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Pepe Cervera: "La indiferencia es un buen estado de ánimo para hacerse fuerte"

7/03/2021 - 

VALÈNCIA. Los relatos de Pepe Cervera hay que degustarlos siempre de uno en uno. No importa su extensión. Lo que de verdad cuenta es su intensidad. Una que se replica en cada entrega, pues el lector necesitará cierto tiempo para asimilar lo que ha leído. Ahora publica ‘Azufre’ (Tres Hermanas Libros), una nueva colección de relatos que tienen como eje vertebrador el retrato generacional de una época que parece extinguirse y cuyo colofón -el último relato del libro- no es otro que la Ruta del Bacalao, tal vez, el último gran mito pop de nuestra ciudad. Cervera nos atiende desde su casa en Alfafar.

-Es uno de los escritores valencianos que más y mejor domina el género del relato, del cuento. ¿Qué referentes tiene en este género y qué es lo que ofrece el relato que no ofrezca la novela?
-Cualquiera que sea mi deuda literaria, quiero pensar que la he contraído por  decantación del subconsciente. Uno escribe como es, y es, en parte, lo que lee. Mi escritura está influenciada, claro, cómo negarlo, pero es tal la cantidad de lecturas que llevo en la mochila que, a estas alturas, las dudas superan a las certezas en relación a qué narrador o qué poeta ha podido intervenir de manera más o menos contundente en mi formación como escritor. Este último libro rebosa citas literarias de autores que me han llevado de la mano durante su escritura. Ahí hay numerosas pistas. Como lector sí es cierto que tengo predilección por un estilo concreto. Todo lector, escriba o no, va descubriendo aprecios e indiferencias con cada libro leído. Me inclino, lo reconozco, por la narrativa corta norteamericana. La que se ha escrito a lo largo del siglo XX, sobre todo, ha alcanzado una cota difícil de igualar; esa forma de contar la percepción individual del mundo, de todo lo que nos rodea, sin acudir al pensamiento, evitando la reflexión y limitándose a describir cómo se mueve un personaje, cómo actúa, la forma en que coge un vaso, cómo se atusa el cabello… prefiero mostrar a contar, ese tópico, aunque soy consciente de que ambos métodos son indisociables. En cuanto a lo que pueda encontrar en el cuento y no en una novela o viceversa, diré que no suelo distinguir entre géneros literarios, no dispenso mayor reconocimiento ni mantengo una predisposición diferente hacia uno u otra. Me gusta la buena literatura y para encontrarla me sirvo del instinto, alguna recomendación de alguien cuyo criterio respete, del paladar que proporciona los años y el número de libros leídos. Una de las mayores satisfacciones que experimento es disfrutar de un buen libro, reconocer las claves que el autor ha utilizado, identificarme, que me llene lo que leo, que me sacie. Ensayo, poesía, novela, diario, cuento, teatro. Qué más da. Otra cuestión es que, hasta la fecha, todos los que he escrito son libros de cuentos. El motivo puede hallarse en la incapacidad que me reconozco para abordar distancias más largas como una novela, o más cortas, como un poema.

-‘Azufre’ está compuesta por siete relatos  muy diferentes: ¿qué tienen en común y cómo ha elegido el orden de cada uno de los cuentos?
-Siempre intento buscar la diversidad a la hora de componer un libro de cuentos, evito repetirme, para no cansarme de lo que escribo. Estoy convencido de que el cansancio del escritor acaba por conducir al lector a la apatía. Cuando la literatura consigue obrar su magia, el lector absorbe de alguna manera los estados de ánimo del escritor hasta confundirlos con los propios. Me interesan los temas a priori triviales, soslayo las grandes gestas, me resultan ajenas. La vida de la gente normal no es trascendente, es, ni más ni menos, normal. A cada cual le preocupa su día a día, las relaciones que mantiene con la familia, con los amigos, la soledad, saberse querido, el lugar que le ha tocado ocupar en este mundo. “ahí está, el padre. La figura de un padre como excusa, como argumento o como conflicto, el padre como porqué y como secuela, como principio y fin”. Este entrecomillado lo extraigo de uno de los cuentos. El nexo entre todos ellos podría encontrarse en esa figura paterna. Esa identidad que para unos es un lastre y para otros una tabla de salvación. Por otra parte, el orden de los cuentos es algo más complicado de lo que parece. Yo aspiro al equilibrio. En este libro, en concreto, quería empezar y terminar con sendas historias potentes. Para atrapar al lector al principio y, al final, dejarlo con buen sabor de boca. Barajé varias combinaciones, incluso consulté con un par de amigos, hasta que me decidí por una alternancia dependiendo de lo impactantes que a mí me parecieran las historias. Aunque también sé que cada lector tendrá sus preferencias y establecerá un orden tal vez distinto al que yo he escogido.

