VALÈNCIA.- A pesar de que la década de 1960 fue la de la era espacial, las series televisivas tardaron en hacerse eco de esa realidad. Quizá precisamente por eso, porque la realidad dificultaba cualquier acercamiento fantástico. Tuvo que ser el productor Irwin Allen quien creara una serie cuya acción tuviera lugar en el espacio exterior. Lost In Space —Perdidos en el espacio para los televidentes españoles— se estrenó en septiembre de 1965 con unos guiones que parecían escritos por párvulos y unos efectos especiales chichinabescos. La intención de Allen era hacer un producto serio sobre viajes espaciales, así que cuando se proyectó el piloto ante los ejecutivos de la CBS y estos se partieron de risa, la reacción le sentó como un tiro. Un miembro de su equipo tuvo que hacerle entender que lo mejor que podía ocurrir cuando alguien viera aquello era reírse.
Perdidos en el espacio ocupó su lugar en la programación televisiva española los viernes por la tarde en algún momento de la segunda mitad de los años sesenta. Aquí, la emisión en blanco y negro (en EEUU el color llegó en la segunda temporada) le quitó gran parte de su encanto kitsch a una serie que rápidamente evolucionó hacia el humor que caracterizaba a Batman y que hoy tanto explotan los creativos publicitarios. El argumento transcurre en 1997 y se basa en las peripecias de los tripulantes de la nave exploradora Júpiter II, cuya misión es colonizar el planeta Alpha Centaurii. El doctor Zachary Smith, agente enemigo, sabotea la nave y esta queda inhabilitada para regresar a la Tierra. La familia Robinson, compuesta por dos científicos y sus tres hijos, el piloto Don West y un robot multiusos tendrán que apañárselas para intentar revertir la deriva galáctica.
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Smith, interpretado por Jonathan Harris, se convirtió en la gran estrella de la serie, algo que irritó mucho a sus protagonistas, Guy Williams y June Lockhart (alias el matrimonio Robinson). Su personaje fue un añadido de última hora pero fue gracias a él y a su interrelación con el robot que la serie ganó popularidad. Al igual que ocurrió con el cine de Ed Wood o con la ya mentada Batman, Perdidos en el espacio acabó haciendo de sus defectos sus mejores atributos. Cada vez que la Júpiter II aterrizaba en algún planeta desconocido la diversión estaba asegurada. Los decorados que buscaban representar paisajes inhóspitos y cosas por el estilo, eran puro arte fallero. Pero lo mejor eran los extraterrestres. Cuando se trataba de seres monstruosos, como el cíclope o la criatura arbusto, su aparición producía más risa que miedo. Y si los alienígenas tenían aspecto humano, el cachondeo era notable. Warren Oates, Kurt Russell o Daniel Travanti fueron algunos de los secundarios que hicieron el ganso en el plató de Perdidos en el espacio en algún episodio de sus tres temporadas.
Pero como decíamos antes, la gran atracción de esta serie era el taimado doctor Smith y el robot. El primero estaba interpretado por un actor de Broadway que había aparecido en algún episodio de Bonanza y en el reparto de El tercer hombre de Orson Welles. La formación teatral de Harris propició que este le diera a Smith un inesperado giro entre cómico y dramático. De ser un simple secundario, el doctor pasó a ser un cabroncete cobarde que justificaba su villanía con divertidísimos giros shakesperianos. Muchas de sus frases formaban parte de los diálogos mantenidos con su gran contrincante. A diferencia de Robbie, el robot de El planeta prohibido (quien, por cierto, hizo dos cameos), el de Perdidos en el espacio carecía de nombre, y eso que ambos compartían creador. Para compensar ejercía como esparrin dialéctico, armado con reflexiones filosóficas y mucho sarcasmo, velando siempre por los Robinson y el éxito de la misión. Desde su interior, el actor Bob May se encargaba de accionar sus luces y sus movimientos mientras le proporcionaba voz. Sus frases más populares eran: «No está computando» y «peligro Will Robinson, peligro».
Williams nunca llevó nada bien que las mejores frases se las dieran a Smith y que, a medida que avanzaba la serie, él y su familia apenas tuvieran ocasiones para lucirse. Mark Goddard, que interpretaba al piloto West, tampoco se sentía cómodo en su papel. Y June Lockhart seguramente echaba de menos sus días como madre de Tim en la serie Lassie. Sus protagonistas se enteraron por la prensa de la cancelación de la serie en verano de 1968. Nunca llegó a tener un éxito rutilante pero duró tres temporadas y dejó su marca para la posteridad como producto pop. Los hardcore fans recordarán siempre los diversos gadgets de los que se valían sus protagonistas, que se beneficiaban de un secador que transformaba el peinado en cuestión de segundos. La lavadora que devolvía las prendas limpias, secas, planchadas y dobladas en una bolsa de plástico tampoco tenía precio.
Pero sin duda, el elemento clave de la serie fue su productor. Perdidos en el espacio fue la segunda serie televisiva fantástica que producía Allen (la primera fue la no menos imprescindible Viaje al fondo del mar). Su idea original era hacer una versión espacial de El Robinson suizo, la novela de Johann David Wyss pero Disney, propietaria de los derechos, le desmontó el proyecto. Después llegarían más series, El túnel del tiempo y Tierra de gigantes, pero el gran éxito de Allen tuvo lugar en los años setenta con su salto al cine. Su nombre quedaría asociado a todo un subgénero, el del cine de catástrofes, que él mismo acuñó con La aventura del Poseidón (1972) y El coloso en llamas (1974). Quién se lo iba a decir a su amigo Groucho Marx, del cual se dice que financió el episodio piloto de Perdidos en el espacio.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 37 (XI/17) dela revista Plaza