De Leboreiro a Valencia pasando por el mercado de Abastos y la facultad de Derecho.
Han pasado ya algunos años desde que Pepe García decidió dejar el mundo de la restauración pero su nombre y, sobre todo, su restaurante Río Sil, es recordado por quienes buscaban buenos productos gallegos en una València que en absoluto es la de ahora. Sí, porque gracias a él los valencianos de los años setenta conocieron muchos productos de su tierra que hasta la fecha eran desconocidos y poco accesibles. Pero también son muchos quienes recuerdan los bocadillos de tortilla de patata en la facultad de Derecho y saben que su nombre formó parte de esa generación de restauradores que asentaron los cimientos de una gastronomía que ahora disfruta de su mejor momento.
Una labor que comenzó cuando apenas tenía doce años y dejó su pequeña aldea de Leboreiro para venirse a vivir a València. Lo hizo por la falta de recursos de su familia y porque su tío, también José García Sargado, encontró un trabajo para él. Fue en el Club Náutico y comenzó su andadura profesional el día después de la riada: el 15 de octubre de 1957. “Entré a trabajar con doce años como ayudante de camarero y estuve trabajando allí seis años, hasta que me llamaron para hacer el servicio militar en Melilla, donde fui asistente de un teniente general gallego”, recuerda dando una calada a su puro. A sus 83 años no ha dejado ese pequeño vicio ni su sentido del humor: “los ayudantes de camarero no se acercaban a la mesa para nada, éramos como transportistas: de la cocina a la sala para llevar los platos y dárselos al camarero para que los sirviera”.
Un aprendizaje a marchas forzadas en el que ya descubrió que “la hostelería es muy bonita pero muy esclava” y aun así decidió seguir en ese mundo. Tanto, que a aquella primera experiencia le sucederían bastantes más, primero en el seno familiar y luego como gerente de sus propios restaurantes. De hecho, dejó el Club Náutico para trabajar junto a su tío en el bar Galicia, abierto en 1968. “Estuve cuatro años como jefe y era un bar de bocadillos para almorzar y tapas pero, pese a su nombre, no era gallego”, matiza Pepe García. Aquella experiencia finalizó cuando su tío “traspasó el local y me quedé en la calle”
Un acontecimiento con el que València ganó mucho pues gracias a ello Pepe García abrió el bar Coruña (calle Cuenca), el primer restaurante gallego que tuvo la ciudad. Allí comenzó a servir las primeras empanadas, Pulpo A Feira, Orejas, Xoubas… Tenía veinte años cuando adquirió el local con la ayuda de unos amigos que le dejaron dinero y “estaba lleno de letras, las del banco”, bromea mirando a su alrededor, como si visualizara eso números que debía en las paredes del restaurante. Ahora, las letras son las hipotecas pero lo que no ha cambiado son las viejas costumbres de almorzar con los amigos: “A las siete de la mañana abría el bar para servir barrejat —mezcla de Mistela y Cassalla— a los trabajadores que iban a abastos”, recuerda sobre aquella época en la que el barrio vivía entorno a la vida del mercado y todos los restauradores acudían allí. Sí, porque Abastos era un mercado y no un centro deportivo y estudiantil como lo es ahora.
Luego “me fui a estudiar de pie”, bromea sobre sus siete años trabajando en el bar de la facultad de Derecho. Un cambio de rumbo “mucho más sencillo” porque “cerrábamos a las ocho de la tarde y los domingos no abríamos, así que teníamos más rato para descansar”. Una etapa de su vida en la que conoció a muchos amigos —“muchos son políticos en la actualidad”— ya que a la facultad de derecho “iban las hijas de papá y los hijos de mamá” y muchos “preferían tomar mi bocadillo de tortilla de patata que el que le hacían en su casa”. No sabemos si Carmen Alborch o Consuelo Císcar los tiraría o no, pero lo cierto es que hizo gran amistad con ellas y son muchos los profesores que hoy le envían recuerdos. También los que se acuerdan de aquel sabor a tradición.
Una travesía estudiantil que seguiría con un comedor universitario en Mosén Femades que llamaría A Nosa Casa. “A unos amigos de Lugo les pedí que me trajeran todos los aperos de casa de mis padres y los usé para decorarlos”, recuerda describiendo que, junto a ellos, estaban colgados productos gallegos que allí vendía: “hacíamos empanadas, cacheiras… y en el techo colgaban jamones y partes del cerdo que la gente podía pedir para que se la cocináramos allí mismo”. Algo que, por su puesto, no sería posible en la actualidad.
Corría la década de los sesenta y Pepe García ya disponía de todo el bagaje necesario para saber qué necesitaba un restaurante de éxito: buen producto —gallego, por supuesto—, personalidad y buen trato. Y con esa idea, en 1974, abrió el restaurante río Sil, para el que contó con Pilar Navarro para su diseño —un caserón gallego— y tenía una capacidad para doscientas personas. Es, para situarnos, el actual Marisquería Civera. “Mi amigo Eduardo Valín, de Transportes Valín de Lugo, me traía todos los productos de Galicia y por aquel entonces éramos la única marisquería en València”, detalla con cierto orgullo. Una excelencia que llevó a la Asociación de restaurantes gallegos a concederle el premio al mejor restaurante gallego de España; todo un logro estando en València.
Un tiempo en el que cada mañana se iba al Mercado Central en busca de los mejores productos para ofrecerlos a sus clientes. La recompensa era, una vez realizado el trabajo, tomarse un café con otros grandes de la época: Juan Civera (Marisquería Civera), Pepín Tortaja (Pescadería Tortajada), Enrique Grau (Restaurante Palacio de la Bellota), José María Marco (Retaurante Marco),… Un periodo en el que recuerda muchos momentos felices y que asentaron cierta cátedra pues Pepe García fue uno de los artífices en crear las I Jornadas Gastronómicas de Hostelería València, celebradas en 1980. Lo hizo junto a su amigo Antonio Galbis (Restaurante Galbis) y en ellas participaron Eugenio y Seri (Mesón de la Villa, de Aranda del Duero) Curro (restaurante Currito, Bilbao)… “Durante una semana cocinaban en el restaurante para que los valencianos conocieran los platos de otras regiones”, comenta.
Quizá, uno de los momentos más importantes fue cuando, en 1982, dos profesoras del Miami Dade College le propusieron hacer una paella gigante para seis mil personas. “Nos lo dijeron a Antonio Galbis, a Enrique Grau y a mí y los tres aceptamos el reto y nos fuimos para Miami. Lo hicimos en barco y nos llevamos todos los ingredientes necesarios (verduras, carne, arroz) para cocinarla pero también bidones de agua y la leña de naranjo para seguir la receta tradicional”, rememora. Lo hace visualizando aquellas paellas gigantes que alimentaron a más de seis mil estudiantes para celebrar el día de la Hispanidad. Y de Miami a València porque hicieron lo propio con la visita del Papa: “hicimos mil raciones para los sacerdotes y el propio Papa”.
Una historia centrada en la restauración que termina en 1996, cuando decide traspasar el local y comenzar una nueva vida, esta vez centrada en su familia. Lo hace con 57 años y la certeza de que su legado sigue en la ciudad de València y que han sido muchos quienes han disfrutado de su amada Galicia sin desplazarse del cap i casal. Una historia que sigue aquí en València, pero apegada a su Leboreiro natural, ya sea a través de la gastronomía o con ese Hórreo Gallego que tiene en casa y le recuerda sus raíces.