-Cada uno de los relatos va antecedido de una especie de imagen que lo evoca. ¿Es así? ¿Nació primero la imagen y luego el relato?
-Recién publicado mi anterior libro, tuve la osadía de asegurarle a un amigo que lo próximo que yo publicara no sería un libro de cuentos. Por fin. Hice esta afirmación confiando en que un buen número de notas que había ido recogiendo en un cuaderno llegara a tierra firme. Mi propósito era confeccionar un libro misceláneo. Semblanzas, descripciones, pensamientos, diálogos… Textos sin relación alguna ni argumento. Y realmente me creía capaz de hacerlo. Qué iluso. Con el tiempo, lo que me encontré entre las manos fue un puñado de historias, otro más. Al principio no veía que funcionaran en un libro. A pesar de que sí les reconociera un sentido individual a cada una de ellas, carecían de trayectoria colectiva. Les faltaba algo. Se me ocurrió barajar esos textos más líricos, por decirlo de alguna manera, con las historias propiamente dichas. Creo que esas imágenes, como tú las llamas, proporcionan un fogonazo previo que apela a los sentimientos, un destello que quedará latente en el pensamiento del lector y del que solo será consciente luego. Así me gustaría que fuera, claro.

-‘La indiferencia guarda una relación de proporcionalidad no con el daño causado, sino con el tiempo transcurrido’, escribe en el libro un personaje/narrador. ¿Opina del mismo modo?
-El daño que alguien pueda causarnos en un momento determinado obtendrá una reacción inmediata y concreta. Hay quien echará mano del rencor, hay quien echará mano de la venganza, del miedo, de la animadversión, del perdón, de la generosidad… Por el contrario, cuando uno deja pasar el tiempo suficiente, los agravios se diluyen. La indiferencia es un buen estado de ánimo para hacerse fuerte y seguir viviendo sin que los recuerdos te impidan conciliar el sueño. Aunque no sé si esta es, en realidad, mi opinión. Tal vez solo sea la opinión del personaje/entrevistado. ¿Quién sabe?

-En otro de los relatos establece un debate entre dos personajes en el que se aboga, en cierto modo, por la asexualidad -una tendencia más creciente- como respuesta a la violencia machista. ¿Es este un tema que le preocupe especialmente y, en este sentido, cómo cree que es percibido por las distintas generaciones de mujeres y hombres?
-La violencia machista es un tema candente desde hace años. Personalmente pienso que ya era hora de que se enfrentara con la convicción y firmeza con que se viene haciendo para intentar buscar una solución, aunque me entristece encontrar hoy en día opiniones que simplemente niegan el problema. Mal vamos en ese sentido. Proliferan los estudios y ensayos que intentan desbrozar el terreno, argumentos que se contradicen con excesiva dureza a propósito de cuestiones que no deberían suponer un enfrentamiento tan encarnizado. En ocasiones pienso que tanta información impide identificar el fondo de la cuestión y entorpece una toma de postura.  Yo veo la asexualidad más como rechazo que como respuesta, la veo como un método de defensa. En cuanto a la percepción que las distintas generaciones reciben no me encuentro entre los optimistas. Me llegan las ideas y argumentos que barajan los adolescentes, ya sean hombres o mujeres, respecto a la violencia machista, y no puedo considerarlas nada halagüeñas. Antes me parece que repiten patrones anacrónicos y que deberíamos haber superado. La empatía es un buen punto de partida, aunque no veo que se esté mucho por la labor.

-¿Cómo se imaginó el cuento de Chet Baker, al que por cierto, Vila-Matas también le dedicó otro relato?
-No he leído el cuento de Vila-Matas. Mi historia surge de una especie de encargo. Me encontraba trabajando en un texto teatral con personajes anónimos, cuando el editor de mis anteriores libros me animó a presentar un cuento a un concurso, cuya temática giraba en torno al mundo del jazz. Había leído algún que otro libro sobre Chet Baker y de repente se me ocurrió que su vida, su final y la relación que mantuvo con su padre se ajustaban a lo que yo estaba escribiendo. Es la primera vez que he escrito desde esa perspectiva, teniendo en cuenta unas directrices a las que debía amoldarme. Bueno, ahí está, y no me desagrada el resultado.

