Ramoncín, Mike Oldfield, Alaska y los Pegamoides, Veneno, Ocaña, Sex Pistols... Popgrama hizo que la televisión vibrara al ritmo del rock y se quitara de encima, aunque solamente fuera durante unos minutos, un poco de solemnidad
VALÈNCIA. Con el objetivo de ofrecer algo renovador a una televisión que en aquel momento era rancia como ella sola llegó a la parrilla Popgrama. Ocurrió a finales de 1977 y, según contaba Diego Manrique en un artículo en Cuadernos Efe Eme, el programa nació porque el gobierno de Adolfo Suárez quería «credenciales de modernidad». Manrique sabe bien de qué habla, ya que fue uno de los artífices del que podríamos considerar el primer programa de TVE interesado en difundir la cultura juvenil sin edulcorantes ni moralinas. Hasta ese momento, los programas musicales eran muestrarios de novedades discográficas y éxitos del momento, todo al servicio del playback. Muy lejana quedaba el programa pop que a finales de los sesenta realizaron Pedro Olea e Iván Zulueta: Último grito. Atrás quedaba también el intento de hacer una televisión musical que no sucumbiera a la censura, como el Mundo Pop de Gonzalo García Pelayo que presentó Moncho Alpuente. Pero en 1977, los tiempos eran otros y la voluntad de dejar atrás las huellas de la dictadura eran más que evidentes. En ese momento, la contracultura —conocida como rollo o rrollo— era una mezcla compuesta por rock, cómics, folklore, publicaciones progresistas y cine de autor. Mientras Inglaterra afrontaba la culminación del punk, aquí la revolución musical la constituían los grupos de rock urbano, el rock layetano que se hacía en Barcelona y los cantautores politizados. Popgrama se propuso mostrar al público todo cuanto pudiera de ese panorama.
Manrique fue uno los cuatro principales conductores del programa que, inicialmente, fue concebido como una revista de cincuenta minutos de duración. Se emitía semanalmente y entre sus presentadores estaban Paco de la Fuente —venía de la promoción discográfica y después se integraría al mundo de las cadenas musicales—, el recientemente fallecido Ángel Casas —había fundado la revista musical Vibraciones en Barcelona— y Carlos Tena, cuya irreverencia ante las cámaras aportaba un huracán de aire fresco. Tena le echaba desfachatez y no se cortaba un pelo, daba igual que se tratase de Bob Marley que de una Alaska aún adolescente, quien en el ensayo de los recién creados Pegamoides, le decía a Tena que a ella le gustaba el punk tanto como las cantantes pop nacionales estilo Karina. En la primerísima etapa del programa también estuvieron presentando locutores como Ramón Trecet y Montserrat Doménech, así como el polivalente Moncho Alpuente, pero fueron Tena, Manrique y Casas quienes acabaron convirtiéndose en sus rostros más representativos.
Popgrama fue todo un oasis para el aficionado a la música, aunque allí no era oro todo lo que brillaba. El programa se emitía (al igual que Último grito y Trazos e imágenes, conducidos por Paloma Chamorro) por la segunda cadena. Es decir, existía en un segundo plano y en un canal en el que todo era susceptible de cambiar a última hora. Las retransmisiones deportivas hacían que el programa musical saltara constantemente. Luego estaban los cambios en la fecha y el horario de la emisión. En definitiva, poder ver Popgrama era una aventura que exigía una cierta devoción. Porque, además, hasta el último momento, uno nunca sabía qué iba a ver cuando diera comienzo el programa de esa semana. Popgrama intentaba tocar todos los palos posibles de la actualidad musical. Una semana ofrecía una entrevista con Bob Marley y, a la otra, un reportaje sobre el entonces escandaloso Ramoncín o sobre Triana. Un día descubrías a un grupo fascinante y minoritario como Doctors of Madnes o The Tubes, otro te sorprendía con un concierto de los Stones o Jethro Tull, y cuando siete días después volvías a sentarte ante el televisor te encontrabas con Gato Pérez. Su eclecticismo era tan sano como necesario, y al final servía para que el curioso acabara escuchando cosas a las que no habría prestado atención de ninguna otra manera.
Según Wikipedia, el espacio estuvo dirigido por Francisco Soriano pero, según Manrique, no era más que un coordinador. Los contenidos estaban en manos de los presentadores, que eran los verdaderos expertos. Eso, por supuesto, tuvo consecuencias a medio plazo. La más funesta: que el programa dejara de ser una revista para convertirse en una colección de monográficos. Dichos monográficos seguían fluctuando entre las más diversas posibilidades musicales. Por ejemplo, gracias a Popgrama, los telespectadores pudieron tomar contacto con el nacimiento de la nueva ola madrileña, eso que habitualmente se conoce como movida. Esto fue debido a que, en febrero de 1980, el equipo se desplazó a la madrileña Escuela de Caminos para grabar el concierto de homenaje a Canito, batería del grupo Tos —después se convertirían en Los Secretos— muerto en accidente de tráfico. Por medio de aquel reportaje, se pudo conocer a Paraíso, los Pegamoides, Aviador Dro, Nacha Pop y otras bandas que ejercieron como cimientos de aquel movimiento que, tan solo dos años más tarde, marcaría un antes y un después en la vida de España.
En 1979 Popgrama llegó a tener ochocientos mil espectadores. Su andadura nunca fue fácil, sobre todo en los primeros años, cuando la sombra de la censura acechaba en silencio y el temor de los directivos a las quejas del público o a los reproches políticos eran constantes. Así y todo, nada pudo evitar que Popgrama cumpliera con su cometido. Recuérdese, por ejemplo, en una de sus primeras emisiones, la aparición de Ocaña, una de las figuras emblemáticas de la contracultura barcelonesa, y uno de los primeros nombres reconocibles del colectivo LGTB. Recuérdese también el descaro de Tena, que hizo lo posible por llevar a la pequeña pantalla ese espíritu rebelde que parecía no existir en nuestra televisión. Por primera vez, RTVE utilizaba el lenguaje de la calle y aplicaba un sentido del humor sin corsés para hablar de los temas que trataba. Era la antítesis perfecta a la oferta de Aplauso, que en la primera cadena desgranaba, cada sábado por la tarde, una lista de actuaciones de artistas comerciales, guionizada con un lenguaje lleno de tópicos y condescendencia hacia los espectadores más jóvenes. El programa terminó en enero de 1981. Su hueco lo ocuparía un programa de actuaciones en directo dirigido por Casas, Musical Express. Tena volvería a la pequeña pantalla un par de años después con Caja de ritmos. El escándalo que provocaron las Vulpess al interpretar allí Me gusta ser una zorra, que hizo desaparecer el programa, demostró que la transición iba mucho más lenta de lo que todos queríamos creer.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 97 (noviembre 2022) de la revista Plaza