No solo era un agente de la Gestapo y la Falange, aparte de perseguir a los republicanos más destacados que habían escapado a Francia, se dedicó a desvalijarlos. Además, montó una organización para ayudar a los judíos perseguidos por los nazis que tuvo como fin robarles todos sus bienes. Incluso en sus últimos años en activo en Bélgica, siguió robando dinero de la embajada española, pero por fin fue descubierto. Entre sus víctimas, Companys, Azaña y un gran olvidado, Zugazagoitia
VALÈNCIA. No sé si es uno de los mejores libros de memorias sobre la Guerra Civil española, pero a mí me causó impacto cuando lo leí. Guerra y vicisitudes de los españoles, de Julián Zugazagoitia, no se parecía a los del resto de protagonistas. Generalmente, en los testimonios de la guerra es frecuente encontrar ajustes de cuentas a punta pala. Aquí, había una visión ante todo desapasionada de lo sucedido. Zugazagoitia fue el ministro de Gobernación (Interior hoy) de Negrín. Sin embargo, antes que eso, fue periodista. Según él mismo le dijo a las autoridades franquistas, le pudo detener la Gestapo en colaboración con policías fascistas españoles en París porque se había quedado allí a ser testigo de un acontecimiento histórico.
El eslogan comercial que se ha empleado actualmente de "un libro de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie" era su temor real cuando entregó a La Vanguardia de Buenos Aires su gran ensayo sobre la contienda. En su introducción, destacaban estas palabras escritas en 1939:
"¿Cuántos años guardaremos esa pasión cainita? No cabe anticipar ninguna respuesta tranquilizadora. Todas las conjeturas son pesimistas. Vamos a continuar en el mismo escorzo violento más tiempo del que la propia vida nos acuerde, prolongando la desesperación a través de nuestros hijos. Entre los que contesten rotundamente no, me inscribo. Prefiero pagar a la maledicencia las alcabalas más penosas y ser cobarde para quienes me dedican ese dicterio, renegado para los que por tal me tengan, escéptico, traidor, egoísta…, que todo me parecerá soportable antes de envenenar, con un legado de odio, la conciencia virgen de las nuevas generaciones españolas. Encuentro preferible que ellas, a diferencia de la nuestra, se den para su vida, como empresas únicas, las de la razón".
En tiempos de machotes, como vivimos actualmente, donde todo el mundo se cree más listo que los demás y alardea de ideas políticas y programas que se pueden resumir en su exclusivo interés y circunstancia o, dicho llanamente, su propio culo, estas palabras es difícil que tengan importancia. Sin embargo, su espíritu, a través de 700 páginas llenas de conflictos dentro del conflicto, desencuentros e impotencia ante las barbaries, es muy didáctico. El rival no estaba estereotipado, pese a los episodios de brutalidad y crueldad extrema que les apuntaba. Ponía distancia ante los hechos pese a haber participado en ellos en posiciones destacadas. En muchos casos, para lamentarlos.
No por casualidad, cuando fue diputado de las Cortes republicanas, ante el asesinato de tres jóvenes socialistas en Bilbao, dijo: "no se puede cobrar una muerte con otra muerte, y no hay posibilidad de tener razón cuando se responde a la agresión con la agresión". Su obra fue reeditada en 1968 y 1977. Es difícil separarla de la mentalidad que tuvieron los líderes de la izquierda que adquirieron protagonismo en los años 70. Si el franquismo solo encontraba su legitimidad en la Guerra Civil, hasta en la oposición que surgió de su seno, como la HOAC (católica), se recuperó a este autor desde su editorial ZXY.
En la Guerra Civil, Zugazagoitia accedió al ministerio de Gobernación como recomendación de Indalecio Prieto, encargado de Defensa, que así tenía un hombre de su confianza en un puesto tan sensible. Como escribió, en aquel momento el estado, tras el golpe del 18 de julio, estaba en proceso de descomposición. Desde el gobierno, solo se podía tratar de que no se rompieran más las costuras. Así, intentó que prevaleciera la ley. Algunos han escrito "trató de humanizar la guerra".
De hecho, le llamaron "humanista" como insulto por liberar religiosos e intelectuales. Pese a todo, no tuvo la Dirección General de Seguridad, que estuvo en manos comunistas, y sus capacidades para sus propósitos quedaron reducidas. El coronel Antonio Ortega, al frente de la DGS, obedecía a sus superiores del PCE, no a los del ministerio.
