VALÈNCIA. Otra de las escasas óperas de repertorio que el Palau de Les Arts programa esta temporada se estrenó ayer en el coliseo valenciano con gran éxito. Y no solo porque sea de repertorio, sino porque se trajo este Nabucco de la mano de grandes intérpretes, fue presentado en producción tan interesante como bella de la mano de Thaddeus Strassberger, y además se cumplieron las expectativas de escuchar de nuevo al gran Plácido Domingo, que no es poco, tal y como están las cosas.
El primer éxito de la noche lo constituyó la presentación y la idea que el director de escena trajo, al trasladar la acción al momento del estreno de la obra en la Scala de Milán en 1842, cuando el imperio austríaco dominaba aquellos territorios del norte de la actual Italia. El americano Strassberger utiliza de manera eficaz el recurso de la “ópera en ópera”, prolongándolo incluso hasta una vez terminada la obra, al momento de los aplausos, -que no fueron pocos-, de forma que los hebreos y conversos increpan a los invasores centroeuropeos. Ahí es nada.
Esta boutade histórica tiene su fundamento en el paralelismo de la opresión babilónica sobre los hebreos de quinientos años antes de Cristo, con la situación de mediados del XIX en los pueblos italos, en la búsqueda de su identidad nacional con su Risorgimento. Y fue un éxito por la idea, y por cómo se expuso: de manera interesante y ordenada, para un resultado realmente brillante. Los decorados, de factura clásica, son pintados en dos dimensiones, con gran colorido y acertada escala, capaces de crear unas perspectivas excepcionales, a la altura del drama histórico al que atienden. La iluminación, y el vestuario, y no tanto el movimiento escénico, contribuyen a una presentación soberbia.
El Giuseppe Verdi del momento era un jovencito compositor belcantista de 27 años, que en tres meses fue capaz de ponerle notas al libreto del polifacético Temistocle Solera. Y lo hizo con efervescencia lírica, utilizando melodías frescas, ritmos y trazos vigorosos, y efectos impactantes, consiguiendo una obra soberbia aunque no refinada. Nabucco es obra de dinamismo y gran tensión, de cierta severidad, que requiere de intérpretes con altas prestaciones, capaces de combinar potencia y agilidad. Y por suerte, la fuerza dramática de Verdi invadió ayer el Palau de les Arts de la mano de grandes artistas, que efectivamente mostraron sus muchas cualidades, aunque no siempre refinadas.
La orquesta de la casa, trabajó al compás de la batuta de Jordi Bernàcer, quien marcó la senda general para todos, -pues esa es una de las misiones principales del director musical-; una senda de seguridad, sí, pero falta al propio tiempo de detalles de delicadeza, que la partitura también ofrece y solicita. El personaje más activo e importante de Nabucco es el que encarna el coro, también en lo escénico, y aquí, el teatro tiene la suerte de contar con el Coro de la Generalitat Valenciana. Estuvo como siempre: mágnífico. En esta ocasión, por la naturaleza de la obra, -gracias Verdi-, y por la dinámica escénica, -gracias Strassberger-, se pudo comprobar y reconocer mejor lo que todos sabemos. Cantó con una envidiable seguridad y precisión, y con la frescura, colorido, dinamismo, y vitalidad que requiere el papel. El público supo apreciar su calidad, y rompió en aplausos cuando sus notas, -ellos sí-, aparecieron delicadas y refinadas como auras dulces en el momento más esperado: ‘va, pensiero…’
El rol de Abigaille es terroríficamente complicado desde el punto de vista técnico, y de muy difícil ejecución. No me extraña que la Strepponi, -segunda mujer de Verdi,- se rompiera la garganta cantándolo. No creo se enfadara con su marido, pues a cambio se trata de un papel bellísimo, que requiere soprano dramática con aptitud para la colotatura, fiereza furibunda, y dulzura donizettiana. Nada menos. Anna Pirozzi dispone de ese muy poderoso, controlado, y versátil material, además de un bello timbre, y lo mostró ayer. Cantó con solvencia tanto los recitativos de intervalos abismales, las cabalettas, y las partes cantables, encontrando en sus rotundos agudos su mejor arma, que no en los graves. Sin decidido acierto en los momentos cantábiles por falta de línea y dulzura, sólo emocionó con su potencia, que produce muchos decibelios, a veces demasiados.
