VALÈNCIA. Papá, si pasa algo, ten en cuenta que tenemos una pandemia encima. Algo así es lo que le dijo a su padre Nuria Luna, la CEO de la torrentina Pinturas Blatem. La firma empezó la sucesión en enero de 2020, y cuando ella tomó las riendas de su padre en la empresa familiar, sin previo aviso ni periodo de alegaciones, una pandemia incontrolada pintó de incertidumbre no solo el futuro sino el presente de la economía mundial. Cualquier presupuesto empresarial saltó por los aires. Pinturas Blatem, por ejemplo, había presentado recientemente un proyecto de crecimiento, pero todo cambió.
"En ese momento mi madre estaba muy enferma en aquella época y yo le dije a mi padre: papá, vete a casa, quédate con mamá y ten en cuenta que estamos todos igual y que no soy yo quien hunde la empresa", recuerda Nuria: "Esto no sale en los manuales de economía ni en ningún lado". Así fueron los primeros pasos de la empresaria al frente de la compañía que había hecho crecer su padre, José. Un reto sin precedentes.
Después de los primeros meses, en los que la firma tuvo que meter a muchos de sus trabajadores en ERTE y paralizar las contrataciones previstas, la cosa no le ha salido tan mal. Si bien en un primer momento la demanda se desplomó, con el paso del tiempo se dio la vuelta a la tortilla: estar encerrados nos hizo redescubrir nuestra casa y dar paso en ella a gentes insospechadas mediante las videollamadas y teleconferencias. Por eso, está convencida Nuria, hubo un efecto rebote.
Las tiendas de barrio, buena parte de los clientes de Pinturas Blatem, tuvieron mucho tirón durante aquella época, con las grandes superficies cerradas. "La gente no podía ir a la tienda, pero sí que podían hacer repartos", recuerda: "Y eso fue lo que nos dio vida". Hasta tal punto que "gracias a eso, el año acabó bien", dice: la firma creció dos dígitos y el sector, uno. En 2020, concretamente, facturó más de 12 millones de euros -un 12% más que el año anterior, con 10,7 millones- y obtuvo cerca de un millón de beneficios -un 63% más-.
"Toquemos madera", bromea. Porque al paso de la pandemia se tuvieron que sumar los problemas en las cadenas de suministro, el aumento de costes de las materias primas, una guerra que todavía continúa. "Ya solo faltan las plagas bíblicas", ríe con sorna Nuria. La empresaria le preguntó a su padre si tantas crisis seguidas eran normales, si iba a ser así siempre. "Siempre ha habido crisis, pero nunca tan consecutivas", le respondió su predecesor. El acero, los plásticos, alguna resina... Los costes se han disparado en todo el sector, en algunas materias primas se ha llegado a una subida del 80%, pero no todo se ha podido repercutir en el precio: la gran afectada es la rentabilidad. "Seguimos intentando crecer, pero lo intentamos hacer a otro ritmo y siendo mucho más creativos".
Podríamos decir que la historia de la empresa familiar comienza en 1977, cuando Jose adquirió una pequeña empresa de pinturas ubicada en València. Enamorado de la pintura, pero sin nociones ni experiencia en gestión empresarial, el nuevo propietario aprovechó la industria chocolatera de la zona de Torrent para adquirir una máquina chocolatera de segunda mano. Tenía nombre: Josefina. Y con ella empezó a hacer las mezclas. Hoy, aquella herramienta rudimentaria da la bienvenida en las instalaciones, ubicadas dentro del polígono industrial Mas del Jutge.
Según la CEO, toda la innovación de la firma "está basada en la tradición". A la postre, su predecesor es pintor y desde el principio se encargó fundamentalmente de la parte del producto. Actualmente, Pinturas Blatem cuenta con unas 4.000 referencias de pinturas diferentes -"una animalada"- y tiene medio millón de fórmulas. El contacto con los institutos tecnológicos en esta línea es básico para el desarrollo de nuevos productos, pero algunos proyectos conllevan "más tiempo" que otros.
Recuerdan padre e hija el 'protomarketing' del principio, de hace 45 años: "Cuando iban dando vueltas por España, dejaban los botes vacíos de Pinturas Blatem en las cunetas; así, quienes pasaban por las carreteras veían la marca". "Era la antesala de las vallas publicitarias", bromean: "Hoy se llamaría marketing de guerrilla". Era una estrategia de gran alcance con bajo coste, porque los recursos eran limitados. Hoy, más allá de que estaría prohibido, la firma emplea nuevos canales y es activa en las redes sociales.
Por ejemplo, ha impulsado acciones relacionadas con el arte urbano para la pintura en entornos como La Marina de València. También organiza el certamen que recibe el nombre de su madre tras fallecer el pasado año, el certamen Encarna Jimenez, cuyo objetivo no es otro que dar a conocer el talento urbano joven. Y en él participan cinco municipios: València, Torrent, Paiporta, Paterna y Aldaia. Otra actividad que organiza la compañía son unos diálogos para dar voz o visibilidad a colectivos que no la tienen y que pueden provocar. "Hemos tratado desde la innovación, el aprendizaje, la industria 4.0 y han pasado por aquí diez mujeres referentes en diferentes materias para darnos su punto de vista y al final para visibilizar también a la mujer".
El de la pintura, explica Nuria, "es un sector donde el papel de la mujer no tiene mucha visibilidad". De hecho, ella es una de las pocas empresarias de este ámbito, donde apenas el 7% de los CEO son mujeres. Por ello Nuria reivindica que haya más, especialmente en los puestos más altos: "Las generaciones que vienen detrás, si no tienen referentes, no pueden decir 'yo quiero ser empresaria'". "Al final, da igual quién seas. cómo te llames o qué sexo tengas, que tengas la oportunidad de poder llegar a lo más alto en un buen trabajo", subraya.
En ese sentido, admite que el hecho de que sea una empresa familiar "que apuesta mucho por la promoción interna" es algo clave en la gestión de la plantilla, que en este caso cuenta con 80 empleados. "Siempre he pensado que las empresas son a las personas como las personas, a las empresas", insiste: "Una cosa que me ha inculcado mi padre es que nos llamamos todos por nuestros nombres, yo me los conozco a todos, a muchos desde hace muchísimos años". Una proximidad que inevitablemente se traslada del plano profesional al persona: cuando alguien pasa una mala racha "tienes que hacer un poco de psicólogo con ellos". "Igual con nosotros también: al final somos personas", concluye.