Cuando el III Reich invadió Francia, en su detención participó Pedro Urraca. Un documental sobre este personaje, Urraca, cazador de rojos fue recientemente emitido en TV3 a la vez que un Barça-Osasuna y consiguió 70.000 espectadores más de audiencia. La película es obra de Pedro De Echave y Felip Solé, de la productora Quindrop, especializada en temas históricos, como el de la biografía del nazi Otto Skorzeny reseñado en este espacio. El señor Urraca es retratado como alguien "profesional, listo y sin ningún escrúpulo". Un retrato al que colaboran sus descendientes, su nieta Loreto Urraca y su sobrino, que le califican como alguien frío hasta llegar a inquietar a los niños.
Agente 8001 de la Gestapo, miembro del servicio exterior de Falange y a las órdenes de la Dirección General de Seguridad en manos franquistas, Urraca trabajó desde la embajada española en un censo de todos los exiliados y refugiados españoles. Cuando llegaron los nazis, según afirma el documental, la policía francesa se puso "en bloque" al servicio de los alemanes. Curiosamente, hizo falta una guerra mucho más breve que la española para que se produjera un fenómeno así. Sea como fuere, con todos esos cuadros, Urraca se puso a localizar uno por uno a los enemigos del fascismo en España.
La más recordada de sus víctimas fue Companys. Al presidente de la Generalitat fue fácil encontrarle, pues no se había querido escapar a Londres ya que su hijo, ingresado en psiquiátricos franceses, se hallaba en paradero desconocido. En el documental vemos cómo, en el registro de su hogar francés, Urraca y sus acompañantes celebraron con gran alegría quedarse con el dinero que encontraron en un cajón. En las notas personales de Urraca, cuando llevó a Companys a Hendaya para entregarlo, se puede leer su entusiasmo y optimismo al constatar el destino de un personaje del relieve de su detenido y el horizonte que se abría en Europa con la victoria del nazismo.
Lo que ya se conoce menos es cómo fue su intento de detener al más importante de todos los refugiados antifascistas en Francia, el presidente de la República española, Manuel Azaña. Este episodio, en cambio, es un fracaso para los franquistas. Luis Rodríguez, embajador mexicano, tenía orden de garantizar su seguridad. Azaña no podía acudir a la embajada, así que fue él quien acudió a Azaña. Se lo dijo con estas palabras al presidente. Alquiló una serie de habitaciones en el hotel donde se encontraba enfermo, puso la bandera mexicana en el balcón y convirtió el lugar en sede diplomática. Varios centenares de refugiados, excombatientes, mutilados, mujeres y niños hacían guardia en la cafetería del edificio.
Cuando llegó Urraca con sus hombres, se encontró con que los diplomáticos mexicanos les hicieron frente. No tuvieron ningún problema en enseñarles sus armas a los fascistas, que se tuvieron que quedar a las puertas del lugar pensando cómo raptarlo. Sin éxito. Por suerte para ellos, Azaña no tardó en morir en ese mismo lugar.
Otro episodio relevante es el del barco Alsina, que pretendía zarpar hacia América cargado de refugiados españoles. Urraca logró detener el barco en el muelle e interrogar a sus ocupantes. No se limitó a pedirles la documentación, también les robó todo lo que llevaban encima, que en la mayoría de los casos era lo único que les quedaba en el mundo. Les desvalijó, es la palabra que emplean los historiadores entrevistados.
Cuando dieron con Zugazagoitia, fue detenido junto a Cruz Salido, otro periodista socialista. En el mismo momento en el que los cogieron, se dieron por muertos. En este punto, el documental aprovecha para explicar la "justicia, pero al revés" con la que se vistió de presunta legalidad la represión franquista. Se les acusó de auxilio a la rebelión, siendo la rebelión la lealtad a las instituciones democráticas. Fueron fusilados en la tapia del Cementerio de la Almudena de Madrid el 9 de noviembre de 1940.
El resto de los días de Pedro Urraca en París fueron al frente de una institución falsa para ayudar a judíos a escapar del nazismo. Simplemente, se dedicaba a prometerles protección en España al tiempo que se hacía con todos sus bienes. Lo espectacular, revela el documental, es que se conoce que luego hizo lo mismo con nazis que pretendían huir de Francia cuando cambiaron las tornas.
El resto de la historia no deja de ser escabroso. Su mujer inició una relación extramatrimonial con León Degrelle, uno de los nazis que sí encontró refugio y protección en la España franquista. Él, en cambio, en busca y captura por medio mundo, llegó a Bélgica con una identidad falsa. Su labor, de nuevo identificar a opositores del franquismo, pero fiel a sus costumbres descuidó dinero de la embajada española en Bruselas. Descubiertos los hechos en los 70, fue apartado de la policía y su pensión embargada parcialmente. Murió en 1989 no sin atravesar apuros económicos.
El lema de este año es: 'Los guionistas son los protagonistas'