Zaccaria, fue interpretado por el bajo Riccardo Zanellato, quien defendió de manera inteligente, equilibrada, y elegante un papel que requiere una voz extensa y brillante. Lo primero lo consiguió por homogeneidad y saber hacer; lo segundo no. Habrá que estar atento al brillo y proyección, por el contrario, del también bajo Dongho Kim, en su papel menor de Gran Sacerdote. De poca entidad son los papeles de Fenena, que interpretó la mezzo Alisa Kolosova con voz fresca, equilibrada, y bien dispuesta, pero con actitud desdibujada por momentos; y el del tenor Ismaele, que encarnó Arturo Chacón-Cruz, quien lució dignamente de nuevo su voz apagada y sin recorrido, para realizar un canto bello y compacto, pero opaco.
A la media hora del inicio, cuando todos ya habían intervenido, llegó el momento de la entrada del inflexible y bárbaro Nabucco: Plácido Domingo. Solo el ‘Di Dio che parli’ fue suficiente para reconocer de repente una voz fresca, rotunda, y dotada de un squillo, que ninguno de los otros cantantes demostró poseer. Allí estaba, de nuevo, el sonido milagroso del maestro Domingo, corriendo por la sala de Les Arts de manera fluida e impactante. A lo largo de la noche su canto fue noble, y de altura, tanto en los momentos de soberbia y furor sádico, como los de mayor recogimiento y sollozo. Y su actitud, la de un principiante aunque sabio, modesto y entregado. Esa es parte de su grandeza, que compensa las carencias que yo no diré.
Nabucco es el primer papel importante de barítono verdiano, y Plácido Domingo lo sublimó ayer en Les Arts con una honestidad artística de libro de los records, por su coraje y valentía sobre el escenario, por su musicalidad, y por su canto intenso, sabio y elegante, capaz de seguir emocionando.
Menos mal que Bartolomeu Merelli, gerente de La Scala de Milán en 1840, convenció a Verdi para que compusiera su tercera ópera, ofreciéndole el libreto del sorprendente Solera, porque si no, los aficionados nos habríamos quedado sin esta maravillosa obra que supuso su primer triunfo, y que fue la primera donde el compositor de Le Roncole apuntó su estilo personal. Y es que Giuseppe Verdi estaba pasando por unos momentos de intenso dolor y desesperación. En lo profesional, sus dos primeras óperas fueron fracasos: no quería componer más. Y en lo personal, un durísimo golpe había impactado en su cabeza por triplicado: acababan de morir sus dos hijos y su mujer.
Pero Verdi tenía algo a su favor: su edad. Y se levantó. ¡Y vaya si se levantó!, para reemprender definitivamente una de las carreras más importantes de la historia de la música. Nabucco también se levanta, y se pone en pie después de recibir el terrible impacto del rayo divino. Plácido Domingo ayer cantó tumbado sobre el escenario su aria ‘Dio de Giuda’. Postura muy incómoda, ciertamente, como son los momentos que está pasando en lo personal por los duros zarpazos que ha recibido. Pero se levantó, y volvió a coger el trono hasta ver la ópera terminar. Y está de pie. Porque un grande siempre será un grande.
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La Habitación Roja, Doña Manteca, La Plata, Novembre Elèctric y Andreu Valor protagonizan 'Les Arts és Músiques Valencianes', del 24 de enero al 9 de febrero de 2025
El programa incluye el exigente ‘Concierto para piano’ de Ravel y su imprescindible ‘La Valse’ junto con el poema sinfónico ‘Le Chasseur maudit’ de Franck