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Pilar Meléndez : De la guerra a la defensa del medio ambiente

Tierra, agua, fuego y aire. Sobre los cuatro elementos intervienen las competencias del Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, el Seprona. Su nueva Jefa de Sección en Valencia, Pilar Meléndez, se forjó en misiones de la ONU en Bosnia y Kosovo, donde vivió los dramas de una guerra genocida en la Europa de los 90. Ahora se enfrenta cada día a las agresiones que sufre el medio ambiente

25/12/2015 - 

VALENCIA. Entrar en un cuartel de la Guardia Civil siempre impone cierto respeto, más aún cuando se hace por decisión propia. Atravesar los muros de la calle Calamocha 4, donde está situada la comandancia en Valencia, nos introduce en un mundo de actividad constante durante 24 horas al día. Idas y venidas de agentes, llegadas y salidas de vehículos..., todo sigue un ritmo sincopado en una organización que funciona como una orquesta. De inmediato comprobamos que los uniformes, más allá de su aspecto marcial, visten a hombres y mujeres con reacciones tan humanas como en cualquier otra profesión que tienen muchas historias que contar. Nos recibe la teniente Pilar Meléndez, Jefa de Sección del Seprona en Valencia desde julio de 2014. Es la primera mujer que ocupa el cargo, aunque recuerda que «las mujeres llevan 27 años en la Guardia Civil y están integradas en prácticamente todas las especialidades, es una situación bastante normal». Ella ingresó en la institución en 1991.

De semblante atento y gesto decidido, dosifica los tiempos, utiliza las palabras justas dentro de una economía del lenguaje preciso que relaja cuando habla de su vocación por un oficio de servicio público que le viene de familia. Hija y nieta de guardias civiles, nació en Bilbao «por casualidad» porque su padre estaba destinado allí. Recuerda cómo en el interior de la casa cuartel todavía había caballos. Hoy las unidades de caballería están centralizadas, quizás de ese contacto arrancó su pasión por los animales. Años más tarde regresó al País Vasco ya como guardia civil, durante la tregua de ETA de 2006, rota por el atentado de la T-4 en Barajas. «Allí tienes que cambiar el chip; hay que estar totalmente pendiente del coche, de horarios, de con quién hablas y de qué. A varios compañeros les quemaron el coche».

Los testimonios de la matanza

Una decisión que le cambió la vida fue su participación en las misiones de la ONU en Bosnia y Kosovo a partir de 1997, en los años más duros de la posguerra. Su función era vigilar el cumplimiento de los acuerdos de paz de Dayton dentro del respeto a los derechos humanos, en una zona donde el odio y la desconfianza siguen marcando hoy las relaciones entre las diferentes fracciones enfrentadas.

Eran días de hambre, racionamiento del suministro eléctrico y de agua, cuando los alimentos básicos eran un lujo. «Los médicos recetaban leche a los niños porque sufrían falta de calcio. Unos niños con una mirada perdida, llena de tristeza», recuerda la teniente, que extrae un cúmulo de emociones que siempre la acompañan: «Ver a los niños pasándolo mal y con miedo es lo que más se te queda, lo más duro. Eso no se olvida nunca».

Revive un paisaje cubierto de tumbas, muchas de ellas pertenecientes a niños, porque «cuando sitiaban las ciudades y las dejaban sin agua ni alimentos para que la gente muriese tenían que ir enterrando a los muertos en cualquier sitio». El contingente español funcionaba como una policía sin armas de Naciones Unidas que se alojaba en las casas de los habitantes de la zona, compartiendo sus penalidades en Tuzla y otras poblaciones donde estuvo destinada; «sientes que estás ayudando de una manera muy palpable. Sufres por lo que ves, pero te llena mucho lo que estás haciendo». Los recuerdos siguen fluyendo, su tono cambia al evocar los testimonios de la guerra, gente que había perdido a todos los suyos o que había escapado de la matanza de Srebrenica, de la cual se cumplen 20 años. En la ciudad bosnia fueron asesinados 8.372 musulmanes por tropas serbobosnias, en un acto calificado como genocidio por el Tribunal Penal Internacional. La teniente relata cómo el lugar se convirtió en una encerrona para los refugiados que huían del conflicto.

Le emociona especialmente la historia de un joven bosnio que les servía de intérprete. Durante la guerra, el personal que colaboraba con los cascos azules podía buscar refugio en sus bases, pero sólo ellos. Se produjo una ofensiva, el joven pudo acceder a la zona controlada por la ONU pero sus acompañantes no fueron autorizados a entrar: «Al otro lado de la valla quedó su familia y los mataron a todos delante de él». Las palabras estremecen.