-En ‘Rastros’, hay un conjunto de personajes ancianos octogenarios que, como escribes, viven “en un mundo con el que carece de engarce, no existe un solo vínculo que lo conecte al género humano”. ¿Cree que después de esta pandemia este mundo es, más que nunca, no apto para mayores?
-El personaje al que te refieres es un hombre que al final de su vida se retrae y prefiere evitar el trato con los demás. Ya no busca ese consuelo. Le molesta hasta su propia compañía. Esa actitud puede ser la consecuencia de la existencia que ha llevado hasta ese momento. Cuando se llega a un punto de la vida en que solo resta echar mano de los recuerdos y estos no son todo lo agradables que se espera, una solución puede ser encerrarse en uno mismo, aislarse, no hacer frente a lo que has sido. La pandemia es distinta, está causando destrozos de una naturaleza que escapan a nuestra propia decisión. Las personas mayores no están eligiendo estar solas, necesitan del afecto en mayor grado, tal vez porque son conscientes de que les queda menos tiempo para disfrutarlo. De repente viven en un mundo sin contacto con el prójimo, con los seres queridos, un mundo en el que el cariño se manifiesta a distancia. Ese es un mundo desapacible, frío, demasiado áspero. Somos una sociedad que no sabe qué hacer con los abuelos. No es un efecto de la pandemia, pero esta sí ha venido a evidenciarlo.

-¿De dónde nace el relato ambientado en París en una escuela de arte y en la que sus personajes viven por y para la belleza?
-Ese es otro cuento de encargo, por decirlo de alguna manera. Durante un viaje familiar a Paris, una de las obras que más nos impresionó en el Museo de Orsay fue “Los acuchilladores de parqué”. Soy una persona que necesita profundizar en aquello que me haya impactado, detenerme a pensar, imaginar, darle vueltas a mis obsesiones, por lo que durante un tiempo me dediqué a leer sobre esa pintura en concreto y sobre el autor, Gustave Caillebotte, hasta que un día me hice a mí mismo el encargo de escribir un texto para dedicárselo a mi hija, que regresó de aquel viaje con una lámina de ese cuadro para colgarla en la pared de su habitación. El propósito era demostrar que cuando alguien tiene un sueño y ese sueño se convierte en deseo, deja de ser tan imposible alcanzarlo. Ese tipo de legado trascendental con que uno quiere justificar la paternidad. No sé. Uno de esos mensajes que un padre quiere transmitir a su hijo porque cree que así su misión quedará cumplida.

-El último relato está centrado en un hecho casi mítico de nuestra ciudad y cultura como es la Ruta del Bacalao: ¿cómo la viven los personajes y cómo queda reflejada en el relato? ¿Fue, efectivamente, tan apasionante como el mito nos hace creer?
-¿Si fue tan apasionante? Yo diría que sí. Y tanto. Diría que fue mucho más apasionante, incluso, de lo que el mito nos quiere hacer creer. Pero hay que tener en cuenta que yo tenía 15, 16, 17 años. A esa edad uno tiende al deslumbramiento. Todo es nuevo. Todo es atractivo. Seguramente, para alguien que en aquellos años saltara de la cuarentena será completamente distinto. Cada cual es hijo de su tiempo. Sin embargo, ambientar esa historia en la llamada “Ruta del Bacalao” es algo anecdótico. Por edad, a principios de los años ochenta, tuve la oportunidad de frecuentar unos ambientes determinados. Antes que definir aquel movimiento cultural, antes que trazar un recorrido discotequero, he pretendido narrar el viaje iniciático de un adolescente, las inquietudes de ese personaje, las dudas, los miedos, la búsqueda que emprende hasta conseguir ubicarse. Un muchacho que no se reconoce en lo que es y bracea para alejarse, para llegar a un sitio distinto, sin saber y sin preguntarse si ese lugar será mejor o  peor que el que la vida le tiene reservado.

-Por último, creo que sigue viviendo y escribiendo en Alfafar pero desde allí no tiene problemas en imaginar vidas en otras partes del mundo como hace en ‘Azufre’. ¿Cree que la imaginación y la lectura es también un modo de viajar?
-La lectura como experiencia de viaje es una expresión manida, un tópico; no obstante, perfectamente podemos considerar ese símil como una de las tantas maneras con que definir dicha actividad. Un libro es, qué duda cabe, una máquina de teletransporte. Ese es un dato obvio e incuestionable. Apenas se sumerja en la lectura, cualquier lector se verá capaz de desmaterializarse a nivel subatómico, convertirse en un flujo de materia desintegrada, que se trasladará mediante emisores que incorporan escáneres moleculares de largo alcance, y reensamblarse a los pocos segundos en un punto de llegada. Las coordenadas de destino están fijadas en las páginas de todos los libros. Después tendrá que hacerse el viaje a la inversa, claro. Y eso sin moverme de una silla en el salón de mi casa en Alfafar. Si eso no es viajar…

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