta el rabo todo es toro... De todas ellas, a mí siempre me gustó la expresión "en un palmo de terreno... ¡te la puede armar!", que hacía referencia a jugadores muy habilidosos, capaces de sacar petróleo de un regate, pase o remate imposible. Es decir, era un término inequívocamente elogioso, aunque, si lo pensamos bien, podría aplicarse a cualquier circunstancia. Un defensa leñero, por ejemplo, también "te la puede armar" en un palmo de terreno, con una entrada asesina a un delantero que acaba siendo penalty donde quizás apenas había peligro.
Podríamos estar haciendo arqueología del fútbol toda la columna, rememorando viejos tiempos que ya veremos cuándo volverán, pero el sentido de hacerlo es manifestar que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, también participa de esta característica: Sánchez, en un palmo de terreno, también te la puede armar. Lo mismo te gana una moción de censura con 85 diputados, saca petróleo de una manifestación en Colón de las tres derechas y gana holgadamente las elecciones, que luego te repite las elecciones porque sí, porque es su estilo de hacer las cosas, y consigue llegar al mismo lugar en el que estaba antes, sólo que en condiciones peores.
No puede decirse que la pandemia que nos afecta cogiera al Gobierno con todo previsto. Esa imprevisión inicial, meses después, continúa siendo el principal punto débil de Pedro Sánchez y su Gobierno. No sólo por las críticas que reciben por ello, sino por las consecuencias de no haber actuado a tiempo. Sin embargo, también hay que decir que posteriormente las cosas, en líneas generales, han comenzado a encauzarse; se ha logrado contener la difusión del virus, que ésta remita, y que, en definitiva, las cosas hayan comenzado a mejorar antes que en otros países (sin ir más lejos, que Italia, referente obligado en todo este proceso).
Además, la pandemia también le ha creado problemas a la oposición, en particular al binomio PP-Vox. El PP de Casado desde el principio intentó hacer oposición a Sánchez presentando la comunidad de Madrid como su modelo de gestión alternativa. Y, qué quieren que les diga, tal vez habría sido más inteligente sacar a colación Andalucía, Galicia, Murcia, o Castilla y León, todas ellas con más luces que sombras en su gestión. Sobre todo, por comparación con Madrid, con sus bocadillos de calamares en Ifema, sus apartamentos cedidos graciosamente por empresarios que luego tienen contratos con la administración, sus pizzas a tutiplén para niños pobres y, sobre todo, por ser Madrid el epicentro de la pandemia. Si Sánchez ha cometido errores, otro tanto podría decirse de la Comunidad de Madrid.
Vox, por su parte, no gestiona nada, pero su problema es que día tras día, con sus propuestas freaks, pone de manifiesto ante el 90% de la población que es mucho mejor que no gestione nunca nada. Y como también cuenta con el "pecado original" de haber extendido el virus por toda España, montando incluso un mitin en Madrid para que desde ahí se difundiera a las provincias restantes, tampoco están para dar lecciones a nadie.
Ambos, PP y Vox, llevan meses enzarzados en una lucha por el mismo espacio político: el que tenía el PP y ahora tiene Vox. Dicha lucha ha llegado a las calles, a la "revolución Borjamani", visualmente espectacular, absolutamente legítima, pero cuya eficacia política para socavar a Pedro Sánchez es dudosa, pues fundamentalmente sirve para reafirmar a los votantes: por supuesto, a los que se manifiestan. Pero también a los que no lo hacen y que pueden tener así, día tras día, el recordatorio de que la alternativa al gobierno de Pedro Sánchez pasa por este PP y, sobre todo, por Vox.
Y ese es el argumento, precisamente, con el que Pedro Sánchez ha hecho fortuna, con el que la "arma" en la política española en un palmo de terreno. El argumento es siempre "puede que yo os parezca un impresentable, un caradura, un incompetente... ¡pues ahí tenéis a Vox, si queréis un cambio!". Y con ese argumento ha vencido en dos elecciones sucesivas, ha logrado, en última instancia, el apoyo del Parlamento y busca recabar apoyos en cada votación, comportándose siempre como si su Gobierno fuese sobrado y no los necesitara. Porque, al final, Sánchez siempre nos pone ante una situación imposible: o yo, o el caos, sea éste el supuesto caos que se desataría si no se prorrogase el estado de alarma o la llegada al poder de Vox.
Con este estado de las cosas, a Pedro Sánchez sólo le quedaba ser mínimamente razonable con los socios que tiene. Pero, como también es habitual, al presidente le pierde su pasión por la táctica cortoplacista, por "armarla" en un palmo de terreno, aunque sea en el centro del campo y sin efectos prácticos. Con tanto afán por lucirse haciendo bicicletas, regates y caños insustanciales, aunque visualmente efectivos, a los demás, Sánchez dificulta innecesariamente la captación de apoyos para sus propuestas, y en ocasiones acaba metiéndose un gol en propia puerta.
Esta semana hemos vivido un ejemplo muy claro de todo esto. Ante la nueva renovación del estado de alarma, Sánchez se ha comportado, como siempre, como si ésta fuera la última votación que tuviera que salvar el Gobierno en lo que queda de legislatura. Y la ha ganado, en efecto, pero dejándose más y más aliados en el camino. El caso más escandaloso es el de Compromís, absolutamente ninguneado y maltratado por el PSOE, hasta llevar a la coalición valencianista a pasar directamente del Sí al No en sucesivas votaciones del estado de alarma. Y puede que Compromís sólo tenga un diputado, pero no está la aritmética parlamentaria para ir quemando socios potenciales (que, además, gobiernan con el PSOE y Unidas Podemos en la Generalitat Valenciana y en muchos ayuntamientos valencianos) por no se sabe muy bien qué motivo.
Parece que Sánchez no piensa nunca en el mañana. Quema a Compromís porque no lo necesita hoy, ya que tiene los votos de Ciudadanos y del PNV. Pero luego firma un pacto con Bildu para derogar la reforma laboral, que quizás en el PSOE se veía como un brindis al sol, pues esa derogación ya estaba en el pacto de Gobierno con Unidas Podemos. Pero lo que ve la sociedad es que se llega a un pacto con la izquierda abertzale heredera de Batasuna (Bildu no es sólo eso, pero fundamentalmente sus votantes y sus dirigentes provienen de allí) en que se anuncia una derogación de la reforma en plena pandemia a cambio de... cinco abstenciones en esta votación. Nadie entiende por qué el Gobierno se niega a dar nada a algunos (ERC, Compromís) y los maltrata, mientras en apariencia da tanto a otros (PNV, Bildu).
Nadie entiende, sobre todo, la estrategia gubernamental en esta votación. Porque es incomprensible, y sólo puede comenzar a interpretarse si partimos de la pasión tacticista del presidente del Gobierno y los que le rodean, su gusto por el regate corto y por las maniobras políticas sorpresivas, que quizás crean que son ejemplo de gran capacidad de maniobra política, pero cuyas consecuencias, se mire por donde se mire, son mucho peores en el medio plazo que los réditos que reportan. Y, tarde o temprano, el Gobierno lo descubrirá, por mucho que agite el espantajo de Vox. Descubrirá que no es el único que "en un palmo de terreno, te la puede armar".