En la última temporada dos agentes fueron agredidos cuando perseguían la práctica de parany 

El peligro subsiste hoy en forma de minas sembradas de manera indiscriminada por todas las partes en conflicto: «había tanta necesidad que el que tenía un pequeño huerto ponía una mina para que no le robasen los repollos». Al volver a España mantuvo durante algún tiempo, como un acto reflejo, la misma rutina de seguridad que le recomendaba evitar pisar las zonas ajardinadas. Ahora pisa con fuerza en su nuevo destino donde también se requiere una buena dosis de vocación; «cuando pude elegir entre varios cursos no me planteé ningún otro que no fuese el del Seprona». La teniente Pilar, como todos la conocen en el trabajo, nos enseña las dependencias desde donde dirige el Seprona. Unas oficinas funcionales donde las ingentes tareas administrativas se convierten en expedientes o informes, siempre en apoyo a la fiscalía de Medio Ambiente, en coordinación con la Generalitat y la Jefatura de la Comandancia.

El toque ambiental a la decoración lo aportan carteles sobre fauna y flora y unas vitrinas donde atesoran los premios recibidos. El último de ellos se lo otorgaron en Roma dentro del proyecto Life Un refugio seguro contra las aves silvestres, coordinado por SEO-Birdlife. «Ha sido un reconocimiento gratificante que evidencia esa efectividad en la ayuda a la conservación del medio ambiente». El galardón reconoce la labor del Seprona y de los agentes medioambientales contra la caza ilegal de aves, en especial por la práctica del parany, prohibida por diferentes sentencias judiciales. En la última temporada dos agentes medioambientales fueron agredidos cuando perseguían esta modalidad de furtivismo en Castelló.

En una de las pequeñas salas se celebra una puesta en común. Las diferentes patrullas informan de su rutina del día. Unos agentes realizan una investigación sobre la presencia de gases de efecto invernadero en una partida de electrodomésticos, preparada para ser exportada desde el puerto de Valencia. Hay en marcha un informe sobre el ruido y otra actuación relacionada con vertidos de inertes en Cullera.

Delitos y faltas

El Seprona intervino el año pasado en 8.883 infracciones en la Comunitat Valenciana, 524 de ellas de tipo penal. Las cifras muestran un aumento de 235 sanciones respecto a 2013. Los hechos delictivos más frecuentes están relacionados con la gestión de residuos y urbanismo. En los últimos años se ha producido «un aumento a la hora de relacionar cada vez más actividades con el medio ambiente y su influencia sobre él, así como la persecución de esas conductas infractoras», explica la responsable del Seprona en Valencia.

Después de las mortandades de peces que periódicamente se producen en l’Albufera, toman muestras para determinar si el origen está en un vertido industrial o en la falta de oxígeno provocada por la escasez de agua que sufre el parque natural. Los robos de metales, y en especial, de cobre son otros hechos habituales. Acompañamos una patrulla en una inspección para detectar posibles irregularidades en un almacén dedicado a la compraventa de este tipo de materiales en Valencia. Los agentes buscan entre montañas de chatarra evidencias de un posible origen irregular. Unos cables pelados, sin la cobertura que pueda determinar su procedencia, pueden suponer un origen fraudulento. Solicitan los recibos para comprobar que todo está en regla y continúan su ruta. Sin duda los delitos más graves a los que se enfrentan son los incendios. La vigilancia contribuye a prevenir cualquier conato y, en caso de fuego, las investigaciones permitirán determinar por qué se han originado las llamas, una información muy valiosa para perseguir a los posibles culpables.

De los alrededor de 500 incendios que se produjeron en 2014 en la Comunitat Valenciana, más de la mitad fueron causados por el ser humano. En concreto el 34% eran intencionados y el 24% se desencadenaron por negligencia. Como en el gran incendio de Cortes de Pallás de 2012, que se originó cuando dos operarios estaban soldando unas placas solares y el fuego acabó arrasando 28.879 hectáreas.

La Jefa del Seprona reconoce que cada vez la educación ambiental es mayor «pero lo más importante es ponerla en práctica, una asignatura aún pendiente que progresa a un ritmo algo menor». La colaboración ciudadana resulta decisiva para prevenir daños y resolver sus efectos.