VALÈNCIA. Estamos en 2017 y los avatares de la creación literaria y de la galanura social parecen de otro siglo. Que en un salón dispuesto para la cena se reúnan gentes de letras fascinados por una historia sobre el Santo Grial, mientras algún Ministro hace acto de presencia para ratificar, simbólicamente, que los catalanes están vigilados podría pasar por una escena del siglo XIX. Pero no, aquí estamos. Lo llaman 2017 y no lo es, que dirían antiguos combatientes. O excombatientes.
¿Hablar mal del Planeta a estas alturas? Nada más lejos de mi intención. Creo que nunca he hablado mal de nadie ni de nada, prácticamente. Porque un premio que cae teledirigido como el gordo de Navidad no puede ser sino alegría y borrachera. Una lluvia de millones. El delirio. El gustazo de una DUI delante de un cuartel de la guardia civil. Un premio, además, que todavía es capaz de premiar a Fernando Savater, Juan José Millás o Ángeles Caso significa que todos en este mundo tenemos derecho a la esperanza.
Los caminos de Cervantes son inescrutables. Hemos convertido el escenario literario en una pugna de followers, contactos mediáticos y opiniones al vuelo. Importan tus textos, casi tanto como tus apariciones en prensa, redes sociales, televisión y tu buen juicio sobre la situación de Cataluña. El otro día escuché a Lorenzo Silva opinar sobre el artículo 155 de la Constitución, y entendí que la mayor gloria de este país era convertirse en tertuliano. A la mañana siguiente oí sabias palabras de Almudena Grandes zurrándole al canalla de Puigdemont, nuestro villano favorito, y supe que los Episodios Nacionales eran tan solo un grueso pretexto para poder dialogar de tú a tú con el mal. Hasta el Nobel Vargas Llosa ha sido tentado por el diablo. Antes del gintonic de la merienda, Benjamín Prado disertó en prime time sobre el callejón sin salida al que estaba abocado el gabinete de Mariano Rajoy ante los últimos acontecimientos políticos. Y entendí que había algo mejor que ser escritor: ser intelectual. Abandonar cuestiones literarias para estampar tu firma junto a Iñaki Gabilondo, Paco Marhuenda o Terelu Campos.
Desengáñate. La literatura es solo un medio para alcanzar la gloria. Y la gloria se esconde entre las cámaras de Más Vale Tarde o La Sexta Noche, se sienta junto a Ana Rosa Quintana o Susana Grisso con el café de la mañana. Que no te engañen, querido suscriptor de Hazte Oír, los niños tienen pene y las niñas vulva, y lo verdaderamente importante es aquello que va antes y después del corte publicitario de 7 minutos en Antena 3. Lo pondremos en los aviones de la playa, junto al logotipo de Nivea.
Estamos forjando una cultura de Santo Grial, giocondas y catedrales de todo tipo. No extraña, pues, ver la simpatía de Ken Follet junto a Pablo Motos, Trancas y Barrancas. Ni a Dan Brown hablando de Velázquez desde el mismo asiento que ocupa Miguel Ángel Revilla cuando va a hablar de las anchoas de Cantabria. Nos hemos tomado demasiado en serio eso de la modernidad líquida.
De los informativos a los ránkings literarios
Sin embargo hay un fenómeno que escapa a nuestra razón, pero no a nuestro interés: la moda de las novelistas-presentadoras. O presentadores, siendo justos, que de todo hay. La televisión es un fenómeno de ida y vuelta.
Carme Chaparro, periodista de Noticias Cuatro, saltó al campo literario con una primera novela que se convirtió inmediatamente en fenómeno de ventas: No soy un monstruo, Premio Primavera de Novela 2017, entregado por la editorial Espasa. La historia de la desaparición de un niño en un centro comercial, la angustia de las investigadoras, un thriller policial que repite en todas sus promos que llevará al límite al lector. Signifique lo que signifique tal cosa. No han faltado comentarios elogiosos, por supuesto, de gente que ha estado en el límite.
Mónica Carrillo tiene un símbolo de verificación de cuenta en su perfil de Twitter, por sus más de 436.000 seguidores. En su espacio, los informativos especiales por la situación catalana se mezclan con sus microcuentos y el anuncio de su tercera novela, El tiempo. Todo. Locura. Del calambur de Quevedo al de Mónica Carrillo, porque tenemos alma barroca y juguetona. No es el primer efecto retórico de la periodista, su anterior novela se titulaba Olvidé decirte quiero. Sin embargo, la primera de sus obras, La luz de Candela, planteaba un asunto magnífico: que te enamores locamente de un modelo y que sientas que tú das más en la relación. Demoledor.
Mara Torres acaba de publicar este mes Los días felices, y ella misma confirmó el 20 de octubre, tras la feria de Fráncfort, que habían comprado ya los derechos de traducción al alemán. En su obra, el protagonista repasa las circunstancias de su vida cada cinco años, para constatar (efectivamente) que el tiempo pasa y la vida cambia. La presentadora de 'La 2 Noticias', y mucho antes de 'Hablar por hablar' fue finalista en 2012 con La vida imaginaria, una novela sobre la ruptura, el desamor y la vuelta a empezar de la vida. Los críticos especializados destacan su sencillez y su cotidianeidad.
En este trasiego entre la pantalla y la página, Christian Gálvez ha alumbrado toda una serie sobre los misterios del Renacimiento. Leonardo Da Vinci, cara a cara, apareció en marzo de este año, casi setecientas páginas después de Rezar por Miguel Ángel (2016) y Matar a Leonardo da Vinci (2014). La sombra de Dan Brown es alargada, y todo apunta a que de Matilde Asensi a nuestros días, andamos repitiendo patrones.
Aunque para patrón patrón, Que la muerte te acompañe. Risto Mejide ha publicado incluso una novela sobre el amor y sus apariencias. First Dates en vena. Tras despuntar como juez de Operación Triunfo, y como entrevistador del Padre Ángel los domingos por la noche, su celebridad se ha acrecentado por vía del desprecio y la opinión cuñada. Es quizás el personaje que mejor concentra la perversión de la fama: un conglomerado de vanidad, autoritarismo y zozobra. Por eso escojo a un publicista para terminar un artículo que no ha podido hablar nunca de literatura.