Expertos de ciudad trazan sus planes para el futuro de un verano sin salir de los lindes de la ciutat. Postales desde el vecindario
VALÈNCIA. Un adelanto: este verano nuestro feed va a ser como un comisariado, semana a semana, de nuestra visión local (cuál si no) de València. Vade retro, postales exóticas. Un poco por eso, un poco por lo de más allá, invitamos a un puñado de prescriptores que conocen bien la ciudad para que, en adelantado, tracen su recorrido.
La Finca Roja, El Musical, Barranc del Carraixet, l’Ermita dels Peixets, el Colegio Alemán, el Mercado de Abastos, La Punta, Plaça de l’Àngel, Museu d’Història de València, Sequer lo Blanch… y sí, la torre del Micalet (!).
“Los valencianos tenemos la enorme suerte de vivir en una ciudad rodeada de huerta, y aunque nos encontramos realmente cerca de ella, siempre resulta ser la gran olvidada. La huerta valenciana es un patrimonio gastronómico, cultural y paisajístico único, que deberíamos cuidar y que personalmente hemos echado mucho de menos durante el confinamiento. Así que, tras pasar dos meses (y los que nos quedan) sin salir de nuestras casas, como turistas en nuestra propia ciudad, este verano nos apetece redescubrir l’Horta Nord en bici. Tenemos ganas de volver a estar rodeados de campos multicolor, de escuchar el agua fresquita circular por las acequias, de pedalear junto al Barranc del Carraixet y descubrir su fauna, de volver a admirar l’Ermita dels Peixets rodeada de palmeras reflejarse sobre el agua, de llegar hasta el mar y de pedalear entre las coloridas y estridentes edificaciones de Port Saplaya. Ya lo dicen, para gustos, colores. Y de camino a casa, si vosotros también habéis llegado hasta aquí, no os olvidéis de realizar una paradita en boxes para coger fuerzas en alguna de las maravillosas horchaterías de la zona. ¡Chin-chin!”.
“Propondría recorrer la ciudad en bicicleta, haciendo una ruta arquitectónica que a mí me encanta por la Valencia de los 50-70. Partiendo de Viveros es muy conocida la manzana de los llamados chalets de periodistas. Pero si avanzamos por la calle Jaime Roig encontraremos un conjunto de edificios residenciales entre Botánico Cavanilles, Álvaro de Bazán y Batxiller en los que vale la pena detenerse y que suelen pasar más desapercibidos. Con un lenguaje arquitectónico común y grandes influencias de la arquitectura moderna internacional, las edificaciones aisladas de estas calles presentan retranqueos ajardinados que ofrecen al viandante un respiro frente a la torre que se les presenta, de entre diez y catorce plantas de altura. Zaguanes amplios, luminosos, con murales de cerámica como el de Jaime Roig, 25, autoría de Manolo Valdés y Rafael Solves, mobiliario de los 60 frente a planos verticales suspendidos delimitando el espacio, jardineras bajo los grandes muros de ladrillo caravista, voladizos marcando los accesos principales, y un sinfín de detalles que dice mucho de la dedicación por el oficio en otra época. Y cómo no, el Colegio Alemán, con una gran influencia de la arquitectura de Le Corbusier.
Una vez recorrida la zona podemos retomar Blasco Ibáñez y descubrir la maravillosa arquitectura de Francisco Moreno Barberá, que dejó joyas como la Facultad de Derecho, uno de mis edificios preferidos de Valencia, o la Facultad de Filosofía y Letras, y la Escuela de Ingenieros Agrónomos; todos ellos forman parte del DO.CO.MO.MO. En la misma avenida encontramos los edificios de Miguel Colomina para la Confederación Hidrográfica del Júcar y el Colegio Guadalaviar de Fernando M. García-Ordóñez. Muy cerca, justo antes de llegar a la Ronda Norte, el Espai Verd, y de ahí directos a la playa por la avenida dels Tarongers”.
“Estoy descubriendo mucho mejor desde hace un par de años el Mercado de Abastos. Me gusta mucho por cómo es un punto neurálgico donde no paran de ocurrir cosas. Además de las famosa hostelería que quedó después de la regulación de hace unos años, creo que este lugar es patrimonio visual de cualquier habitante de la ciudad con una esencia 100% valenciana. Otro lugar, que he conocido en las primeras fases del desconfinamiento y que me ha enamorado son los caminos de La Punta. Un paseo mucho más desconocido que las rutas de l‘Horta Nord, pero que esconden esos restos de la València de antes del azote urbanístico. Acequias, huertos y preciosas alquerías ideales para una puesta de sol durante los meses de verano. Por último un secreto de visita obligada es la Plaça de l'Àngel, situada en pleno barrio del Carme. Aquí no hay mucho y hay todo. A los pies de la casi desaparecida muralla árabe encontramos esta plaza escondida donde tapear algo en el bar Arandinos. Un bar con esencia que me recuerda mucho a mi vida de estudiante por este laberinto tan sugerente. Suele ser la antesala de una noche loca por El Carme para mucha gente”.
“Nadie va al teatro para aplaudir al edificio, pero al Teatre El Musical, podrían. Creo que la notable sensibilidad del arquitecto Eduardo de Miguel ha hecho de este proyecto un símbolo respetuoso de transformación y un estímulo estético para el genuino barrio del Cabanyal. No es sólo un buen ejemplo de construcción por el uso magistral de los materiales, la poesía en el rastro de la luz natural, la escala deliberada que ayuda a una buena acústica, o incluso por su asombrosa relación con la plaza del Rosario a través de una descomunal puerta; es un buen lugar para visitar, además, porque realmente se trata de un diseño pensado para involucrar a la audiencia y contribuir a un mejor espectáculo.
Mi segunda recomendación es La Finca Roja. Estar emocionalmente atada a este edificio hace que sólo pueda hablar bien de él. Construido por el arquitecto Enrique Viedma en 1929, la llamativa utilización de la cerámica verde, el ladrillo rojo y las singulares torres circulares que enmarcan los chaflanes, así como los miradores poligonales, configuran una fachada única, con carácter, incluso diría que excéntrica, muy alejada del diseño impersonal que la acorrala. Un edificio que intentó conseguir un nuevo modelo de vivienda para la clase media, y que afortunadamente aún conserva ese espíritu. Su gran virtud es un patio interior, extremadamente generoso en espacio y vegetación, que tiene como fin crear para los vecinos un respiro del ruido y la fatiga exterior”.
“Aún más nos tenemos que dejar ver por los caminos que se escapan de la ciudad y se adentran en la tierra que nos viene alimentando siglos y siglos, L’Horta. En un sencillo recorrido hacía el norte de València nos topamos con el Sequer lo Blanch. Un espacio contemporáneo, donde podemos comer coques, arroces, tomar horchata real, bailar, comprar cosas que da la tierra si alguien la mima y lo que se les ocurra organizar. Dentro de las rarezas de esta ciudad, tenemos que salir de su corazón para adentrarnos en el viaje de su historia, hasta el Museu d’Història de València, en el límite con Mislata. Y si asombrosa es la historia de la ciudad, no lo es menos este espacio, un depósito de agua del siglo XIX que abastecía del líquido elemento a València a través de 8 fuentes públicas.
Y, claro, la Torre del Micalet. La archiconocida e inacabada mole de piedra, emblema del poder de esta insigne ciudad. Una puesta de sol desde la terraza cuando aún no aprieta el calor ni nos ahoga la humedad es un planazo para contemplar la panorámica. La guinda sería hacer coincidir la escalada con presenciar un toque manual de sus campanas, bajo petición a los experimentados campaneros y campaneras”.